Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano
Mientras el tiempo pascual va llegando a su consumación, la Palabra de Dios proclamada este domingo, previo a la Ascensión y a Pentecostés, nos acerca al misterio insondable del Espíritu Santo.
En su discurso de despedida, durante la última cena, Jesús hace esta primera promesa del Espíritu Santo a sus apóstoles: Yo pediré al Padre, y os dará otro Paráclito el Espíritu de la verdad (Jn 14,16.17). El otro Paráclito, procede del Padre, y el Padre enviará a los Apóstoles y a la Iglesia en nombre del Hijo: el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; más el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8, 26).
Ciertamente, la compasión de Cristo por nosotros no conoce límites pues, a las puertas mismas de su angustiosa pasión, Nuestro Señor está preocupado por lo que enfrentarán los suyos. Solo quien ama como Él es capaz de negarse a sí mismo para amar "hasta el extremo" (Juan 13,1).
Nos llama la atención el nombre dado por Jesús al Espíritu Santo: Paráclito, tomado del contexto jurídico y que designa a quien viene en ayuda de otro, sobre todo en el curso de un proceso, por ello se ha traducido como defensor y abogado. De frente a todo conflicto el discípulo ha de confiar porque el Padre les dará otro Paráclito, que siempre intercede para ayudar.
Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido (Jn 17,12). Esta es la tarea que tendrá ahora el Espíritu Santo, con su gracia nos transforma y nos da un conocimiento más profundo. El otro Paráclito actúa en nosotros asegurando de modo permanente la trasmisión y la irradiación de la Buena Nueva revelada por Jesús de Nazaret.
El Espíritu Santo, nos auxilia y nos hace reaccionar: Nos invita a no perder nunca la confianza, la fe, y a volver a empezar siempre. Después de cada caída, ¡levántate! y te toma de la mano te da valor. Este Espíritu de Dios que permanece, indefectiblemente, a nuestro lado te dice: Eres hijo, eres hija de Dios, eres una criatura única, elegida, preciosa, siempre amada; aunque hayas perdido la confianza en ti mismo, Dios confía en ti.
Su misión como Paráclito es darnos la fuerza y el apoyo necesario para fortalecer nuestro caminar en la fe y cumpliendo la voluntad de Dios en nuestras vidas. Es una presencia constante que nos guía y nos anima a seguir adelante, a ser mejores personas y discípulos fieles. El Espíritu Santo aboga por nosotros e inspira las respuestas para nuestros problemas, El es la fuente de conocimiento de la verdad, y el Maestro soberano que nos ilumina y guía.
Por ello, para nosotros, los cristianos, su presencia y acción es una certeza gozosa, fundada en la promesa del Señor. Los cristianos no vivimos en la orfandad y el Espíritu Santo es la presencia permanente del amor del Padre, somos templos vivos en los que Él habita.
Espíritu Santo, enciende con tu luz nuestra vida, infunde tu amor en nuestros corazones; y, con tu perpetuo auxilio, fortalece nuestra débil carne, aleja de nosotros al enemigo, danos pronto la paz y sé Tú mismo nuestro guía,
Pidamos la gracia de disponer nuestros corazones a la presencia y acción del Espíritu Santo, poderlo escuchar y dejarnos inspirar por El para que, también, nosotros demos testimonio de Jesucristo Vivo, sin temor alguno y con plena convicción.