Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
Cada
4 de agosto, celebramos a San Juan María Vianney, conocido como el "Cura de Ars",
patrono de sacerdotes y párrocos, quien, con su vida y
el cumplimiento pleno del ministerio sacerdotal
representó para la sociedad de su tiempo un ejemplo viviente de las enseñanzas
de Jesucristo.
El
santo Cura de Ars, decía el papa Juan Pablo II, es un modelo de celo sacerdotal
para todos los pastores: "el secreto de su generosidad se encuentra sin duda
alguna en su amor a Dios, vivido sin límites, en respuesta constante al amor
manifestado en Cristo crucificado. En ello funda su deseo de hacer todas las
cosas para salvar las almas rescatadas por Cristo a tan gran precio y
encaminarlas hacia el amor de Dios".
De su vida y ministerio estamos llamados todos
los sacerdotes a ser fieles imitadores para que, en cada gesto nuestro se
evidencie el legítimo compromiso que responde al llamado genuino a servir a
Dios y a su comunidad como pastor abnegado.
San
Juan María nos recuerda que un buen sacerdote debe mantener una sólida vida de
oración, dedicando tiempo diario para la meditación, la lectura de las
Escrituras y el crecimiento espiritual. Sin esta conexión esencial con Dios ¿Cómo
vamos a guiar a otros en su fe?
Como
él, debemos demostrar un amor incondicional y una compasión profunda hacia
todas las personas, sin importar sus circunstancias, orígenes o creencias: "como
Cristo, siente por sus fieles un amor que le lleva a una entrega pastoral sin
límites y al sacrificio de sí mismo". Ese amor y respeto por el pueblo de Dios hoy nos obliga a formarnos
permanentemente no sólo en la teología y las enseñanzas de la Iglesia, sino,
también, en diversos temas sociales y
culturales relevantes pues un aprendizaje continuo y una búsqueda constante de
la verdad son fundamentales.
Su
rasgo más notorio fue siempre la humildad y la sencillez y como él, hoy estamos
llamados a ser humildes y desprendidos, evitando la ostentación y el orgullo, y
viviendo un estilo de vida sencillo y modesto. Por Cristo, trata de conformarse
fielmente a las exigencias radicales que Jesús propone en el Evangelio a los
discípulos que envía en misión: oración, pobreza, humildad y renuncia a sí
mismo.
Ejerció
la misericordia y la comprensión desde el sacramento de la confesión y en la escucha
activa. Hoy, un sacerdote debe ser un buen oyente, capaz de comprender y
responder a las preocupaciones y necesidades de quienes tiene a su cargo
espiritualmente. Sin pretenderlo, San Juan María Vianey se convierte en un
líder de su comunidad al ser un reconocido facilitador de la reconciliación
como mediador que ayuda a las personas a encontrarse con Dios y con los demás,
guiando y apoyando a los feligreses en su crecimiento espiritual y en su
servicio a los más necesitados.
De
él hemos aprendido que un buen sacerdote debe vivir de acuerdo con los
principios éticos y morales de la Iglesia, ser en verdad un modelo de discípulo
de Cristo para su comunidad.
La
autenticidad de su ministerio se constata, además, en el sincero compromiso social
desde el amor, siendo un servidor activo en medio de los necesitados, abogando
por la justicia social y trabajando por el bienestar de los más vulnerables.
Cabe destacar que ningún ser humano es
perfecto, pero el deseo sincero de vivir estas virtudes y esforzarse por
mejorar es lo que marca la diferencia en la vida de un sacerdote. Que el testimonio de este humilde párroco,
totalmente dedicado a su pueblo, ayude a redescubrir la belleza y la
importancia del sacerdocio ministerial en la sociedad contemporánea.
Con
las palabras del papa Francisco quiero expresar mi alegría y agradecimiento al
Señor por los "hermanos presbíteros que, sin hacer ruido, lo dejan todo
para estar empeñados en el día a día de sus comunidades"; a los que
trabajan en las "trincheras"; a los que cada día "dan la
cara" sin darse tanta importancia, "a fin de que el Pueblo de Dios
esté cuidado y acompañado".
Que
sea esta una ocasión para que nuestros fieles eleven su oración a Jesucristo,
Buen Pastor, por todos los sacerdotes, por sus curas párrocos, para que el
Señor continúe otorgándoles el deseo de responder comprometidamente a su
vocación a la santidad.