Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
Al
conmemorar a todos los Fieles Difuntos estamos llamados a reflexionar sobre la
realidad de la muerte y a renovar nuestra fe en la vida eterna, iluminados por
la Resurrección de Cristo. En efecto, después de haber celebrado la solemnidad
de Todos los Santos, seguimos poniendo nuestra atención en aquellos que
nos han precedido en el camino de la vida terrenal.
La
muerte es un misterio que nos afecta a todos. Puede despertar temores y
preguntas sobre lo que sucede después de la vida terrenal. Pero para nosotros,
los cristianos, la muerte se entiende desde la Resurrección de Cristo y, por lo
tanto, es una senda de esperanza.
A
menudo, el temor a la muerte brota de la idea de la nada, el miedo a lo
desconocido que viene después. Se le concibe como perder todo lo que hemos
amado y construido en esta vida. La muerte más bien ha de despertar en nosotros
la necesidad de esperar algo más, lo eterno. Será el gran momento de
enfrentarnos a lo que hemos hecho de nuestra vida terrena; nos encontraremos
con el Justo por Excelencia, la misericordia misma.
En
una sociedad que, a menudo, evita la conversación sobre la muerte pues ella implica
abrir un diálogo sobre temas profundos y espirituales que a menudo se pasan por
alto, no debemos perder la esperanza de esa vida eterna. Necesitamos algo que
nos dé consuelo y una visión de futuro. Y esa esperanza viene de nuestra fe en
Dios y en la vida eterna.
La
solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de Todos los Fieles
Difuntos nos enseñan que solo aquellos que ven en la muerte el tránsito
para la vida definitiva, pueden vivir con esperanza. Porque la muerte no marca
el final, sino el comienzo de la verdadera vida. Jesús nos dice: "Yo soy
la resurrección y la vida" (Juan 11,25-26).
Recordemos
al Señor en el Calvario prometiendo al ladrón crucificado a su lado: "Hoy
estarás conmigo en el paraíso" (Lucas 23,43). Esta
escena nos muestra la promesa de Jesús de la vida eterna y el perdón para
aquellos que se arrepienten y creen en Él. Es un recordatorio de la esperanza
que los cristianos tienen en la vida después de la muerte a través de la fe en
Jesús y su Resurrección. La Resurrección de Cristo es certeza de que hay vida
después de la muerte.
La
fe nos dice que la verdadera inmortalidad a la que aspiramos no es una idea, un
concepto, sino una relación de comunión plena con el Dios vivo: es estar en sus
manos, en su amor, y transformados en Él seremos uno solo con todos los
hermanos que Él ha creado y redimido, con toda la creación.
En
estos días, al rezar por nuestros seres queridos que han partido, renovamos
nuestra fe en la vida eterna y recordamos que, en última instancia, la muerte
no tiene la última palabra. Cristo, nuestro Buen Pastor, nos guía a través de
la oscuridad de la muerte hacia la luz eterna.
Que
esta celebración nos inspire a vivir con valentía, a
enfrentar los desafíos y las dificultades con determinación y coraje,
aprovechando cada día como una oportunidad para hacer el bien y vivir de
acuerdo con nuestros valores de fe, que tienen su fundamento en Cristo, única
Verdad.
Que
nuestra fe en la vida eterna se traduzca en testimonio al mundo de que la
muerte no es el final, sino el umbral hacia una vida eterna en la presencia de
Dios. Vivamos de tal manera que
reflejemos la esperanza de encaminarnos hacia lo mejor y que es definitivo,
demostrando que la muerte ha sido vencida, por la Resurrección de Cristo, Vida
nuestra. La fe en esta verdad es la luz que guía nuestras vidas y puede
inspirar a otros a encontrar consuelo y esperanza en medio de la incertidumbre que
causa la muerte.
Elevemos
a Dios Fuente de toda vida, nuestra oración para que podamos con nuestro
testimonio y esperanza, derrotar la cultura de muerte que nos invade con sus
funestas manifestaciones de destrucción. Oremos por todos los fieles difuntos,
sostenidos por la esperanza de volver a encontrarnos todos, un día, unidos para
siempre en el Paraíso.
Amén.