Mons. Daniel Blanco, V Domingo de Pascua
La oración colecta de este V Domingo de Pascua, nos ha recordado que Cristo, con el acontecimiento pascual lo ha renovado todo y que nos hace partícipes de esa renovación por medio del sacramento del bautismo, con el cual el Señor nos da sus auxilios que nos hacen capaces de abundar en frutos buenos y obtener la vida eterna.
Esta oración unida al hecho de que, hace algunas semanas, al iniciar la Pascua, hemos renovado nuestros compromisos bautismales, nos ayuda a comprender el mensaje tan profundo y exigente que nos regala la Palabra de Dios proclamada este Domingo.
Es precisamente por el Bautismo, que somos, como nos lo recordaba San Pedro en la Segunda Lectura, piedras vivas de este edificio espiritual que es la Iglesia, donde Cristo es la piedra angular. Somos sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de Dios, llamados a realizar las mismas acciones de Cristo (oraciones, sacrificios espirituales, obras de misericordia) para iluminar, de esta manera, las tinieblas del mundo.
Esta configuración con Cristo que nos regala el Bautismo, también nos asegura que nuestra meta es participar de la gloria de Cristo Resucitado y que nuestro peregrinar por este mundo, en medio de las situaciones difíciles, culmina con el encuentro definitivo con Dios en las moradas eternas.
Así nos lo recuerda el papa Francisco, comentando este pasaje del evangelio de San Juan: « No lo olvidemos: la morada que nos espera es el Paraíso. Aquí estamos de paso. Estamos hechos para el Cielo, para la vida eterna, para vivir para siempre. Para siempre: es algo que ni siquiera podemos imaginar ahora. Pero aún más bello es pensar que este para siempre será totalmente en el gozo, en la comunión plena con Dios y con los otros, sin más lágrimas, sin más rencores, sin divisiones ni angustias» (10.05.2020).
Esta verdad es con la cual Jesús, en la última cena, quiere animar a sus discípulos, luego de anunciar la traición de Judas y las negaciones de Pedro: Él debe irse, pero lo hace para prepararnos una morada en el cielo. Por esto, el llamado de Jesús, ante la duda del apóstol Tomás, sobre cuál camino seguir para llegar a esta morada, es que debemos confiar en el Padre y confiar también en Él, que es Camino, Verdad y Vida.
San Agustín explica esta frase afirmando: «Jesús está diciendo: ¿Por dónde quieres ir? Yo soy el Camino. ¿Adónde quieres ir? Yo soy la Verdad. ¿Dónde quieres permanecer? Yo soy la Vida, el Verbo de Dios, que es Verdad y Vida junto al Padre, se ha hecho Camino asumiendo la naturaleza humana. Camina contemplando su humildad y llegarás hasta Dios» (San Agustín, Sermones 142).
Por tanto, el seguimiento de Cristo, que se hace Camino, Verdad y Vida, asumiendo la naturaleza humana, implica, para todos nosotros bautizados, esa misma radicalidad evangélica que implica ponerse al servicio del otro, ser misericordioso y compasivo con el otro, tal y como lo hizo Jesús. No puede haber vida cristiana sin esa entrega al prójimo que se traduce en solidaridad, caridad, servicio, perdón, compasión, misericordia, elementos que no pueden ser accesorios en la vida cristiana, sino que deben ser parte esencial de todo aquel que dice creer en Dios y profesar la fe en Jesucristo Resucitado, porque ya lo decía con total claridad el mismo Cristo al final del evangelio «el que crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aún mayores».
Precisamente, el descuido de la vivencia de la caridad es lo que provoca la primera discrepancia en la primitiva comunidad cristiana, quienes en diálogo, fraternidad y guiados por el Espíritu Santo, eligen e imponen las manos a siete hombres justos y sabios para que asumieran el ministerio de la caridad. Son llamados diáconos, es decir, servidores y ellos sacramentalizan la caridad, sacramentalizan el servicio, es decir, hacen visible y concreto, en medio del mundo, el amor de Dios con el gesto de servir al más necesitado.
Y aunque el diaconado sigue siendo un ministerio activo en la Iglesia, el ejercicio de la misericordia es un llamado para todo bautizado, porque quien cree hace las obras de Cristo.
Somos piedras vivas que construimos la Iglesia; seguimos a Cristo, Camino, Verdad y Vida y le hemos dicho al mundo en esta Pascua que creemos en Dios, que Él nos siga regalando su Gracia, para que cada día podamos abundar en frutos buenos, es decir en un servicio lleno de misericordia, compasión y amor por los hermanos, que haga creíble el nombre de cristianos que se nos ha dado con el bautismo.