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Obispo Auxiliar

IV Domingo de Cuaresma, Lætare

Mons. Daniel Blanco, obispo auxiliar Arquidiócesis de San José


Hemos llegado a la mitad de nuestro camino cuaresmal, momento en que, antiguamente, se hacía una pausa en las pesadas mortificaciones cuaresmales de quienes se preparaban para recibir el bautismo o de aquellos que debían hacer alguna penitencia pública.

Es por esto que el IV Domingo de Cuaresma, es conocido como Lætare, o Domingo de la Alegría.  Este acento, menos penitencial, se ve reflejado en nuestras celebraciones con el cambio de color en las vestiduras litúrgicas, algún cambio en los cantos y la posibilidad de adornar las iglesias con algo de flores.

Este descanso en las penitencias cuaresmales no significaba que disminuyera la preparación para aquellos que serían bautizados, al contrario, permitía ver la Pascua ya cercana y por tanto meditar, a la luz de la Palabra de Dios, en los regalos que Cristo Resucitado trae para el ser humano por medio del sacramento del Bautismo.

Como hemos venido meditando, este año litúrgico, se nos propone el mismo ciclo de lecturas bíblicas utilizado en esta preparación de los que serían (y aún hoy son) bautizados en la noche santa de la Pascua.

El texto de la primera lectura, nos presenta a Samuel que es enviado por YHWH para ungir al nuevo rey de Israel.  Samuel deberá ir a Belén, a la casa de Jesed y ungir, según la indicación del mismo Dios, a quien había sido elegido para estar al frente de su pueblo.

Según las prerrogativas humanas, Samuel consideró digno al hijo mayor, pero Dios eligió al más pequeño, al que cumplía con el trabajo de pastorear el rebaño de su padre.  David es elegido por Dios y ungido, delante de sus hermanos para manifestar que había sido el mismo Dios quien lo había escogido.  Este hecho, deja ver, que es Dios quien elige, unge y capacita para llevar adelante la misión.

Durante nuestro bautismo, también somos ungidos y por tanto consagrados.  Dios nos llama, nos hace sus hijos y nos capacita para cumplir una misión, independientemente de la vocación específica de cada uno de nosotros, pero una misión que implica servir a Dios y servir a los hermanos, como lo hizo David, quien debía ejercer su servicio de rey al estilo de un pastor, porque fue de ese trabajo desde donde Dios lo había llamado.

El texto del evangelio y la lectura de Efesios, nos muestran otro símbolo bautismal, como lo es la luz.  Elemento tan importante que, como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, el bautismo también es llamado iluminación:  «"Este baño es llamado iluminación porque quienes reciben esta enseñanza (catequética) su espíritu es iluminado" (San Justino, Apología 1,61).  Habiendo recibido en el Bautismo al Verbo, "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn. 1,9), el bautizado, "tras haber sido iluminado" (Hb. 10,32), se convierte en "hijo de la luz" (1 Ts. 5,5), y en "luz" él mismo (Ef. 5,8)».

Jesús, durante la Fiesta de las Tiendas, poco antes del relato que nos presenta hoy el evangelio, había dicho Yo soy la Luz del Mundo (Jn. 8, 12) y esta afirmación la hace realidad con la sanación del ciego de nacimiento, a quien le permite ver, no solo la luz del día, sino principalmente la luz de la verdad, la luz de la fe.

En su encuentro con Cristo, el que fue sanado de su ceguera, irá viendo la luz poco a poco, primero se referirá a Jesús, como un hombre, luego como uno que viene de Dios y por último, postrándose lo llama Señor, título dado únicamente a Dios.

El recordado papa Benedicto XVI haciendo referencia a este pasaje explicaba que «También nosotros a causa del pecado de Adán nacimos ?ciegos?, pero en la fuente bautismal fuimos iluminados por la gracia de Cristo.  El pecado había herido a la humanidad destinándola a la oscuridad de la muerte, pero en Cristo resplandece la novedad de la vida y la meta a la que estamos llamados.  En él, fortalecidos por el Espíritu Santo, recibimos la fuerza para vencer el mal y obrar el bien.  De hecho, la vida cristiana es una continua configuración con Cristo, imagen del hombre nuevo, para alcanzar la plena comunión con Dios.  El Señor Jesús es "la luz del mundo" (Jn. 8, 12), porque en él "resplandece el conocimiento de la gloria de Dios" (2 Co. 4, 6) que sigue revelando en la compleja trama de la historia cuál es el sentido de la existencia humana.  En el rito del Bautismo, la entrega de la vela, encendida en el gran cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado, es un signo que ayuda a comprender lo que ocurre en el Sacramento.  Cuando nuestra vida se deja iluminar por el misterio de Cristo, experimenta la alegría de ser liberada de todo lo que amenaza su plena realización» (03.04.2011).

Este Domingo, se nos recuerda que en el Bautismo, somos elegidos, ungidos e iluminados con la luz de Cristo Resucitado.  Este sacramento nos hace hijos y herederos de la salvación y por medio de la Unción del Espíritu Santo, somos impulsados para anunciar esta Buena Nueva a la humanidad, siendo también nosotros capacitados, como David, para ser servidores de los hermanos, e iluminados para ser luz en medio de las tinieblas, haciendo presente en el mundo los frutos de esa luz que, como ha dicho San Pablo, son la bondad, la santidad y la verdad.