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¿Dónde está la alegría pascual?

Juan Manuel Arias Obando, Arquidiócesis de San José, IV Formando Pastores al Estilo de Jesús.

Hace quince días, en nuestros corazones se experimentaba la alegría de la noche santa de la Pascua: comenzaba la celebración en tinieblas, asombrarse cómo una gran vela (el Cirio Pascual) interrumpía la oscuridad e iluminaba el interior de las iglesias, cómo se llenó de luz una vez que levantamos nuestros pascualitos mientras cantamos el gran Pregón Pascual: Exulten los coros de los ángeles. La Iglesia nos deleitó con las 7 lecturas del Antiguo Testamento y sus salmos, entonamos juntos el Himno del Gloria, así como volvimos a cantar Aleluya. En pie, se proclamó el santo Evangelio; comulgamos el Cuerpo y la Sangre sacrificada y glorificada de nuestro Señor. Luego, el día siguiente las procesiones y la Santa Misa. Pero, cuando llegaron los días siguientes, todo transcurrió con normalidad: trabajo, presas, soportar personas, tensión, etc. 

Surge la pregunta ¿dónde queda la alegría pascual?

La Palabra de Dios tiene un texto sagrado que es sencillo y profundo. Lo impactante de ello no es solamente lo que se narra, sino que nosotros estamos allí. 

El evangelista Juan nos coloca en el lago de Tiberiades en compañía de 7 discípulos, presididos por Pedro. ¡Ellos han vivido la alegría de ver con sus propios ojos al Resucitado! Pero ¿qué está sucediendo? Les dice Simón Pedro: -Voy a pescar. Los otros responden: -Nosotros también vamos. Salieron y subieron a la barca; pero aquella noche no pescaron nada. (Jn 21, 3-4). 

Sucede algunas veces que ese fuego pascual se nos apaga, dejamos que el viento de la rutina y el frío de las tristezas nos alejen del ardor del Resucitado; volviendo a lo mismo de antes, a la vida sin un horizonte de eternidad, solo pensando en lograr una pesca que alcance para lo necesario. 

Es allí donde Jesucristo no se da por vencido, no se contenta en contemplar nuestro rostro, el de sus discípulos, estando tristes, preocupados. Él se hace presente en los momentos donde parece que la pesca de la vida no tiene frutos. Allí en el horizonte aparece la figura resplandeciente, la cual nos urge descifrar quién es.

El que está enamorado de alguien sabe qué signos darle para que le reconozcan. Eso mismo hace Jesús en el texto:  Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán. Tiraron la red y era tanta la abundancia de peces que no podían arrastrarla (v. 6). Ese detalle sencillo bastó para que ellos vieran que algo estaba sucediendo: la red vacía comenzaba a repletarse. Cristo sabe qué signo, cuál palabra, cuál detalle puede hacer que tu corazón se mueva reconociendo que hay Alguien capaz de darle sentido a la vida que llevamos. 

En ese momento es donde de nuestros labios brota: Es el Señor (v. 7). Para los discípulos este detalle de tirar la red a la derecha fue un gesto de amor de Jesús porque sabía que así lo reconocerían. En nuestro caso, quizá no nos diga tire la red a la derecha porque, posiblemente, no tenemos una red en casa. Pero sí sabe cuál es el lenguaje del amor que cada uno necesita para reconocer su presencia. De esta forma, la alegría de la Pascua se mantendrá como una llama constante, reconociendo en el horizonte de nuestra vida una figura radiante como el sol que nos espera para que, junto con Él, crucemos el umbral de este mundo y entremos con Él a la eternidad. 

Simplemente confiemos en Él... Déjate encender el Cirio Pascual que llevas en tu corazón.