Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano
En este camino litúrgico de la Pascua, escuchamos cómo Jesús dice de sí mismo: "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas" (Juan 10, 11), palabras que nos remiten, nuevamente, a su pasión y muerte pues con un amor incondicional se ofreció, hasta la muerte por todos nosotros. Él, muriendo en la cruz, da la vida por sus ovejas.
Es Buen Pastor porque establece una profunda relación con su rebaño. "a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera (...) Y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz" (Jn 10, 3-4). Por su parte, la actitud del rebaño hacia el Buen Pastor, Cristo, se nos resume con dos verbos: escuchar y seguir. Quien sigue al Señor ante todo, escucha su Palabra, de la que nace y se alimenta la fe. Sólo quien está atento a la voz del Señor es capaz de tomar sabias y correctas decisiones para actuar según Dios.
De la escucha deriva el seguimiento de Cristo: se actúa como discípulos después de haber escuchado y acogido interiormente las enseñanzas del Maestro, a esto responde una vida coherente.
El Pastor y las ovejas experimentan un conocimiento mutuo y una pertenencia total: él las cuida, y ellas confían en él, por esto, con certeza absoluta cada uno de nosotros hace suyas las palabras del salmo 23: "El Señor es mi pastor, nada me falta".
La liturgia de este domingo está pues, llena de la alegría pascual, cuya fuente es la resurrección de Cristo. Todos nosotros nos alegramos de ser "su pueblo y ovejas de su rebaño" (Sal 100, 3) y de esta alegría participa cada una de las ovejas del gran rebaño del Resucitado.
En efecto, la resurrección se ha convertido en la confirmación de su victoria, el triunfo del amor del Buen Pastor, que dice: "Ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna, y no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano".
Pero esta conciencia del amor de Dios por nosotros moviliza a todo el pueblo de Dios a experimentar la misma cercanía y compasión por todas las ovejas del rebaño del Señor Buen Pastor, especialmente, por aquellas más frágiles y se nos invita a no pasar indiferentes ante el dolor, ante la desesperanza. Cada bautizado debe imitar a Cristo quien "al contemplar a las muchedumbres, sintió compasión, porque estaban decaídos y desanimados como ovejas sin pastor"(Mateo 9, 36).
En este día celebramos, tradicionalmente, la Jornada Mundial de las Vocaciones, pues surge casi de modo espontáneo, recordar a los pastores de la Iglesia, a quienes se están formando para ser pastores, y a todos aquellos que tienen responsabilidades en la guía del rebaño de Cristo, para que sean fieles y sabios al desempeñar su ministerio, de allí mi sincero llamado a que cada comunidad eclesial promueva y cuide las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
Invito al pueblo de Dios a pedir al Señor, para que obispos y presbíteros según su corazón, alimentemos con el Pan de la palabra y la Mesa de tu Cuerpo y Sangre al rebaño que nos ha sido encomendado, pero que también estemos dispuestos a ser "siempre canales del consuelo del Señor y testigos gozosos del Evangelio; profecía de paz en las espirales de la violencia; discípulos del Amor dispuestos a curar las heridas de los pobres y de los que sufren".[1]
Como nos enseña el Santo Padre: "Recordemos que, si vivimos para "servirnos" del pueblo en vez de "servir" al pueblo, el sacerdocio y la vida consagrada se vuelven estériles. No se trata de un trabajo para ganar dinero o tener una posición social, ni tampoco para resolver la situación de la familia de origen, sino que se trata de ser signos de la presencia de Cristo, de su amor incondicional; del perdón con el que quiere reconciliarnos; de la compasión con la que quiere hacerse cargo de los pobres. Nosotros fuimos llamados para ofrecer la vida por los hermanos y las hermanas, llevándolos a Jesús, el único que cura las heridas del corazón".[2]
Pidamos al Señor para que siga fortaleciendo a la inmensa mayoría de los pastores, que están entregando con verdadera generosidad su vida a favor del Rebaño, dando verdadero ejemplo y viviendo conforme a la voluntad de Dios.
¡Buen Pastor, fortalece a los que has llamado, ayúdalos a crecer en amor y santidad, para que respondan plenamente a su vocación!