Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Desde
la semana anterior la Palabra de Dios nos está preparando al final del año
litúrgico. Pedagógicamente, la liturgia
de la Palabra, nos recuerda insistentemente esa verdad de fe que repetimos en
el Credo: Jesucristo vendrá con gloria para juzgar a
vivos y muertos.
Por
esto, la Palabra de Dios, continúa exhortándonos a estar preparados. San Pablo en la segunda lectura nos dice que
el Señor llegará como un ladrón, por
sorpresa y por tanto debemos estar vigilantes y sobrios, viviendo como
hijos de la luz y no como hijos de las tinieblas.
¿Cómo
vive el cristiano en esta constante vigilancia? ¿Cómo podemos ser perseverantes
en ese llamado de ser hijos de la luz?
El
domingo anterior se ponía como ejemplo a las vírgenes sensatas y previsoras que
tenían aceite de repuesto en sus lámparas para seguir esperando al esposo.
Este
domingo, Jesucristo en el evangelio de Mateo, nos narra una parábola. El amo que deja al cuidado de sus bienes a
tres servidores dándoles talentos para que puedan realizar su trabajo. Durante la espera del regreso del amo, dos de
ellos, con su trabajo y esfuerzo multiplican los talentos ofrecidos, pero el
tercero, por temor, no hace nada y esconde el talento para no desperdiciarlo.
La espera
vigilante de la segunda venida del Señor a la que está llamado el cristiano, es
precisamente poner al servicio del Reino (de Dios, de la Iglesia y de los
hermanos) todos los talentos que se nos han dado y cumplir con las
responsabilidades recibidas en las distintas vocaciones a las que el Señor nos
llama, de este modo seremos luz en medio de las tinieblas del mundo.
Estar
vigilantes, cristianamente hablando, nunca es una espera inactiva, apática o
despreocupada, al contrario; esperar al Señor debe ponernos a trabajar en su
Reino y cumplir con todo aquello que Él nos ha confiado como bautizado; sea
como consagrado, sea como esposo, como padre de familia, como profesional, como
académico, como político y desde esa realidad contribuir en la construcción del
Reino, es decir construir una comunidad eclesial y un mundo cada vez más
cercanos a lo querido por el Señor, una comunidad cada día más justa,
misericordiosa, pacífica y donde sea respetada la dignidad de cada persona
humana.
Estar
inactivo y ocioso no es el modo cristiano de esperar la segunda venida del
Señor, así lo enseña el papa Francisco al explicar esta parábola: «Un cristiano que se
cierra en sí mismo, que oculta todo lo que el Señor le ha dado, es un
cristiano... ¡no es cristiano! ¡Es un cristiano que no agradece a Dios todo lo
que le ha dado! Esto nos dice que la espera del retorno del Señor es el tiempo
de la acción - nosotros estamos en el tiempo de la acción - , el tiempo de hacer
rendir los dones de Dios no para nosotros mismos, sino para Él, para la
Iglesia, para los demás; el tiempo en el cual buscar siempre hacer que crezca
el bien en el mundo» (24.04.2013).
El mismo
papa Francisco tiene una frase que dejó plasmada
en la Evangelii Gaudium 49: «Prefiero
una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una
Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias
seguridades». Aferrarse a las
propias seguridades fue precisamente lo que hizo el tercero de los siervos de
la parábola, y esa actitud no le permitió crecer, no le permitió servir, no le
permitió construir.
Hoy el llamado es a poner nuestra
vida al servicio del Señor y construir, siendo conscientes de nuestras
limitaciones, pero confiando en los talentos que han sido dados por Dios, para
que nuestra vigilancia nos permita ser verdaderamente Hijos de la Luz.
Ejemplo claro de cómo se debe
vivir la vigilancia y la espera del Señor, es la mujer que el libro de los
Proverbios elogia en la primera lectura.
Esta mujer -ideal de lo que debe ser el
pueblo de Israel- realiza todo aquello que le corresponde, con tal excelencia,
que multiplica sus talentos; ella alegra a su familia y es misericordiosa con
el desvalido y el indigente. Ella ha
puesto sus talentos al servicio del otro y se convierte en ejemplo para muchos. Esta mujer, este domingo es presentada por la
Palabra, como prototipo de vida cristiana porque hace lo que le corresponde con
los talentos que Dios le ha dado.
La
segunda venida del Señor que la Iglesia espera, como lo dice la profesión de
fe, se dará el día en que Cristo venga a juzgar
a vivos y muertos, también la parábola del Evangelio presenta el encuentro
del amo con sus siervos como un juicio. San
Juan de la Cruz nos recuerda que al
atardecer de la vida seremos juzgados en el amor. Y amar, del modo cristiano, no es esperar perezosamente,
es ponernos en acción, es poner nuestra vida al servicio del Reino, es
construir para crecer juntos y multiplicar los talentos que nos ha dado Dios.
Que
esta palabra nos ayude a todos a hacer examen de conciencia sobre el modo en que
estamos esperando al Señor, porque esperar y estar vigilantes debe ponernos a
trabajar por el Reino, desde nuestra propia vocación, para transformar el
mundo, viviendo como hijos de la luz, conscientes de que la profunda y
verdadera alegría está en servir siempre al Señor, autor de todo bien.