Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
Cuanto
más cerca estamos de la Jornada Mundial de la Juventud -Portugal- 2023, más
urgente se hace fijar la mirada en nuestros jóvenes para reconocer que su
presencia y participación activa en la Iglesia son fundamentales para revitalizar
a todo el Pueblo de Dios. De ellos depende el fortalecimiento de la fe de las
próximas generaciones.
No
podemos negar el progresivo alejamiento de la fe de las nuevas generaciones,
antes bien, cabe preguntarnos en cuánto hemos contribuido los católicos de hoy
a la desafección hacia la Iglesia. En este sentido, debemos revisar nuestros
planes pastorales, su cercanía a la realidad y encaminar nuestros esfuerzos
para presentar con fidelidad a Cristo, el siempre joven, y a su Iglesia, no
como una institución anticuada y decadente, sino como lo que es, una comunidad
viva, el seguimiento de Jesús plenifica el alma, da sentido a la vida y alegra nuestros
corazones. Un corazón creyente no envejece jamás.
Asimismo,
nuestros métodos deben ponerse a tono con los tiempos y no desperdiciar las
nuevas tecnologías, que son prácticamente su ambiente natural; estimulando a
los jóvenes para contribuyan a
actualizar, con nuevos lenguajes, la concepción que se tiene sobre Cristo y la
Iglesia.
Sabemos
que ese descenso en el número de jóvenes que se declaran creyentes, también es
fruto de una campaña muy organizada, tanto a nivel político como ideológico, y
dirigida desde muchos frentes a esta población, al punto de avergonzarlos, en
diversos ambientes, incluso académicos, por sus creencias religiosas. Hoy es
normal escuchar que los jóvenes no son practicantes o se definen como ateos,
agnósticos o no creyentes.
No
se trata, exclusivamente, de repensar lo que podemos darles a los jóvenes sino
lo que ellos pueden aportar a la Iglesia con su energía, su entusiasmo y con una
perspectiva fresca, sus ideas innovadoras y creativas. Su pasión puede inspirar
a otras generaciones a revitalizar la vida espiritual de la comunidad. También
con gran alegría he constatado que son muchos los muchachos que están viviendo
alegremente su fe.
Debemos
abrir más espacios de participación de los jóvenes en la Iglesia en los que
ellos puedan manifestarse de diversas formas sin perder el brillo de la etapa
que viven, como liderar grupos, participar en actividades de servicio
comunitario, entre otras. Sin duda, a través de estas oportunidades, los
jóvenes pueden cultivar su fe, desarrollar habilidades de liderazgo y aprender
a vivir de acuerdo con los principios cristianos.
Preguntémonos:
¿Estamos brindando un espacio acogedor que aliente la participación activa de
los jóvenes? ¿Escuchamos sus voces, valoramos sus opiniones o los involucramos
en la toma de decisiones que afecten a las comunidades? ¿Fomentamos su involucramiento o
descalificamos sus aportes?
Recordemos
que ellos son el rostro joven de la Iglesia y desempeñan un papel vital pues, como
cualquier otra organización, sin juventud la Iglesia se muere. Sin jóvenes no
hay relevo. Este rostro joven que estaremos contemplando el próximo 8 y 9 de
julio en el Estadio Nacional, ya son muchos los que están preparáondose para
asistir, pero, valga la ocasión para decirles a los que no se han anotado, que
lo hagan, será una hermosa manifestación de alegría en el seguimiento de Jesús,
el único al que hay que seguir, porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
Así, anticipadamente nos estaremos uniendo como Iglesia a la Jornada Mundial de
la Juventud.
Reitero
mi invitación a todos los agente de evangelización a retomar la importancia de
estos temas que involucran a nuestros muchachos, acompañándolos en sus procesos
de discernimiento de la fe, siendo guías pacientes y respetuosos, ayudándolos a
responder a la llamada que el Señor le dirige a cada uno de ellos para realizar
el propio proyecto de vida y alcanzar la verdadera felicidad.