Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Después de haber realizado el
primer anuncio de la pasión, Jesús pronuncia uno de los cinco grandes discursos
que presenta el evangelio de San Mateo, conocido como el discurso eclesial, donde el mismo Cristo da herramientas a la iglesia
naciente para que puedan construir la comunidad, la unidad, las relaciones
humanas en medio de las diferencias que puedan existir en un grupo, donde
interactúan distintas personas como lo es la comunidad eclesial.
Particularmente, la Palabra de
Dios de este Domingo XXIII del Tiempo Ordinario nos hace meditar entorno al
modo cómo debe vivirse y construirse la fraternidad en el interno de las
comunidades cristianas. Podríamos
sintetizar esta enseñanza con la frase usada por Pablo en la Segunda Lectura: «amar es cumplir la ley entera».
Específicamente, Jesús, quiere
enseñarnos a practicar la corrección
fraterna, porque en la vivencia comunitaria, encontraremos errores e
incluso pecados cometidos por quienes formamos la comunidad y se hace necesario
tener claro el modo cómo debe reaccionar la comunidad eclesial ante esta
situación.
La Primera Lectura nos presenta
la vocación del profeta Ezequiel, quien es llamado centinela, es decir vigilante del pueblo de Israel. Dios le encomendará la misión de advertir al
malvado sobre su conducta y, si este centinela no cumple su misión, el pecado
del malvado será castigado también en él.
Este hecho muestra cómo existe una responsabilidad comunitaria en el
camino de conversión del hermano.
Jesús, en el Evangelio, presenta
un camino sencillo y claro, pero no siempre puesto en práctica durante estos
dos mil años de camino eclesial. Nos
enseña Jesús, que la vocación de centinela
dada a Ezequiel, en la Iglesia, es misión de cada miembro de la comunidad
eclesial y por tanto la corrección debe darse, en primer lugar, en privado; si
no hay cambio, se hará con dos o tres testigos, si persiste la situación, con
toda la comunidad y si la situación continúa es cuando el miembro de la
comunidad se considerará pagano o publicano, es decir uno que en su libertad ha
decidido mantenerse en una situación que lo separa de la comunidad eclesial.
Jesús propone este camino
sencillo y claro, que, repito, desgraciadamente no siempre es vivido en
nuestras comunidades eclesiales. Se
puede constatar cómo muchas veces se hace un camino a la inversa, iniciando con
comentarios en medio de la comunidad, chismes que destruyen al hermano y que
destruyen comunidades como tantas veces lo ha recordado el Papa Francisco. En muchas ocasiones el involucrado nunca es
interpelado porque es juzgado con anterioridad, sin darle la ocasión de rectificar
e incluso, en ocasiones, dolorosamente, sin tener certeza de que la situación
denunciada sea verdadera.
La propuesta de Jesús, es un
llamado a construir la comunidad teniendo como base el respeto por el hermano,
por su integridad, por su buena fama y por su camino de conversión; es decir un
llamado a la vivencia del amor que es el cumplimiento de la plenitud de la ley
como lo ha recordado San Pablo, porque la propuesta de Jesús es, como nos
enseña el papa Francisco «una
pedagogía de recuperación [?] poruque Él siempre busca recuperar, salvar» (06.09.2020).
Por tanto, si aspiramos a tener comunidades
cristianas más parecidas a las queridas por Jesús, el llamado que se nos hace
este Domingo es que desterremos todas aquellas situaciones y costumbres que puedan
destruir al hermano y en consecuencia que pongamos en práctica esta enseñanza
de Jesús que tiene como objetivo que la misma comunidad eclesial colabore en la
recuperación, en el crecimiento y en la conversión de todos sus
miembros, ya que todos, sin excepción, estamos en camino de conversión y
ninguno está exento, en algún momento de su vida, de cometer un error y por
tanto de necesitar de los hermanos para superar el error y reincorporarse a la
vida comunitaria.
Con la corrección fraterna,
practicada tal y como la enseña Jesucristo, la comunidad eclesial está
colaborando en que el hermano que ha fallado haga experiencia del amor de Dios,
que en Cristo se ha revelado como misericordioso, compasivo y paciente. Esta experiencia del amor de Dios, todos sin
excepción la necesitamos en nuestro camino de cristianos. Por eso la corrección fraterna no nos hace mejores
o más santos que el hermano que recibe la corrección, sino que nos hace
compañeros de camino, todos necesitados del amor de Dios y de la cercanía del
hermano para crecer y mejorar.
San Pablo VI decía en su
exhortación Paterna cum benevolentia
«La corrección fraterna es un acto de
caridad mandado por el Señor [?]. Su
práctica obliga a quien la realiza a sacar primero la viga de su ojo (Mt. 7,
5), para que no se pervierta el orden de la corrección, busca la conversión
interior y el amor unificador en Cristo» (PCB VI)
Que la participación, este
Domingo, en la Eucaristía que es signo de
reconciliación y vínculo de unión fraterna, nos oriente, con la escucha de
la Palabra, en el caminar de nuestras comunidades (familiares, eclesiales,
laborales, etc.) y que la comunión eucarística nos anime a amar como Cristo y
nos dé la fuerza para que todos vivamos según Sus enseñanzas, y así trabajemos
por la construcción de comunidades eclesiales cada vez más unidas, fraternas y
solidarias.