(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano
El pasaje de los discípulos de Emaús, es una hermosa catequesis o instrucción con la que los cristianos podemos identificarnos. En efecto, en ellos descubrimos un proceso de discernimiento que los lleva de la decepción al gozo, como reza el salmo: "Has cambiado mi lamento en baile, abandonaste el luto y me dejaste con alegría." (Salmo 30, 12)
Los discípulos, no son ajenos a caminar en medio de la penumbra y el ánimo sombrío, defraudados y sin esperanza. Aquellos caminantes de Emaús, son el vivo retrato de quienes habiéndose ilusionado con Cristo, ahora, sobrepasados por la experiencia de la Cruz, se retiran cargando un duelo que les hunde en la aflicción y así lo refieren al Señor en sus propias palabras: "Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto".
Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. El Señor se ofrece como compañero de camino, dando su tiempo y apoyo al que lo necesita, comparte palabras de aliento y ánimo, acompaña en las penas y alivia el sufrimiento.
El Señor explicó a los discípulos las Escrituras y cómo estas se relacionaban con él. Sin percatarse, Jesús comienza a guiar a los suyos, transmitiendo vida a quienes no ven futuro. Él es un rayo de luz que despierta la esperanza y, poco a poco abre nuestro espíritu al conocimiento de la verdad. Por ello, los mismos discípulos más tarde atestiguan cómo «ardía» su corazón mientras él les hablaba.
Luego ellos, de un modo natural le piden "Quédate con nosotros" y Él aceptó. Jesús partió el pan y allí, finalmente, se abrieron sus ojos. ?En el camino de nuestras dudas e inquietudes, y a veces de nuestras amargas desilusiones, el divino Caminante sigue haciéndose nuestro compañero para introducirnos, con la interpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios. Cuando el encuentro llega a su plenitud, a la luz de la Palabra se añade la que brota del «Pan de vida», con el cual Cristo cumple a la perfección su promesa de «estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo» (cf. Mt 28,20).[1]
En la Eucaristía, Cristo hace presente a lo largo de los siglos el misterio de su muerte y resurrección y en ella se le conoce y se le recibe en persona, como pan vivo que ha bajado del cielo (Jn 6,51).
Es importante también destacar y, justamente, el papa Francisco lo retoma en su mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones, a celebrarse el 22 de octubre de este año, bajo el lema: "Corazones fervientes, pies en camino" (cf. Lc 24,13-35) es el hecho que aquellos dos discípulos que primero estaban confundidos y desilusionados, en el encuentro con Cristo en la Palabra y en el Pan partido encendieron su entusiasmo para volver a ponerse en camino hacia Jerusalén y anunciar que el Señor había resucitado verdaderamente.
"En el relato evangélico, percibimos la trasformación de los discípulos a partir de algunas imágenes sugestivas: los corazones que arden cuando Jesús explica las Escrituras, los ojos abiertos al reconocerlo y, como culminación, los pies que se ponen en camino. Meditando sobre estos tres aspectos, que trazan el itinerario de los discípulos misioneros, podemos renovar nuestro celo por la evangelización en el mundo actual".
Cuando reconocemos a Jesús «al partir el pan» somos liberados de la tristeza y del vacío interior, pues "con Jesucristo siempre nace y renace la alegría".[2]
No es posible encontrar verdaderamente a Jesús resucitado sin sentirse impulsados por el deseo de comunicarlo a todos. Contemos y testimoniemos nuestra experiencia de vida en el Señor, sobre todo, en los tiempos actuales en que experimentamos el gran reto y responsabilidad de acompañar a nuestros hermanos en el proceso de la fe. Comprendemos que no solamente es una palabra que debemos pronunciar, sino, una vida que se convierte en mensaje. Este mundo no podrá avanzar si no se deja acompañar por Cristo.