(VIDEO) Mons. Daniel Blanco, II Domingo de Pascua
Estamos celebrando con gozo y esperanza la fiesta de la Pascua, los cristianos celebramos este tiempo, como si fuese un Gran Domingo con el que festejamos lo que da fundamento a nuestra fe: La Resurrección de Jesucristo.
Este día, precisamente concluimos esta primer semana, conocida como la Octava de la Pascua. Esta semana se cierra con un domingo que a lo largo de la historia ha tenido distintos nombres: Domingo in albis, Domingo Quasimodo, y desde el año 2000 por voluntad de San Juan Pablo II, Domingo de la Divina Misericordia.
Pero aunque el nombre ha cambiado a lo largo de los siglos, lo que se ha mantenido, más o menos constante, es el texto del evangelio de San Juan que se ha proclamado: la incredulidad del apóstol Tomás.
Esto ha sido así, porque en este domingo, aquellos que habían recibido la iniciación cristiana la noche de la Pascua, se incorporaban a la vida comunitaria participando en la celebración dominical de la eucaristía con el resto de los bautizados. Por esta razón la Palabra de Dios busca catequizar a los neófitos sobre la importancia trascendental que tiene participar en la vida comunitaria en el camino de la fe de cada bautizado.
San Juan narra que el día de la resurrección Jesús se presenta delante de la comunidad cristiana naciente, lo que significa un motivo de alegría y de esperanza.
Este gozo inunda a la comunidad apostólica y la impulsa a anunciar aquel acontecimiento a todos y por esto lo comunican a quien no estaba presente, es decir a Tomás, pero éste no cree? pide signos, pide ver al resucitado incluso pide tocar las llagas. El apóstol, duda en su fe y en el testimonio del resto de la comunidad porque no está, se ha aislado, se ha alejado y no participó con la comunidad de aquel primer día de la semana.
Es el domingo siguiente, que Tomás está con el resto de la comunidad y puede hacer experiencia del Resucitado: ve, toca, mete su mano en el costado y su dedo en los agujeros de las manos. Esto le permite hacer una profesión de fe, que ningún otro apóstol había hecho hasta ese momento: Señor mío y Dios mío. Llama a Cristo, K????? (Señor) y lo llama Dios, indicando que en Jesús se cumplía la profecía? Él es el Emmanuel, el Dios con nosotros, el anunciado desde antiguo y que el cumple con la misión de salvar al género humano.
Este acontecimiento vivido por Tomás, nos enseña que es en la vida comunitaria que el creyente vive la fe y crece en la fe, esto no es posible hacerlo solos, nos perdemos, nuestra fe se desvirtúa, se empieza a creer en la idea de Dios que nos hacemos y no la verdadera que es la que ha predicado y enseñado el mismo Cristo.
Y este encuentro se hace el Primer día de la Semana, el domingo, el día del Señor, el día de la Resurrección. San Juan ya nos dice desde entonces la necesidad del encuentro comunitario en la fracción del pan, en la eucaristía. Como comunidad nos instruimos con su palabra y nos alimentamos con su cuerpo y su sangre.
El llamado que se nos hace en este domingo es a vivir la comunión, a crecer en comunión, a no alejarnos, no aislarnos, que nuestra experiencia del resucitado, la experiencia de su misericordia, la vivamos junto a los hermanos, de esa forma es que crecemos y de esa forma es que damos testimonio.
Ese testimonio es lo que nos han enseñado las otras dos lecturas proclamadas este domingo:
· El texto de la carta de San Pedro nos dice que ese testimonio se da desde el anuncio de la Misericordia de Dios que es la verdad más importante de los cristianos, decía Pedro: «por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable e inmarcesible, reservada en el cielo a ustedes, que, mediante la fe, están protegidos con la fuerza de Dios; para una salvación dispuesta a revelarse en el momento fin».
· Y los hechos de los apóstoles habla que la comunión se vive, no sólo en el anuncio, sino también en la oración y en la fracción del pan y todo esto se traduce en la comunión de bienes, donde la necesidad de un hermano es la necesidad y la preocupación de toda la comunidad.
Nos enseña el papa Francisco: «Los discípulos, que antes litigaban por los primeros puestos, ahora comparten todo, tienen ?un solo corazón y una sola alma? (Hch. 4,32). ¿Cómo cambiaron tanto? Vieron en los demás la misma misericordia que había transformado sus vidas. Descubrieron que tenían en común la misión, que tenían en común el perdón y el Cuerpo de Jesús; compartir los bienes terrenos resultó una consecuencia natural. El texto dice después que «no había ningún necesitado entre ellos» (v. 34). Sus temores se habían desvanecido tocando las llagas del Señor, ahora no tienen miedo de curar las llagas de los necesitados. Porque allí ven a Jesús. Porque allí está Jesús, en las llagas de los necesitados» (11.04.2021).
Pidamos, por tanto al Señor, en este Domingo de la Misericordia, que haciendo con los hermanos, experiencia del amor misericordioso de Dios que nos ha redimido con su muerte y resurrección, anunciemos esta verdad al mundo, principalmente con los actos de misericordia hacia los hermanos, especialmente con aquellos que viven situaciones de sufrimiento y dolor.