Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo Metropolitano
Según
la tradición, hacia finales del siglo XII, un pequeño grupo de ermitaños se
estableció en la ladera del Monte Carmelo, con el deseo de imitar al profeta
Elías, adoptando una forma de vida muy peculiar: apartados del mundo, en el
silencio de la soledad, dedicados a la oración, habitando
en las grutas de la montaña, meditando la palabra del Señor, en constante
alabanza a Dios e intercediendo por la salvación del mundo.
Estos
ermitaños desarrollaron una especial devoción por la Virgen María como madre y
patrona, protectora y auxiliadora, modelo de vida y de oración. Así, hacia el
año 1220, construyeron en medio de sus grutas una capilla en su honor construyeron
en medio de sus grutas una capilla dedicada a la Virgen.
Alrededor
del 1240 iniciaron las primeras fundaciones de conventos en Europa favoreciendo
así la expansión carmelita. En el 1291, con las conquistas de aquellos lugares,
los carmelitas se vieron obligados a abandonar la Tierra Santa por alrededor de
dos siglos y medio y comienza la adaptación a la vida de la ciudad.
Las
diversas generaciones del Carmelo, desde su origen hasta hoy, en su itinerario
hacia el "monte de la salvación, Jesucristo nuestro Señor", han
tratado de modelar su vida según el ejemplo de María.
Más
allá de la Orden del Carmelo, esta advocación mariana también es reconocida y
venerada por muchos católicos quienes consideran a Nuestra Señora del Carmen
como una intercesora poderosa y una madre espiritual, y acuden a ella en busca
de consuelo, ayuda y protección en sus vidas.
De
la experiencia carmelita brota una intimidad de relaciones espirituales que,
incrementan cada vez más la comunión con Cristo y con su madre: "María, la
Virgen Madre de Dios y de los hombres, no sólo es un modelo a imitar, sino
también una dulce presencia de Madre y Hermana en la que se puede confiar. Con
razón santa Teresa de Jesús exhortaba: "Imitad a María y considerad qué
tal debe ser la grandeza de esta Señora y el bien de tenerla por Patrona"
(Castillo interior, III, 1, 3)."
Por
otra parte, con el signo del escapulario, rico patrimonio mariano del Carmelo, se manifiesta una síntesis eficaz de
espiritualidad mariana, que alimenta la devoción de los creyentes, haciéndolos
sensibles a la presencia amorosa de la Virgen Madre en su vida: "Así pues, son
dos las verdades evocadas en el signo del escapulario: por una parte, la protección continua de la
Virgen santísima, no sólo a lo largo del camino de la vida, sino también en el
momento del paso hacia la plenitud de la gloria eterna; y por otra, la certeza
de que la devoción a ella no puede limitarse a oraciones y homenajes en su honor
en algunas circunstancias, sino que debe constituir un "hábito", es
decir, una orientación permanente de la conducta cristiana, impregnada de
oración y de vida interior, mediante la práctica frecuente de los sacramentos y
la práctica concreta de las obras de misericordia espirituales y corporales".
Todo
cristiano debe experimentar ese amor hacia nuestra Madre común, cuya protección
y cuidado amoroso vivimos continuamente. Pero, más aún, debemos irradiar en el mundo la
presencia de esta Mujer del silencio y de la oración, siendo
apóstoles convencidos de la verdad y la bondad.
Cerca
ya la Jornada Mundial de la Juventud invito a nuestros muchachos para
que, a través del ejemplo de María, Nuestra Señora del Carmen, pueden aprender a ser humildes y reconocer que
todos tenemos un papel importante que desempeñar en el mundo, sin importar cuán
grande o pequeño parezca.
En efecto, la joven María demostró una fe
inquebrantable al aceptar el mensaje del ángel Gabriel de que daría a luz al
Hijo de Dios. Su confianza en la voluntad de Dios y su disposición a seguir su
plan son una inspiración para los jóvenes que buscan fortalecer su propia fe y
confiar en Dios en medio de los desafíos de la vida.
¡Nuestra Señora del Carmen, Ruega por Nosotros!