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Obispo Auxiliar

Muerte y resurrección de Lázaro

Mons. Daniel Blanco, V Domingo de Cuaresma


Este último Domingo de Cuaresma, previo al inicio de la Semana Mayor, nos sigue presentando el itinerario de preparación para la Pascua, como un camino de iniciación cristiana, es decir, un camino que ayuda a disponerse de la mejor manera a quienes serán bautizados la noche santa de la Pascua y que nos prepara a todos los demás para que renovemos solemnemente, en esa misma celebración, nuestros compromisos bautismales.

Los domingos anteriores, la Palabra de Dios nos ha hablado de tres elementos que son propios del rito del bautismo, específicamente se nos hizo referencia al agua, en el evangelio de la Samaritana, a la unción con el óleo, en la lectura sobre la elección del rey David y a la luz, en el evangelio del ciego de nacimiento.

Este Domingo, la Palabra de Dios nos hace meditar sobre el efecto o el regalo que el Señor da, por medio del bautismo, a la persona humana, cuando las tres lecturas proclamadas tienen como tema común la resurrección.

El profeta Ezequiel, en la primera lectura, presenta una promesa de Dios al pueblo elegido, que vive el sufrimiento del exilio en Babilonia.

El pueblo de la primera alianza, se siente como muerto al estar lejos de la Tierra Prometida, ante este sufrimiento YHWH promete infundirles su Espíritu, sacarlos del sepulcro, es decir del exilio y hacerlos retornar a Israel.

Dios promete, que regalará su Espíritu, el cual tiene poder de dar nueva vida y transformar el dolor, que hacía sentir al pueblo elegido que estaban muertos, en una gran alegría al poder retomar su vida en el lugar que Dios había destinado para ellos desde siempre.

Pablo, en la segunda lectura manifiesta que ese mismo Espíritu, que transformó la vida del pueblo de Israel en el destierro, es el que resucitó a Jesús de entre los muertos, y el que hará revivir nuestros cuerpos mortales; porque también en nosotros habita el Espíritu de Dios desde el día de nuestro bautismo.

Finalmente, el texto del evangelio de San Juan, nos presenta la narración de la muerte y la resurrección de Lázaro y todo lo que ese acontecimiento nos enseña.

·      Primero, este acontecimiento, muestra a Jesús, como ese Dios compasivo que sufre con el dolor del ser humano, específicamente Cristo se une al sufrimiento de Marta y María, que no sólo eran las hermanas de Lázaro sino que además eran sus amigas.

·      Segundo, este pasaje evangélico presenta el sufrimiento del mismo Cristo, que llora ante la tumba de su amigo.

·      Tercero, Jesús se auto revela como el Salvador de la humanidad, porque al decir Yo soy la resurrección y la vida.  El que cree en mí no morirá jamás, está manifestando que su misión ha sido venir a este mundo para que el ser humano tenga vida eterna.

·      Cuarto, los títulos que Marta da a Jesús, manifiestan esa presencia de Dios en medio de la historia, que viene a cambiar la suerte de la humanidad:  Marta llama a Jesús, Mesías y le da el título de Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo, es decir Jesús es el Salvador, anunciado y esperado desde antiguo.

·      Por último, en el momento específico de la resurrección de Lázaro, dice el texto del evangelio que Jesús lo llama con voz potente, indicando de esta forma que Cristo, como Dios creador, con solo la palabra, infunde su Espíritu y da nueva vida a Lázaro.

El papa Francisco, explicando este pasaje, nos recuerda que «La resurrección de Lázaro es también un signo de la regeneración que tiene lugar en el creyente a través del Bautismo, con la plena inserción en el Misterio Pascual de Cristo.  Gracias a la acción y al poder del Espíritu Santo, el cristiano es una persona que camina en la vida como una nueva criatura: una criatura para la vida y que camina hacia la vida» (29.03.2020).

Por tanto, este Domingo se nos ha dejado claro cuál es el regalo del Bautismo:  Dios, compadecido de nuestra limitación, con la muerte y resurrección de su Hijo, nos da su Espíritu, que nos hace nuevas creaturas, transforma nuestra vida, nos configura con Cristo, nos hace hijos y coherederos de la salvación y por tanto nuestra meta es resucitar para vivir eternamente participando de la Gloria de Dios.

Este regalo, manifestación del amor misericordioso de Dios, nos compromete a vivir como esas nuevas creaturas que han transformado su vida por el Espíritu recibido.

Por esto, durante la cuaresma nos preparamos, con obras de piedad, de penitencia y de caridad, para renovar nuestros compromisos bautismales, que en síntesis deberán ser, como hemos pedido en la oración colecta, que avancemos hacia el mismo grado de amor con el cual Jesucristo se entregó a la muerte para salvarnos.