Responsive image

Arzobispo

Subamos las alturas con el Señor

Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano


Cada año, en el segundo domingo de Cuaresma, proclamamos el relato de la Transfiguración del Señor, evento que genera un sentimiento de respeto y reverencia ante la Gloria de Dios manifestada en Cristo. Pero ¿Qué sentido tiene este acontecimiento?

Esa presencia luminosa de Jesús ante sus discípulos, ya camino de Jerusalén y en vísperas de la pasión, expresa, en primer lugar, una especie de respiro o espacio que se concede el Señor para ponerse en sintonía consigo mismo y con su Padre, a fin de llevar a su plenitud el plan de salvación. Jesús está consciente de lo que está sucediendo a su alrededor y se enfoca en la trascendencia de su misión que hará una diferencia sustancial en el mundo.

 De la narración del evangelista Lucas se desprende el hecho de que Jesús se transfiguró mientras oraba, reforzando esa experiencia profunda de relación con el Padre durante un ?retiro espiritual? en un alto monte en compañía de Pedro, Santiago y Juan.

 El Señor, que poco antes había anunciado a los discípulos su pasión y muerte, ahora les ofrece un anticipo de su gloria.  En ese ?círculo íntimo? sus discípulos, tuvieron una mayor comprensión de quien era Jesús. Ellos, quienes solo lo habían conocido en su cuerpo humano, ahora tenían una mayor conciencia de la divinidad de Cristo, aunque no podían comprenderla plenamente. 

También en la Transfiguración, como en el bautismo, resuena la voz del Padre celestial: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». La presencia luego de Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas de la antigua Alianza, es muy significativa: toda la historia de la Alianza está orientada a Él, a Cristo, que realiza un nuevo «éxodo» no hacia la Tierra prometida como en el tiempo de Moisés, sino hacia el Cielo.

Los discípulos recordaron siempre lo que sucedió ese día en el monte. Juan escribió: ?Y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.? (Juan 1,14). Pedro también enseña: ?No seguimos fábulas ingeniosamente inventadas, sino que fuimos testigos oculares de su majestad. Pues cuando El recibió honor y gloria de Dios Padre, la majestuosa Gloria le hizo esta declaración: Este es mi Hijo amado en quien me he complacido; y nosotros mismos escuchamos esta declaración, hecha desde el cielo cuando estábamos con El en el monte santo.? (2 Pedro 1,16-18).

¿Qué enseñanzas nos deja la Transfiguración del Señor? Esta gran manifestación no interrumpe el camino a la cruz, antes bien, nos fortalece para seguir adelante, aunque tengamos que sufrir, con la esperanza de que Él nos espera con su gloria en el cielo. El Padre nos pide escuchar a su Hijo con la disposición sincera de identificarnos con Él. Jesús se transfigura «para quitar del corazón de sus discípulos el escándalo de la cruz».

 Como los discípulos, hoy nosotros ?necesitamos, pues, otra mirada, una luz que ilumine en profundidad el misterio de la vida y nos ayude a ir más allá de nuestros propios esquemas y de los criterios de este mundo. También nosotros estamos llamados a subir a la montaña, a contemplar la belleza del Resucitado que enciende destellos de luz en cada fragmento de nuestra vida y nos ayuda a interpretar la historia a partir de la victoria pascual?.

Con su transfiguración, el Señor nos hace ver el final de este camino que es la Resurrección, cargando con su propia cruz, nos invita a seguir el camino de discípulos, y nos da otra perspectiva del sufrimiento cristiano como un paso necesario pero transitorio hacia la luz.

Inmersos en un mundo tan sumido en el materialismo, somos llamados a trascender y ubicarnos ante el horizonte infinito de la Gloria, el Señor nos conduce hacia esa meta definitiva.

Subamos a las alturas, en oración con el Señor, permanezcamos unos instantes en el recogimiento, fijando nuestra mirada interior en su rostro y dejemos que su luz nos impregne, que irradie nuestro corazón y nos abra el horizonte hacia una vida llena de esperanza.