Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
En
el presente se asocia la juventud con la vitalidad y la capacidad de contribuir
al crecimiento económico. Esto lleva a que los adultos mayores sean,
regularmente, vistos como menos útiles o incluso, como una carga para la
sociedad. Prevalece, pues, y muy a nuestro pesar, "una mentalidad que pone en
primer término la utilidad inmediata y la productividad del hombre. A causa de
esta actitud, la llamada tercera o cuarta edad es frecuentemente infravalorada,
y los ancianos mismos se sienten inducidos a preguntarse si su existencia es
todavía útil".
La
discriminación, basada en la edad es común, lo que resulta en una disminución
de la autoestima en esta población y, ni que decir de la marginación económica
y social que experimentan.
Es
fundamental reconocer la importancia de los adultos mayores en nuestras
familias y en la sociedad en general. Todos tenemos un adulto mayor en nuestra
familia y su papel es verdaderamente invaluable. Ellos son los guardianes del
legado histórico, portadores de un pasado que han vivido y asumido con sabiduría.
Su conocimiento y experiencia representan una fuente inagotable de información
y aprendizaje para las nuevas generaciones.
El
conocimiento de los adultos mayores tiene el poder de evitar la recurrencia en
errores históricos, abriendo la puerta a nuevas formas de enfrentar los
desafíos del presente y del futuro. Ellos pueden dar perspectivas valiosas y
soluciones a los problemas que enfrenta la sociedad actual.
Es
hora de cambiar la percepción negativa de la vejez y darle el lugar que merece
en la sociedad, fomentando su participación activa y su contribución continua
al bienestar de todos.
Como
Iglesia, estamos llamados a poner todo nuestro esfuerzo para que la sociedad
reconozca la dignidad inherente de cada ser humano, independientemente de su
edad y que, de modo especial, se valore y respete a las personas mayores como
seres humanos, con derechos y contribuciones significativas a la familia y a la
sociedad. El envejecimiento es una etapa
natural de la vida y no debe ser minusvalorada, pues somos deudores por la
herencia recibida.
Al
respecto, el papa Francisco nos recuerda la importancia de apreciar y valorar a
los adultos mayores en nuestras familias, en la Iglesia y en la sociedad en
general, además de otorgarles un lugar central en nuestra vida cotidiana.
En
especial, insta a las nuevas generaciones a escuchar las historias y las
experiencias de los adultos mayores, para que adquieran sabiduría de sus
vivencias y compartan con ellos la alegría de la vida. La amistad con una
persona mayor les enseña a los jóvenes a apreciar la importancia de la historia
y a reconocer que la vida no se trata solo del presente y de las ganancias
personales. En cambio, se trata de aprender de las lecciones del pasado para
construir un futuro significativo, pues los adultos mayores tienen un papel
crucial como transmisores de la memoria colectiva y como guías para las
generaciones futuras. Su experiencia y sabiduría son tesoros que enriquecen a la
sociedad en su conjunto. La vida se trata de crecimiento, maduración, diálogo y
relación.
Quiero animar todas aquellas iniciativas
sociales y eclesiales que fomentan la participación activa de las personas
mayores para que le sigan permitiendo a esta población desarrollarse en
diversos aspectos de sus vidas, ya sea a través del ejercicio físico, el
enriquecimiento intelectual o la participación en actividades sociales. Al
hacerlo, los ancianos no solo mantienen su vitalidad, sino que también
continúan siendo útiles para la sociedad al poner sus habilidades, tiempo y
experiencia a disposición de los demás.
La
alegría por la vida de toda persona, sin exclusión alguna, es un regalo de
Dios, enriquece la sociedad, y permite vivir de manera más plena y
significativa. Dios nos llama a trascender nuestras limitaciones y a participar
en la construcción de un futuro mejor, enriquecido por la memoria y la
sabiduría de nuestros queridos adultos mayores, un futuro que refleja la
misericordia de Dios, que se extiende de generación en generación.