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Arzobispo

Cristo es nuestra Luz

(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano

Al llegar a este IV domingo de Cuaresma, la Liturgia nos presenta el pasaje de la curación del ciego de nacimiento que, podríamos decir, es toda una inspiradora catequesis pues el ciego desde, su primer encuentro hasta el reconocimiento de Cristo como Señor, va recorriendo un camino de crecimiento en la fe. Por ello, deberíamos reflexionar atentamente esta narración del ciego de nacimiento porque cada palabra, cada personaje y cada detalle tienen una enseñanza para nuestra vida interior.

En el centro del Evangelio se encuentran Jesús y un hombre ciego desde el nacimiento (Cf. Juan 9, 1-41). Cristo le devuelve la vista y obra este milagro con una especie de rito simbólico: primero mezcla la tierra con la saliva y la pone en los ojos del ciego; luego le ordena ir a lavarse en la piscina de Siloé. Ese hombre va, se lava, y recobra la vista.

En un primer momento, el ciego no sabía nada de Jesús. Luego, admirado ante la recuperación de la vista, dirá ante quienes le preguntan que "es un profeta" (v.17). Después, explica que si Jesús ha sido escuchado por Dios es porque "honra a Dios y hace su voluntad" (v.31), y finalmente, cuando Jesús le hace abrir los ojos de la fe diciéndole que el Hijo del Hombre es el que está hablando con él (v. 37), el ciego confiesa: "Creo, Señor". Y se postró ante él" (v. 38).

El ciego de nacimiento representa al hombre marcado por el pecado, que desea conocer la verdad sobre sí mismo y sobre su propio destino. Una vez curado, se acerca a la fe, y esta es la gracia más grande que le da Jesús: no solo ver, sino conocerlo a Él, verlo a Él como "la luz del mundo". 

Jesús es la luz que nos ilumina, que nos guía y nos hace tomar el camino correcto. La luz de Dios nos permite ver la verdad y nos lleva a buscar el propósito y el sentido de nuestra existencia. 

Sobre este tema, nos dice el papa Francisco: "¿Qué significa tener la verdadera luz, caminar en la luz? Significa ante todo abandonar las luces falsas: la luz fría y fatua del prejuicio contra los demás, porque el prejuicio distorsiona la realidad y nos carga de rechazo contra quienes juzgamos sin misericordia... ¡Este es el pan de todos los días! Cuando se chismorrea sobre los demás, no se camina en la luz, se camina en las sombras. Otra falsa luz, porque es seductora y ambigua, es la del interés personal: si valoramos hombres y cosas en base al criterio de nuestra utilidad, de nuestro placer, de nuestro prestigio, no somos fieles la verdad en las relaciones y en las situaciones. Si vamos por este camino del buscar solo el interés personal, caminamos en las sombras". [1]

De hecho, junto a la curación del ciego, el Evangelio resalta, en particular, la incredulidad de los fariseos, que se niegan a reconocer el milagro, pues Jesús lo ha hecho en sábado, violando a su juicio la ley de Moisés. Para ellos es más importante la ley que la vida. Ya desde aquel tiempo valían más las normas que la persona e importaban más los propios intereses que el dolor humano. Imponer nuestro criterio es más importante que el cuidado y bienestar de los más pequeños.  Desde su óptica creen cumplir con Dios y también con la humanidad y lo único que hacen es utilizar tanto a Dios como a las personas para su egoísmo.

 La verdadera ceguera es cerrar mi corazón a Cristo; mi soberbia no me permite modelar mis acciones y pensamientos según la fuerza de su Palabra. Los fariseos no se dejan iluminar con su luz para no confrontar sus obras vacías con los criterios del amor.

"Dios es luz "afirma san Juan" y en él no hay tinieblas"  (1 Jn 1,5). El ciego de nacimiento nos representa a cada uno de nosotros, pues hemos sido creados para conocer a Dios y vivir como hijos suyos. Que nos sintamos llamados a comportarnos como hijos de la luz y esto significa asumir un cambio radical de mentalidad, una capacidad de acercarnos a los hermanos según otra escala de valores que viene de Dios. Tengamos cuidado con los falsos profetas, que se presentan como portadores de la verdad, oponiéndose a la auténtica Verdad, que es Cristo.



[1] Papa Francisco, 26 de marzo del 2017