Monseñor Daniel Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
· El domingo anterior, el evangelio de San Mateo nos presentaba la profesión de fe del apóstol Pedro y la misión que Jesús le encomienda de ser piedra y fundamento de la Iglesia y meditamos sobre el significado del poder de las llaves.
La Palabra de Dios de este Domingo, XXII del Tiempo Ordinario, nos
muestra la continuación de este evangelio de San Mateo, en el cual Cristo,
anuncia por primera vez a sus apóstoles, que su misión mesiánica, implica la
pasión y la muerte en Cruz, para luego resucitar.
Esto se hace incomprensible para los apóstoles, ¿cómo el Mesías, el
descendiente de David anunciado y esperado por tantos siglos y que debe
restaurar el poder de Israel, va a pasar por el fracaso de la cruz y de la
muerte?
Por esta incomprensión de los apóstoles, es que Pedro, nuevamente es
protagonista, al indicar a Jesús que eso que les ha anunciado no puede suceder.
Ante este reproche, Jesús va a pronunciar una frase fortísima para
reprender a Pedro: «¡Apártate de mí Satanás? eres piedra de tropiezo, tu modo de pensar no
es el de Dios, sino el de los hombres!».
Pedro y los otros apóstoles, tienen una idea de Mesías, según «los criterios del mundo», como
manifiesta Pablo en la segunda lectura, estos criterios hacían creer que el
Mesías esperado tendría poderes políticos y terrenales, que vencería a los
imperios reinantes y liberaría de la represión a Israel y uniría nuevamente las
doce tribus.
Ante esto, Jesús deja claro que Él verdaderamente es el Mesías, pero
que su Misión consiste en ser el Siervo
del Señor, anunciado en los profetas y que carga sobre sí los pecados de la
humanidad, para liberar y salvar de la condenación eterna a todo el género
humano.
Esta es la primera enseñanza que nos deja la Palabra de este Domingo: Jesús es Mesías Salvador, porque desde la
Cruz, nos perdona los pecados, nos libera del mal y nos hace participar de la
eternidad de su Gloria.
Inmediatamente después del regaño a Pedro, Jesús continúa hablando con
sus discípulos y les manifiesta que ese camino que él debe recorrer es también
el camino que debe realizar todo aquel que quiera ser su discípulo, al
manifestarles que aquel que desee seguirlo debe renunciar a sí mismo, tomar su
cruz y seguirlo, esto es necesario para alcanzar la vida verdadera, la vida de
Gloria que el Mesías da al ser humano con el acontecimiento de su cruz, muerte
y resurrección.
Estas palabras de Jesús manifiestan tres elementos importantes:
·
En primer lugar, el Señor dice: quien quiera
seguirme?, es decir, nuevamente Jesús deja claro que Él nos invita a
seguirlo, nunca impone su voluntad sobre nosotros. Cada persona humana, al conocer a Jesús,
decide seguirlo o no. Pero si esa libre
decisión es ser discípulo de Cristo, esto implicará un compromiso y esto lleva
al segundo elemento.
·
Aquel que decide ser discípulo de Cristo, sabe que
debe recorrer el mismo camino de Jesús, es decir el camino de la Cruz, así nos
lo recuerda el papa Francisco «Jesús nos recuerda que su vía es la vía
del amor, y no existe el verdadero amor sin sacrificio de sí mismo. Estamos llamados a no dejarnos absorber por
la visión de este mundo, sino a ser cada vez más conscientes de la necesidad y
de la fatiga para nosotros cristianos de caminar siempre a contracorriente y
cuesta arriba» (03.09.2017).
·
Finalmente, Jesús enseña que este camino de Cruz
tiene como meta la vida perfecta, la vida de Gloria que el Padre da a su Hijo y
a quienes, por el acontecimiento pascual, hace participes de esa misma
filiación y coherederos de la salvación.
Así lo recuerda el Catecismo de la Iglesia al afirmar «El camino de
la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate
espiritual. El progreso espiritual
implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la
paz y el gozo de las bienaventuranzas» (CEC 2015).
Esta es la segunda enseñanza que nos da la Palabra de Dios este
Domingo, Jesús nos invita a seguirlo (no nos obliga) y nos asegura que ese
seguimiento tendrá como meta una vida perfecta junto a Él. Sin embargo, para llegar a esa meta, el
camino implica cargar la cruz como Él mismo lo hizo.
En la oración colecta de este Domingo pedimos que Dios nos infunda su
amor en nuestros corazones, para que aumente en nosotros el bien. Que ese amor nos ayude a continuar nuestro
camino discipular, cargando con las cruces de nuestra vida (problemas
familiares, de salud, económicos, laborales, etc.), uniéndonos así a Cristo,
dando testimonio de nuestra fe, con la mirada puesta en la meta, que es la
bienaventuranza eterna.