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Arzobispo

¡Quiten la piedra!

Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano (VIDEO)

El Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma nos trae un pasaje conocido por todos, a saber, la resurrección de Lázaro (cf. Juan 11, 1-45), el último gran signo realizado por Jesús, tras el cual los sumos sacerdotes reunieron al Sanedrín y decidieron matar incluso al mismo Lázaro, que era la prueba viviente de la divinidad de Cristo, Señor de la vida y de la muerte.

Este relato muestra a Jesús como verdadero Hombre y verdadero Dios: el evangelista insiste en la amistad de Jesús con Lázaro y las hermanas Marta y María, tanto que Jesús experimenta sincera conmoción por su separación, hasta el punto de llorar de dolor ante la muerte de su amigo. Cristo, con su actitud, nos enseña a cultivar esta sensibilidad del corazón, que testimonia la compasión hacia el que sufre. A veces esta compasión es la única o principal manifestación de nuestro amor y de nuestra solidaridad hacia el otro.

Podría decirse que el mundo del sufrimiento humano invoca sin pausa otro mundo: el del amor humano; y aquel amor desinteresado, que brota en su corazón y en sus obras, el hombre lo debe de algún modo al sufrimiento. No puede el hombre «prójimo» pasar con desinterés ante el sufrimiento ajeno, en nombre de la fundamental solidaridad humana; y mucho menos en nombre del amor al prójimo.

El valor de la solidaridad humana y el valor del amor cristiano al prójimo, forman el marco de la vida social y de las relaciones interpersonales, son el camino para combatir las diversas formas de odio, crueldad, desprecio o indiferencia hacia los hermanos y sus sufrimientos.

Pero Jesús, Dios verdadero, demostró también "un poder absoluto" respecto a la muerte, "expresando con la metáfora del sueño el punto de vista de Dios sobre la muerte física... la muerte del cuerpo es un sueño del que Dios nos puede despertar en cualquier momento El corazón de Cristo es divino-humano: en él Dios y Hombre se han encontrado perfectamente, sin separación y sin confusión - ha continuado el Papa -. Él es la imagen, más aún, la encarnación del Dios que es amor, misericordia, ternura paterna y maternal, del Dios que es Vida. Por este motivo declaró solemnemente a Marta: Yo soy la resurrección El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás.

Dios es vida y da vida, Jesús es la vida porque es verdadero Dios: "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11,25) y en la resurrección confirmará definitivamente que su vida como Hijo del hombre, no está sometida a la muerte. Él es la vida, y, por tanto, es Dios. Si es la Vida, Él puede participarla a los demás: "El que cree en mí, aunque muera vivirá" (Jn 11,25). La respuesta de Dios al problema de la muerte no es una especulación o un discurso, es Jesús mismo.

 La Palabra del Señor nos anima a mantener firme la fe, aun cuando experimentemos la sensación de una impotencia total, incluso cuando la muerte parezca haber vencido. Jesús está siempre con nosotros y su presencia es actuante y gratificante: Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. (Jn 10,10)

También Jesús hoy nos repite: Quiten la piedra: Dios no nos ha creado para la tumba, nos ha creado para la vida, bella, buena, alegre. ¡Quiten la piedra de su corazón! pues El, con su acción y su Palabra, quiere  que vuelva la vida allí donde hay muerte.

Como a Lázaro, el Señor nos manda a levantarnos de cualquier circunstancia que nos tenga abatidos, con la certeza de que la vida volverá a florecer a nuestro alrededor. Cristo vive, y quien lo acoge entra en contacto con la vida. 

Que cada uno de nosotros esté cerca de los hermanos que están experimentando diversas pruebas y que nos convirtamos para ellos en un reflejo del amor y la ternura de Dios, que libra de la muerte y nos regala la vida. Nuestra misión es continuar proclamando el Evangelio de la Vida, en medio de tantas voces que justifican la instauración de una cultura de muerte y destrucción.