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Obispo Auxiliar

Discurso misionero

Monseñor Daniel Blanco Méndez, obispo auxiliar de San José

Después de las fiestas pascuales y de las solemnidades de la Santísima Trinidad y del Cuerpo y la Sangre de Cristo, retomamos los domingos del Tiempo Ordinario, en los cuales se nos permite contemplar, a la luz de la Palabra de Dios, la totalidad del misterio salvífico, a través de las acciones que Cristo realiza durante su ministerio público.  Estas acciones son, principalmente, la predicación del Reino, los milagros que realiza y sus gestos de compasión y misericordia.
Este año, que corresponde la lectura del evangelio de San Mateo, hemos escuchado, en la primera parte del Tiempo Ordinario, antes de la Cuaresma, el hermoso discurso de Jesús, conocido como el Sermón de la Montaña, que nos invitaba a vivir la plenitud de la ley que es el amor.
Al retomar este Tiempo Ordinario, el evangelio de Mateo, nos presenta el pasaje con el cual inicia otra gran predicación de Jesús y que se conoce como el discurso misionero.  Este discurso inicia con el llamado de los doce apóstoles y su envío a anunciar el Reino.
Este pasaje evangélico tiene varios elementos importantes que debemos resaltar en nuestra reflexión:
1. San Mateo evidencia cómo Jesús observa a las gentes, ve sus cansancios y sus sufrimientos.  Se da cuenta que aquellos que lo siguen, son como ovejas que no tienen pastor y se compadece de ellos.
Esta forma de actuar de Cristo, manifiesta el modo de actuar de Dios, porque así como en el Éxodo YHWH trajo hacia sí al pueblo elegido sobre alas de águila, cuidándolo, rescatándolo de la esclavitud y haciéndolo el pueblo de su propiedad, reino de sacerdotes y nación santa, del mismo modo Cristo se entregó por nosotros, para salvarnos a precio de sangre, mostrando su amor perfecto, muriendo por nosotros pecadores, siendo él justo.  Como ha dicho San Pablo en la segunda lectura, ésta es la prueba más grande de que Dios nos ama.
Y esto es así, porque el amor de Dios se traduce en compasión, Dios es compasivo, es decir, padece-con nosotros, se pone en nuestro lugar, en nuestros zapatos; enseña el papa Francisco: «La compasión no es un sentimiento de pena que nos hace decir pobrecito, sino que es un involucrarse en el problema de los demás, es jugarse la vida allí, con el hermano» (17.09.2017).
Este Dios compasivo, se ha involucrado en nuestros problemas y se ha jugado la vida, es más, ha dado la vida por cada uno de nosotros.
2. Cuando Jesús constata la multitud extenuada y abandonada, ha querido involucrar al ser humano, en la atención al que sufre y por eso ha enviado a los doce.  Y en este envío les otorga sus mismas potestades, es decir, los envía a anunciar el Reino, es decir a anunciar la cercanía de este Dios que es amor, con el poder de curar enfermos, resucitar muertos, limpiar leprosos y expulsar demonios.  Dando gratis lo que han recibido gratis.
Nos enseñaba el papa Benedicto XVI:  «a los Doce "les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia" (Mt 10, 1). Los Doce deberán cooperar con Jesús en la instauración del reino de Dios, es decir, en su señorío benéfico, portador de vida, y de vida en abundancia, para la humanidad entera. En definitiva, la Iglesia, como Cristo y juntamente con él, está llamada y ha sido enviada a instaurar el Reino de vida y a destruir el dominio de la muerte, para que triunfe en el mundo la vida de Dios, para que triunfe Dios, que es Amor» (15.06.2008).
3. El abandono y el cansancio del que es testigo Jesús al contemplar a la multitud, sigue siendo hoy el abandono y el cansancio de la humanidad que constantemente necesita de la compasión que Dios constantemente desea manifestarnos, por esto, cada bautizado, debe recordar el compromiso apostólico adquirido con el bautismo y con la confirmación.
Todos debemos sentirnos llamados e involucrados en la misión de la Iglesia Apostólica de anunciar el Reino, de llevar la cercanía de Dios, su compasión, su amor y su misericordia a tantos hermanos que siguen estando como ovejas sin pastor.
Esto lo hacemos, porque nuestros nombres se unen al elenco de los nombres de los apóstoles llamados hace dos mil año por Jesús.  También nosotros somos llamados para colaborar en este trabajo de hacer presente, en el mundo de hoy, al Dios compasivo y misericordioso.
El Señor nos llama, no porque seamos perfectos, también nos lo recordaba el papa Benedicto «es útil tener presente que los doce Apóstoles no eran hombres perfectos, elegidos por su vida moral y religiosa irreprensible. Ciertamente, eran creyentes, llenos de entusiasmo y de celo, pero al mismo tiempo estaban marcados por sus límites humanos, a veces incluso graves. Así pues, Jesús no los llamó por ser ya santos, completos, perfectos, sino para que lo fueran, para que se transformaran a fin de transformar así la historia. Lo mismo sucede con nosotros y con todos los cristianos» (15.06.2008).
Debemos tener la certeza de que el Espíritu Santo, que actuaba en los doce es el mismo que actúa en cada uno de nosotros bautizados y confirmados y es el que nos permite realizar, en la coyuntura actual, los signos del Reino de amor, de justicia, de paz y de compasión en medio de los hermanos.