Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
El profeta Isaías en la primera
lectura de este Domingo presenta unas palabras dichas por el Señor al pueblo de
Israel que está a punto de regresar del exilio en Babilonia: «Mis pensamientos
no son los pensamientos de ustedes, sus caminos no son mis caminos». Esta exhortación de YWHW es la síntesis de la
Liturgia de la Palabra de este Domingo XXV del Tiempo Ordinario.
Porque
los textos de la Palabra que se proclaman este Domingo, nos recuerdan que existe
una fuerte tentación en el ser humano de hacernos una idea de Dios conforme a
nuestra mentalidad, es decir un Dios hecho a nuestra medida. En cambio, hoy el Señor quiere que recordemos
que su modo de pensar y de actuar no es, ni siquiera cercano, a nuestro modo de
pensar y de actuar.
El
actuar del amo de la viña en la parábola del Evangelio de Mateo, humanamente
hablando, parece ser un absurdo, ¿Cómo va a recibir la misma paga quien ha
trabajado el día entero y quien ha trabajado únicamente una hora? La forma de pensar del ser humano indica que
el modo justo de actuar debe ser que aquel que trabajó más horas tenga una
mayor retribución económica.
Pero
esto no es así, el dueño de la viña actúa distinto y todos los trabajadores reciben
la misma paga, tanto el que trabajó el día completo como el que trabajó sólo un
rato al final de la tarde.
Claramente
la parábola hace referencia al modo de actuar de Dios y cómo la justicia
retributiva que vemos y vivimos como normal lo seres humanos, es decir que se
retribuye a la persona según el bien o el mal que ha hecho, no es la forma cómo
Dios actúa. La justicia de Dios no se
basa en la compensación por las acciones cometidas, es decir el premio por el
bien y el castigo por el mal, sino que la base y el fundamento de la justicia
de Dios es el amor, como lo recordaba la Oración Colecta, al afirmar que el
amor a Dios y a los hermanos es el fundamento de toda la ley.
La
parábola deja claro que en la retribución a los trabajadores no se ha cometido
ninguna injusticia, ya que el pago acordado entre el dueño y los trabajadores
de la viña es de un denario y esa fue la paga recibida. Aunque humanamente creamos que los que
trabajaron más debieron ganar más, la recompensa, el pago por su labor fue la
que se acordó con el dueño de la viña antes de iniciar el trabajo.
El
problema se da cuando los que habían trabajado todo el día ven que los que
trabajaron menos tuvieron la misma paga.
El dueño de la viña habla de una actitud envidiosa ante su bondad, es
decir, de la incapacidad humana de alegrarse por el bien que ha recibido el
prójimo y de la mezquindad del corazón que separa a un ser humano del otro,
aunque caminen juntos hacia la misma meta.
Esas
actitudes son precisamente lo que nos distancia de los pensamientos y de los
caminos de Dios. El Señor ama
perfectamente, sin envidias, sin segundas intenciones, sin ningún interés más
que nuestra salvación. Además, Él es
paciente, espera nuestra respuesta hasta el último momento, hasta la última
hora del día, es decir, espera hasta el último instante de nuestra vida, para
que aceptemos su invitación a vivir junto a Él por toda la eternidad.
Nos
enseña el papa Francisco «De hecho, Dios se comporta así: no mira el tiempo y
los resultados, sino la disponibilidad, mira la generosidad con la que nos
ponemos a su servicio. Su actuar es más
que justo, en el sentido de que va más allá de la justicia y se manifiesta en
la Gracia. Todo es Gracia. Nuestra salvación es Gracia. Nuestra santidad
es Gracia. Donándonos la Gracia, Él nos da más de lo que merecemos. Y entonces,
quien razona con la lógica humana, la de los méritos adquiridos con la propia
habilidad, pasa de ser el primero a ser el último» (20.09.2020).
¿Qué
sería de nosotros si la justicia de Dios fuera como la del ser humano que
castiga todas las faltas? Pero esto no
es así. La justicia de Dios es el amor,
la compasión y la misericordia; una justicia que no descansa hasta hacernos
partícipes de la perfección de la misma vida de Dios en la eternidad.
El
llamado que se nos hace este Domingo es a trabajar para que nuestro camino sea
más cercano al caminar de Dios y que nuestros pensamientos estén más en
sintonía con el pensamiento de Dios. En
palabras de Pablo en la Segunda Lectura, el llamado es a «que llevemos una vida digna del evangelio de Cristo».
Esto
será posible cuando cada uno ponga en práctica, en su relación con los
hermanos, la experiencia de amor, de paciencia y de misericordia que ha tenido
el Señor con nosotros, por tanto, esto será posible sólo cuando tratemos al prójimo
como Dios nos trata a cada uno.
Debemos
reconocer con humildad que esto no es fácil, sigue saliendo a flote la
humanidad que nos aparta del pensamiento y del actuar de Dios. Por esto, es necesario que en nuestro camino
de fe, nos unamos más al Señor, para poder dar testimonio de su misericordia e
imitarlo con nuestras acciones compasivas en medio de los hermanos, para
lograrlo se hace urgente que nos acerquemos cada vez más a Cristo, lo que
podemos hacer en la oración, en la vida sacramental y en el encuentro con el hermano, que siempre es el rostro de Cristo, que camina a nuestro lado.