Es una costumbre significativa visitar las tumbas de nuestros seres queridos fallecidos en el día de los fieles difuntos o en otras ocasiones pues, al hacerlo, tenemos la oportunidad de rezar en el lugar donde descansan sus restos. Allí, expresamos nuestro afecto y respeto dejando flores que adornen sus tumbas, un acto que refleja el amor que aún sentimos por ellos.
Pero, las visitas al cementerio también nos recuerdan un principio fundamental de nuestra fe: "la comunión de los santos", que conecta a los que aún estamos en este mundo con aquellos que ya descansan en el Señor.
En la actualidad, es común buscar respuestas científicas a la cuestión de la muerte. Pero al hacerlo, olvidamos que necesitamos la esperanza de la eternidad, un tema que puede parecer distante en nuestra vida cotidiana, pero que es esencial para nuestra fe y para el sentido último de nuestra existencia. La eternidad, un concepto que a menudo se asocia con lo misterioso e incomprensible, en realidad, es una parte fundamental de nuestra fe cristiana.
El Papa Francisco nos insta a considerar la eternidad desde dos perspectivas: la teológica y la práctica. En el plano teológico, la eternidad representa la promesa de Dios de un futuro glorioso, de una salvación eterna que trasciende nuestra comprensión y nos brinda esperanza. Es la creencia en la vida eterna, en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro, lo que da sentido a nuestra fe y nos motiva a seguir adelante en medio de las pruebas y desafíos de la vida.
Pero la reflexión sobre la eternidad no debe quedarse sólo el conocimiento teológico; también debe permear nuestra vida diaria y nuestro testimonio como cristianos en el mundo. Nuestra fe en la eternidad nos llama a vivir con un propósito mayor, a amar con generosidad, a perdonar con compasión y a trabajar por la justicia y la paz.
La esperanza en la eternidad nos impulsa a mirar más allá de las dificultades actuales y a construir un mundo mejor para las generaciones futuras. Al creer que hay algo más allá de esta vida terrenal, se nos motiva a no enfocarnos únicamente en los problemas y desafíos que enfrentamos en el presente. En lugar de quedarnos atrapados por los obstáculos presentes, pensamos en el futuro a largo plazo, en lo que podemos hacer para mejorar las condiciones para nuestros hermanos.
Al creer en la eternidad pues, reconocemos que la vida en la tierra es solo una parte de nuestra existencia, y que nuestras acciones y decisiones tienen un impacto más allá de nuestro tiempo en este mundo. En resumen, la esperanza en la eternidad nos da una perspectiva más amplia y nos impulsa a actuar de manera responsable y generosa en el presente.
En esta época en la que nos vemos atrapados en las preocupaciones del presente, el llamado del Papa es un recordatorio de que la eternidad es un horizonte que da significado y propósito a nuestra vida. Es un faro que ilumina nuestro camino y nos guía hacia un futuro lleno de esperanza. Por lo tanto, como comunidad cristiana, debemos comprometernos a profundizar en nuestra comprensión de la eternidad y a compartir la belleza de esta esperanza con el mundo que nos rodea. El secularismo que nos invade lleva a algunos a negar el más allá en la presencia eterna en Dios.
El Señor ha dicho: "Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo" (Juan 17, 24). Estas palabras de Cristo nos recuerdan su plan de amor salvador que conduce a la eternidad. Esta es la esencia de nuestra fe, la promesa de una vida eterna en la presencia de Dios.
Llenos de profundo gozo y esperanza, no descansemos en orar "Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro" . Que estas ideas, que encierran la esencia más profunda de nuestra fe y la promesa de una existencia eterna en la compañía divina, jamás nos abandonen en momentos de desaliento ni nos atrapen en la oscuridad del pesimismo.