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¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!

Erick Emilio Pérez Hernández, I Formando Pastores al Estilo de Jesús, Diócesis de Ciudad Quesada.

Surrexit Christus, Spes mea!

¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!


Llegue hasta lo más profundo de nuestra vida, el gozo de toda la Iglesia que nos transforma y nos hace salir de los más recónditos rincones del mundo para proclamar este acontecimiento, esta experiencia y realidad que ha de atraer a todos hacia Él. 

Un año más el Señor Resucitado nos incorpora a su victoria sobre la muerte y el pecado, sobre la tristeza y la desesperanza, sobre la angustia y la enfermedad.  Es el Señor Jesús el que sale a nuestro encuentro para expresarnos todo su eterno amor manifestado en una vida entregada libremente y recuperada para nosotros. 

Con la Resurrección de Jesús somos absolutamente conscientes de nuestra dignidad de hijos amados del Padre y de la verdadera naturaleza humana de la que fuimos creados. Es Jesús el que nos reincorpora a esta dimensión que habíamos perdido por culpa del pecado, el cual ya no tiene la última palabra sobre nosotros. La característica primordial que se experimenta al sentirse también resucitado con el Señor, es el sentirse envuelto en la verdadera libertad por nuestra adhesión a su Palabra, a la Verdad que nos hace exclamar con fuerza su voz para que todos los pueblos tengan vida en Él. 

Nuestra respuesta a la verdad de este acontecimiento que con júbilo nos narran los Evangelios, tiene que mirar a un seguimiento radical propio de quien se siente realmente enamorado de una persona, movido por el amor puro y sincero, que no es otra cosa más que un don de Dios concedido a todo ser humano que lo pide con sincero corazón. Esto hace diferentes y nuevas todas las cosas.

Jesús vuelve a pronunciar nuestro nombre con ímpetu de Dios para hacernos salir de nuestros sepulcros, resucitados a una vida nueva que, aunque acompañada de nuestra frágil condición de vasijas de barro, no tiene miedo de decir como Pedro Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Es un te quiero que puede resquebrajarse con nuestras negaciones a su voluntad, pero cada vez más consciente de nuestra identidad de bautizados, dinamizados por la santidad de la Iglesia que nos acoge y acompaña, que también exige una respuesta comprometida al servicio de los hermanos, sobre todo aquellos que son preferenciales para el Señor, lo más pobres y desposeídos, los descartados, los señalados, los que han sido tratados sin misericordia.

Que la Resurrección del Señor nos haga cada día más capaces de Él, convencidos de una fe que renace más viva y más fuerte que nunca, ya invencible, porque fundada en una experiencia decisiva?nos fiamos de modo absoluto en el resucitado que no pertenece al pasado, sino que está presente hoy, vivo. (Benedicto XVI, Mensaje Urbi et Orbi, Pascua 2012).