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Obispo Auxiliar

El encuentro de Jesús con la samaritana

Mons. Daniel Blanco, III Domingo de Cuaresma


El primer domingo de cuaresma comentamos que durante este año litúrgico estamos escuchando el ciclo de lecturas bíblicas utilizado antiguamente en el proceso de preparación de quienes serían bautizados, camino que se realizaba de forma gradual durante los domingos de la cuaresma y que concluía con la recepción de los sacramentos de la Iniciación Cristiana durante la Vigilia Pascual.

Con esta explicación previa podemos comprender el profundo sentido de la Palabra de Dios que se proclama este III Domingo de Cuaresma.

Tanto la primera lectura del libro del Éxodo como el evangelio de San Juan coinciden, en sus respectivas narraciones, cuando presentan el agua como un elemento a destacar.

El Éxodo presenta al pueblo elegido haciendo, una vez más, un reclamo a Moisés por su salida de Egipto.  En este caso su molestia es por la falta de agua durante el camino por el desierto.

Ciertamente el agua es esencial para la vida del ser humano y estando en el desierto esto es aún más palpable, ya que la falta de agua compromete la vida misma de la persona humana.  El agua, por tanto será la diferencia entre la vida y la muerte.

Pero lo narrado en esta primera lectura, manifiesta más bien, que aquella falta de agua, sacaba a relucir la falta de fe del pueblo hebreo, que ya había sido testigo de las obras magníficas realizadas por YHWH y todavía seguía dudando al existir una pequeña dificultad.  Por tanto la sed de aquel pueblo, era más bien signo de su falta de fe.

El texto del evangelio nos relata el encuentro de Jesús con la samaritana, en Sicar, específicamente en el pozo de Jacob.

Jesús se presenta, bajo el calor del mediodía, sediento y pide a una mujer samaritana que le saque agua del pozo para beber.

Este gesto, al parecer tan sencillo, es suscitado por el Señor para convertirlo en un encuentro de fe.

Aquella mujer se sorprende por dos razones, primero porque un hombre judío le dirige la palabra al ser ella una mujer y además samaritana y así mismo, porque este hombre le pide agua para beber.  Esta reacción de la mujer, le permite a Jesús hablarle de otro tipo de agua.  Cristo le dice que él puede darle agua viva, un agua que no está en aquel pozo, sino en un manantial que es capaz de dar vida eterna.

Ese manantial es Cristo mismo, que al continuar su conversación con la samaritana, le permite hacer un camino de fe que la lleva a reconocerlo primero como profeta y luego como Mesías.  Tanto que da testimonio de Cristo entre los samaritanos que al final reconocen a Jesús, ya no sólo como profeta y Mesías, sino como el Salvador del Mundo.  Por esto, dice San Agustín, «Jesús en realidad tenía sed de la fe de aquella mujer».

Hay una similitud en entre el pueblo hebreo, molesto por la falta de agua en el desierto, y la mujer samaritana:  ambos están faltos de fe.  Pero la diferencia radica en el encuentro con Cristo que sacia a la mujer samaritana del agua viva y que hace que su vida fuera totalmente transformada, dando testimonio de la acción de Cristo en su vida.

Recordando el camino bautismal de este ciclo litúrgico, el papa Benedicto XVI nos explicaba:  «En el encuentro con la Samaritana, destaca en primer lugar el símbolo del agua, que hace clara alusión al sacramento del Bautismo, manantial de vida nueva para la fe en la Gracia de Dios. "El que beba del agua que yo le daré "dice Jesús", nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna" (Jn. 4,14).  Esta agua representa al Espíritu Santo, el "don" por excelencia que Jesús vino a traer de parte de Dios Padre.  Quien renace en el agua y el Espíritu Santo, es decir, en el Bautismo, entra en una relación real con Dios, una relación filial, y puede adorarle "en espíritu y verdad" (Jn. 4,23.24), como sigue revelando Jesús a la mujer samaritana.  Gracias al encuentro con Jesucristo y al don del Espíritu Santo, la fe del hombre llega a su cumplimiento, como respuesta a la plenitud de la revelación de Dios» (27.03.2011).

Por esta razón, tanto para quienes se preparan para ser bautizados en la noche de la Pascua, como quienes renovaremos nuestras promesas bautismales en esa misma celebración, hoy se nos recuerda que con el agua del Bautismo, hemos recibido don el Espíritu Santo, por medio del cual Dios ha derramado su amor en nuestros corazones, amor con el cual fuimos transformados en nuevas creaturas, como la Samaritana fuimos capacitados para alcanzar la salvación, como nos ha recordado el apóstol en la segunda lectura.

Este mismo Espíritu nos ha capacitado para llevarnos a dar testimonio, tal y como lo hizo esta mujer samaritana del evangelio, que ayudó a que todo un pueblo, considerado apartado de Dios, reconociera a Cristo como su salvador.

Por tanto, en este camino cuaresmal, que nos quiere recordar los regalos del bautismo, no olvidemos que todo bautizado, independientemente de su vocación, está llamado a llevar la Buena Nueva a los hermanos, para que toda la humanidad, transformada por el agua viva, reconozca a Jesucristo, como su Señor y Salvador.