Responsive image

Arzobispo

"Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida"

Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano

Llegados a Pentecostés, como Iglesia, proclamamos con gozo el cumplimiento de la promesa del Señor a sus discípulos: "Yo le pediré al Padre que os dé otro Consolador, que esté siempre con vosotros" (Jn 14, 16).  Hoy, pues, renovamos nuestra fe en el otro Paráclito, el Espíritu Santo, que envía el Padre en el nombre de Cristo, y quien nos instruirá y nos irá recordando todo lo que el Señor nos ha enseñado (Cf. Jn 14, 26).

Cincuenta días después de la Pascua, el Espíritu Santo, descendiendo sobre los discípulos, reunidos con María en el cenáculo, les llenó con el poder de Dios para proclamar al mundo la enseñanza de Cristo Jesús. "Era tan grande su valentía, tan segura su decisión, que estaban dispuestos a todo, incluso a dar su vida. El don del Espíritu había puesto en movimiento sus energías más profundas, dirigiéndolas al servicio de la misión que les había confiado el Redentor".[1]

Pero Pentecostés no es un hecho que quedó anclado en el pasado, entre oraciones y alabanzas hacemos experiencia de la presencia de Dios entre nosotros, con la convicción de que la vida de la Iglesia se renueva por los prodigios que el Espíritu sigue realizando.

En efecto, el acontecimiento de gracia de Pentecostés seguirá produciendo sus maravillosos frutos, suscitando el compromiso de amar y servir con absoluta entrega a Dios y a los hermanos, pues, también hoy el Espíritu, con una fecundidad inagotable, impulsa en su Iglesia los carismas y dones siempre nuevos que atestiguan su continua acción en el corazón de los hombres.

Como nos enseña el Apóstol, nosotros no estamos más sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en nosotros: "Ustedes han recibido, no un espíritu de esclavitud (...), sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre)" (Cf. Romanos 8,14). El Espíritu Santo, nos lleva vivir de acuerdo con los principios y valores que el Señor practicó:  el amor, la bondad, la paciencia, la humildad, el servicio, la honestidad y el perdón. El Espíritu nos impulsa a hacer el bien a otros, a ser generosos, a tratar a los demás con respeto y compasión, y a comprometernos con la justicia y la verdad. 

Quizás, con cierto desaliento, en medio de la oscuridad del mundo, algunos creerán que esa acción del Espíritu es casi imperceptible, pero, y así lo recuerda el Papa Francisco: "Una mirada de fe sobre la realidad no puede dejar de reconocer lo que siembra el Espíritu Santo. Sería desconfiar de su acción libre y generosa pensar que no hay auténticos valores cristianos donde una gran parte de la población ha recibido el Bautismo y expresa su fe y su solidaridad fraterna de múltiples maneras".[2]

La mirada creyente es capaz de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad, esa luz que nos ayuda a ver más allá de lo que observamos a simple vista, y nos ayuda a tener una comprensión más profunda de Dios, sin olvidar que "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rm 5,20).

Pidamos al Espíritu Santo, nos llene de fortaleza y  siga impulsando con total vitalidad a toda la Iglesia, renovándola y edificándola, que impregne de dinamismo evangelizador a los discípulos de hoy, con la certeza de que el mismo Espíritu, es quien "hoy, igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en sus labios las palabras que por sí solo no podría hallar"[3]

Con la fuerza que él nos da, unidos a Jesucristo, no tengamos temor de anunciar el Evangelio: ¡Señor, que tu Espíritullene la tierra de paz, llegue a todos los que necesitan esperanza y nos inspire realizar lo que te es grato¡ 

 

"Ven Espíritu Santo y enciende en nosotros el fuego de tu amor"

 



[1] Juan Pablo II, Pentecostés, 31 de mayo de 1998

[2] Evangelii Gaudium, n.68

[3] Pablo VI,  Evangelii nuntiandi, n. 76