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Arzobispo

Yo soy el camino, y la verdad, y la vida

Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano

Dejemos que resuenen en nuestros oídos, estas palabras del Señor: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. (Juan 14, 6). Para cada uno de nosotros, por tanto, Jesús es el único mediador, caminar hacia el Padre es dejarse guiar por Jesús, por su palabra que es la Verdad, y acoger el don de Vida que solo Él nos da. 

Pero degustemos cada una de las ideas que el Señor nos regala. Primeramente, nos dice: Yo soy el Camino. Un camino es una ruta o un sendero que nos lleva de un punto a otro, o sea, conecta los puntos entre sí, pero sobre todo nos conduce a una meta. En este caso, Cristo es la única forma de llegar al Padre Dios, es el único por el cual podemos tener una relación con el Creador y llegar a la salvación.

Al respecto enseñaba Juan Pablo II, los cristianos: Debemos sostener que el camino de la salvación pasa siempre por Cristo y que, por tanto, a la Iglesia corresponde la tarea de hacerlo conocer y amar en todo tiempo, en todo lugar y en toda cultura. Fuera de Cristo, no hay salvación. Como proclamaba Pedro delante del sanedrín, ya desde el comienzo de la predicación apostólica: "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hechos 4, 12).

Depende de nosotros seguir su ruta y no dejarnos desviar del camino o distraer: Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. (Mateo 7,13)

También nos dice el Señor que Él es la verdad.  Aunque, desde el relativismo que impera en nuestra sociedad, la verdad es un concepto abstracto y subjetivo, para nosotros creyentes, Cristo es la verdad absoluta, lo que significa que no se puede negar, deformar o cambiar. Desde Él, brotan las certezas que nos sirven de fundamento en la vida de frente a corrientes de pensamiento que terminan por erradicar al ser humano de su relación esencial con la verdad que es Dios. Ante visiones estrechas de la verdad, recordemos que en Cristo el Padre revela esa Verdad que colma el corazón del hombre.

Es su verdad la que nos hace libres  la verdad de Jesús no es una idea, algo abstracto, sino que es una realidad, es Él mismo que hace la verdad dentro de nosotros, nos libera de las ficciones y de las falsedades que tenemos dentro. La verdad os hará libres (Juan 8, 32).

Finalmente, el Señor nos dice que Él es la vida, incluso experimentando toda la crueldad de quienes le llevaron a la cruz, y aún muriendo, en ningún momento dejó de ser el Señor de la vida y de la muerte. Nuestra vida cristiana se apoya en la roca más estable y segura, y de ella sacamos toda nuestra fuerza. En Cristo estamos llamados a tener la Vida de Dios en nosotros, la Vida nueva que viene de la resurrección de Cristo.

Cristo no se hizo uno de nosotros, no vivió su Pascua de pasión, muerte y resurrección para mejorar nuestra vida, para hacerla, más larga, más intensa o fácil, Él vino para que tengamos vida en abundancia (cf. Jn. 10,10). 

Esa vida en abundancia debe experimentarse en la familia y en la sociedad, empezando por el reconocimiento de la dignidad de la persona humana frente a una cultura que impone el desprecio de la vida y del amor, con la pretensión de querer decidir arbitrariamente el origen, la existencia y el destino del ser humano.

Que este gozo de la Pascua se exprese también en nuestra convicción de que Cristo es el Camino que me lleva al encuentro del Padre, que es la Verdad que me revela el misterio del hombre,  del mundo y de Dios y que es la auténtica Vida que le da sentido a mi existencia. No permitamos que el relativismo nos llene de incertidumbres o dudas, todo lo contrario, constituyámonos en constructores de firme esperanza en Cristo.