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Obispo Auxiliar

"Soy la puerta de las ovejas"

Mons. Daniel Blanco, IV Domingo de Pascua


Cada año, el IV Domingo del tiempo pascual, la Palabra de Dios nos presenta la figura de Cristo Buen Pastor, particularmente por la narración del capítulo décimo del evangelio de San Juan, denominado precisamente, como el discurso del Buen Pastor.

Este año, hemos escuchado el inicio de este discurso, en el cual Cristo, no sólo se autodenomina Buen Pastor, sino que también ha dicho «soy la puerta de las ovejas».

La figura del Pastor que nos ha presentado esta primera parte del capítulo décimo de San Juan, es la de aquel pastor, que conoce a sus ovejas por su nombre, que las ovejas también lo conocen a él, reconocen su voz, que las llama por su nombre, y lo siguen, para obtener de él el alimento, el cuidado y la protección.

De esta forma se diferencia de los malos pastores, que en el Antiguo Testamento el profeta Ezequiel afirmaba que se aprovechaban de las ovejas, utilizando su leche y su lana, pero que no les ofrecían ningún cuidado.  La promesa del Señor por medio de Ezequiel de dar un Buen Pastor que dé la vida por sus ovejas se cumple en Jesucristo.  Él es la personificación de ese Pastor Bueno, elogiado y anhelado por el salmista que unge nuestras cabezas y nos lleva a vivir a su casa por años sin término.

Es Él, como nos ha dicho San Pedro en la Segunda Lectura quien «por sus llagas nos ha curado, porque éramos como ovejas descarriadas, pero ahora hemos vuelto al pastor y guardián de nuestras vidas».

Este tiempo pascual, es un tiempo en el que desde el primer día se nos ha recordado la importancia del bautismo.  Bautismo que nos hace participes de la resurrección de Cristo y en el que se nos da un nombre, nombre con el cual somos conocidos por la comunidad, pero también es un nombre inscrito en el cielo, un nombre por el cual somos conocidos por el mismo Cristo, nuestro Pastor Bueno, quien nos llama por nuestro nombre, y espera que le sigamos, él no nos obliga, no va detrás forzándonos a caminar, sino que va delante y con su voz, nos invita a seguirlo.

No importa donde estemos, podemos estar incluso fuera del rebaño, pero él nos llama por nuestro nombre, nos conduce y nos hace entrar por la puerta que nos da la salvación.

Jesús, se da, también, el título de Puerta de las Ovejas.  El que entra por Él se salvará.  Él es Pastor y es Puerta, él asume toda la responsabilidad de nuestra salvación, no hay otro que nos salve, es Él, el Mesías y el Señor, como lo ha llamado Pedro en la Primera Lectura, recordando que Jesucristo, a quien crucificaron, es Dios Salvador.  Es Él quien ha venido para darnos vida y vida en abundancia.

Estos títulos que hoy la liturgia nos presenta de Jesucristo, manifiestan de modo particular la esencia de su Divinidad:  Dios es amor, y sale a nuestro encuentro por amor, nos llama por amor y nos salva por amor.

¿Cómo podemos responder a ese amor?  Vuelve a surgir el compromiso bautismal de ser testigos y por tanto hoy se nos invita a ser testigos del Buen Pastor, ser testigos del amor de Dios.  San Pedro en la lectura de los Hechos de los Apóstoles, el día de Pentecostés, ha expresado su predicación cuánto Dios nos ha amado, amor que se manifiesta en la injusta condena de la cruz.  Predicación que llegó al corazón de los oyentes que inmediatamente pidieron el bautismo.

Este compromiso bautismal de ser testigos se concretiza en diversas vocaciones que el Espíritu Santo va suscitando, por esto, hoy al celebrar la LX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, el papa Francisco nos ha recordado: «En la Iglesia, todos somos servidores y servidoras, según diversas vocaciones, carismas y ministerios. La vocación al don de sí en el amor, común a todos, se despliega y se concreta en la vida de los cristianos laicos y laicas, comprometidos a construir la familia como pequeña iglesia doméstica y a renovar los diversos ambientes de la sociedad con la levadura del Evangelio; en el testimonio de las consagradas y de los consagrados, entregados totalmente a Dios por los hermanos y hermanas como profecía del Reino de Dios; en los ministros ordenados (diáconos, presbíteros, obispos) puestos al servicio de la Palabra, de la oración y de la comunión del pueblo santo de Dios. Sólo en la relación con todas las demás, cada vocación específica en la Iglesia se muestra plenamente con su propia verdad y riqueza. En este sentido, la Iglesia es una sinfonía vocacional, con todas las vocaciones unidas y diversas, en armonía y a la vez ?en salida? para irradiar en el mundo la vida nueva del Reino de Dios».

Pidamos al Espíritu de Dios, que cada uno de nosotros, desde nuestra vocación, hagamos presente en el mundo la bondad, la misericordia y el amor de Cristo Bueno Pastor, en medio de los hermanos.