(VIDEO) Mons. Daniel Blanco, obispo auxiliar Arquidiócesis de San José
Continuando con las celebraciones que la Iglesia nos presenta después de las fiestas pascuales, celebramos estE domingo la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Esta solemnidad, que también conocemos como Corpus Christi surge en la historia como una necesidad de dar culto a la Eucaristía y, por medio de una procesión, decir públicamente que los católicos profesamos que en las especies consagradas está presente Cristo, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad y rechazar así las herejías que surgían y que negaba la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Por tanto, esta fiesta, debe llevarnos a renovar nuestra fe en la presencia real y sacramental de Cristo en la Eucaristía y a testimoniar esta fe en la realidad actual.
Jesús en el discurso del Pan de Vida, de donde es tomado el texto del evangelio que hemos escuchado, hace referencia al «maná que comieron sus padres en el desierto» y la primera lectura del libro del Deuteronomio, presenta a Moisés recordando los cuarenta años del éxodo, momentos de dolor, de sufrimiento, de soledad y de muerte. En este camino Dios sale al encuentro de su pueblo para mostrarles su misericordia sacando agua de la aridez de la roca y alimentándolos con el maná.
El maná, para el pueblo judío, es por tanto, signo de la misericordia de Dios, que al hacerlos pueblo elegido, pueblo de la Alianza, los cuidó por el desierto y los guió hasta la Tierra Prometida.
Siguiendo con la referencia al maná, Jesús dice en el evangelio, que Él es el «Pan bajado del Cielo, no como el maná que comieron sus padres y murieron, sino que el que come de este pan vivirá para siempre». Jesús se presenta como un alimento superior al maná; su carne y su sangre, pan vivo bajado del cielo, alimentan al creyente para llevarlo, ya no por el desierto hasta la tierra prometida, sino para llevarlo, luego de peregrinar en este mundo, hasta la eternidad del cielo.
El pan bajado del cielo, que Jesús nos da como alimento, es el pan y el vino que por la acción sacramental se convierten en su cuerpo y en su sangre. El cuerpo y la sangre que se entregan cruelmente en la Cruz el Viernes Santo, pero que en cada Eucaristía, actualizan de forma incruenta aquel sacrificio de la Cruz y se nos da para alimentarnos, fortalecernos y acompañarnos en el desierto de la vida y llevarnos a vivir la misma vida de Cristo con quien nos unimos íntimamente al comerlo sacramentalmente. Por eso la celebración eucarística y la comunión eucarística son anticipo de la vida gloriosa que el Señor nos ha prometido.
Es decir, la Eucaristía es Banquete Sacrificial, porque actualiza el sacrificio único de Cristo en la cruz, y anticipa también, el banquete festivo del cielo, al cual todos estamos invitados por el acontecimiento pascual de Cristo.
Además de esta verdad de fe tan hermosa que nos ha regalado el texto del Evangelio, San Pablo en la Segunda Lectura, nos hace considerar otro elemento importantísimo que la Eucaristía regala a la comunidad de fe, que es la comunión.
El pan y el vino consagrados nos unen a Cristo y nos unen entre nosotros, por eso al hecho de tomar la eucaristía le llamamos comunión.
En medio de lo distintos que somos todos los bautizados, el Pan que es uno, porque Cristo es uno, se parte y se reparte entre nosotros para alimentarnos y para unificarnos. Nos une en medio de las diferencias? diferencias que no nos separan ni dividen, sino que nos fortalecen para construir comunión y poner esas diferencias al servicio de la construcción del Reino.
Es importante, por tanto, enfatizar en la razón por la que nació la fiesta que hoy celebramos: dar testimonio al mundo de que los católicos creemos en la presencia real y sacramental de Cristo en las especies consagradas.
Por lo que podemos preguntarnos, ¿cómo podemos dar testimonio de nuestra fe en la Eucaristía hoy, además de hacerlo con las procesiones que se realizarán en nuestras parroquias?
El llamado de Pablo en la Segunda Lectura se hace muy actual y necesario. Digamos al mundo que creemos en Jesús Sacramentado, porque buscamos la unidad en medio de las diferencias que existen en nuestras comunidades.
Porque los distintos carismas suscitados por el Espíritu, nos fortalecen para acercarnos, los unos a los otros, en el trabajo común por la construcción del Reino.
Así lo ha enseñado el recordado papa Benedicto XVI: «la Eucaristía, mientras nos une a Cristo, nos abre también a los demás, nos hace miembros los unos de los otros: ya no estamos divididos, sino que somos uno en él. La comunión eucarística me une a la persona que tengo a mi lado, y con la cual tal vez ni siquiera tengo una buena relación, y también a los hermanos lejanos, en todas las partes del mundo. De aquí, de la Eucaristía, deriva, por tanto, el sentido profundo de la presencia social de la Iglesia, come lo testimonian los grandes santos sociales, que han sido siempre grandes almas eucarísticas. Quien reconoce a Jesús en la Hostia santa, lo reconoce en el hermano que sufre, que tiene hambre y sed, que es extranjero, que está desnudo, enfermo o en la cárcel; y está atento a cada persona, se compromete, de forma concreta, en favor de todos aquellos que padecen necesidad. Del don de amor de Cristo proviene, por tanto, nuestra responsabilidad especial de cristianos en la construcción de una sociedad solidaria, justa y fraterna» (23.06.2011).
Que el testimonio público de nuestra fe en Cristo Eucaristía, que tiene como finalidad la celebración del Corpus Christi, lo realicemos, tanto con las manifestaciones hermosas que conllevan las procesiones eucarísticas que realizamos por las calles de nuestras comunidades, como comprometiéndonos a trabajar por construir más la unidad entre nosotros poniendo al servicio de los hermanos, especialmente de los más necesitados nuestros dones y carismas.