(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano
El hombre está hecho para la paz, que es siempre, un don que Dios nos confía y, como enseña San Agustín, "es entre los bienes pasajeros de la tierra el más dulce de los que se puede hablar, el más deseable que puede codiciarse y lo mejor que se puede encontrar". [1]
Sí, la paz es un don, que tiene como fundamento a Dios, pero el ser humano jamás está dispensado de su responsabilidad de buscarla y de esforzarse por establecerla. El don divino de la paz impulsada por la Providencia, en su amor por nosotros, no nos abandona nunca, sino que nos conduce misteriosamente por diversas vías para experimentarla, aún así, la paz es, también, una conquista y una realización humana.
Cristo, con su palabra y ejemplo, suscitó nuevos comportamientos de paz y puso la ética de la paz muy por encima de las actitudes corrientes de justicia y armonía. "Al inicio de su ministerio, él proclama: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9). Él envía a sus discípulos a llevar la paz de casa en casa, de pueblo en pueblo (Ibíd. 10, 11-13). Los invita a preferir la paz a toda venganza e incluso a ciertas reclamaciones legítimas, queriendo así arrancar del corazón del hombre la raíz de la agresividad (ibid. 5, 38-42). [2]
Fieles a Cristo, debemos contribuir valientemente a la implantación de la paz en este mundo, empezando por nuestros propios corazones: "Pónganse, pues, el vestido que conviene a los elegidos de Dios, sus santos muy queridos: la compasión tierna, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia". Dejen que la paz de Dios reine en su corazón" (Col 3, 12.15). Cuando se acoge a Jesucristo se vive la experiencia de un don inmenso y nos lleva a compartir la vida misma de Dios, es decir, la vida de la gracia. En particular, Jesucristo nos da la verdadera paz que nace del encuentro confiado del hombre con Dios.
Si nuestra vida se consume por la discordia, la enemistad y el desacuerdo que nos alejan de este camino que Jesús nos señala, flaco favor hacemos a la causa de la paz.
La promoción de una convivencia basada en la verdad, la libertad, el amor y la justicia, será siempre la forma más eficaz de sembrar y construir la paz y esta es una tarea común a todos los actores sociales, incluyendo a la Iglesia, pues implica educar a la gente para que sea más tolerante y respetuosa, más abierta a la negociación pacífica para resolver sus diferencias sin violencia o amenazas.
Esto también implica, asimismo, abrazar el diálogo y la escucha, incluir respetuosamente a todas las personas en el debate político para promover la justicia y el respeto de los derechos humanos y de la dignidad humana.
En nuestro contexto social la construcción de paz depende, en gran medida, del reconocimiento de que somos una sola familia humana, en las que las propias necesidades y las del prójimo, son válidas. "La paz es principalmente la realización del bien común de las diversas sociedades... Precisamente, por esta razón se puede afirmar que las vías para construir el bien común son también las vías a seguir para obtener la paz". [3]
Promover el bien de todos, fomentando la inclusión de los grupos sociales, especialmente, aquellos que se encuentran en abierta desventaja, es lograr el objetivo de contribuir al desarrollo de una comunidad sana, feliz y pacífica.
Que la paz de Cristo reine en nuestras vidas y nos infunda el anhelo de sembrar su paz en el mundo, desterrando la soberbia, el odio y la indiferencia, y asumiendo como Cristo, un modelo de vida que haga sentir a los otros bienvenidos, respetados y amados.