Monseñor José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano
En estas fechas, miles de estudiantes realizan sus exámenes finales como parte de su proceso de aprendizaje. Es un momento para enseñarles a afrontar los desafíos académicos con confianza y determinación, y una oportunidad para demostrar lo que han aprendido a lo largo del año lectivo.
Quienes formamos parte del entorno de las nuevas generaciones estamos llamados a fomentar la capacidad de mirar hacia el futuro con alegría y esperanza, pues salir de las tinieblas de la ignorancia, es esencial para su crecimiento personal y desarrollo.
En efecto, la educación es una poderosa herramienta para iluminar el camino hacia un futuro mejor porque tiene el potencial de transformar vidas. Ella nos da un sentido de dirección y un propósito en nuestra existencia. A medida que crecemos y aprendemos, encontramos un significado más profundo en nuestras acciones y decisiones a fin de alcanzar nuestras metas personales, contribuir a la sociedad y hacer del mundo un lugar mejor.
La educación es aún más poderosa cuando se funda en valores y principios sólidos. Esto significa que no solo se trata de adquirir conocimientos, sino también de desarrollar una comprensión ética y moral que guíe la toma de decisiones y la ejecución de acciones que benefician a la sociedad.
Este ideal se alcanza cuando la persona es colocada en el centro de los procesos educativos y cuando se fortalece el rol educativo de las familias.
La experiencia diaria nos muestra que educar en valores y, especialmente, en la fe es un desafío que enfrentamos constantemente. De hecho, es una tarea difícil porque implica transmitir creencias y principios que a menudo entran en conflicto con las influencias y presiones de la sociedad actual que, a menudo, contradicen o socavan los valores permanentes.
La dificultad se observa tanto en la escuela como en la familia, así como en todas las instituciones u organismos que tienen un papel en la educación. Tanto la sociedad como la cultura a menudo abrazan el relativismo manipulador como su credo; este entendido como la creencia de que no existe una verdad absoluta, y que las perspectivas individualistas son igualmente válidas.
En la cultura actual, hablar de la verdad se considera peligroso o autoritario. La afirmación de que hay verdades universales o principios morales claros, se ve con escepticismo y desconfianza.
"Entonces, ¿cómo proponer a los más jóvenes y transmitir de generación en generación algo válido y cierto, reglas de vida, un auténtico sentido y objetivos convincentes para la existencia humana, sea como personas sea como comunidades? Por eso, por lo general, la educación tiende a reducirse a la transmisión de determinadas habilidades o capacidades de hacer, mientras se busca satisfacer el deseo de felicidad de las nuevas generaciones colmándolas de objetos de consumo y de gratificaciones efímeras."
La educación en general, y especialmente la educación cristiana, es decir, la educación para forjar la propia vida según el modelo de Dios, que es amor (cf. 1 Jn 4, 8. 16), necesita ser propuesta con creatividad para evidenciar que nuestra fe no es algo del pasado, sino que permanece en el tiempo, pues responde a las más altas aspiraciones de toda persona.
Así, a los muchachos y los jóvenes se les puede ayudar a librarse de prejuicios manipuladores, que responden a intereses bien definidos y "a darse cuenta de que el modo cristiano de vivir es realizable y razonable, más aún, el más razonable, con mucho".
"¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos!" (Cf. Rm 11,33) No dudemos en mostrar a Dios como la fuente de la verdadera sabiduría. La sabiduría y el conocimiento de Dios son tan grandes que no tienen comparación con todo el saber que podamos acumular en nuestras vidas.
FUENTE DE LA SABIDURÍA
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