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Arzobispo

Vamos con Cristo al desierto

Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano


El pasado miércoles, emprendimos el itinerario penitencial de Cuaresma, donde el rito de la imposición de la ceniza destaca por su simbolismo, que arraigado en la tradición bíblica es de gran contenido espiritual.

 La ceniza nos recordaba la fragilidad de la existencia terrena y nos orienta a mirar a Cristo que, con su muerte y resurrección, nos ha rescatado de la esclavitud del pecado y de la muerte, y así regalarnos la vida eterna.  La cuaresma, toda ella, es un itinerario a recorrer para prepararnos mediante la oración, el ayuno, la penitencia, acciones caritativas, a la celebración de la Pascua.

En el Evangelio de este primer domingo de Cuaresma se nos invita a dejarnos guiar por el Espíritu de Dios, junto a Jesús, al desierto.  En la Biblia, el desierto se describe como un lugar de pruebas, un lugar para buscar a Dios, un lugar para el arrepentimiento, para escuchar la voz de Dios que habla al corazón del hombre (Cf. Oseas 2,16).  

La narración de las tentaciones nos anima a afrontar como y con Jesús los desafíos que la vida nos pone por delante, dejándonos guiar siempre por el Espíritu. Nuestro peregrinar por este mundo, es un tiempo de prueba espiritual que se supera dejándonos impactar por la Palabra de Dios y mediante una actitud orante. Jesús va al desierto al estilo del antiguo Israel, pero, a diferencia de su pueblo, Él es dócil a la acción del Espíritu Santo y nos muestra así cómo ser valientes, y sin doblegarnos avanzar hacia la plenitud de la Vida.

 La prueba y la tentación "han estado misteriosamente presentes en la vida del mismo Jesús. En esta experiencia, el Hijo de Dios se hizo completamente hermano nuestro, de una manera que casi roza el escándalo". [1]

En ocasiones la vida puede convertirse en un profundo desierto, un lugar hostil y desolado, un lugar de pruebas y luchas, un lugar en el que la motivación se pierde y la esperanza desfallece. El desierto, si se enfrenta en soledad y sin la fuerza del Espíritu, puede ser una experiencia demoledora. Vivir las pruebas sin el ideal de eternidad, provoca sentimientos de tristeza y frustración en nuestros corazones.

Paradójicamente, el desierto es también ese lugar de sanación y fortaleza, que vivido al estilo de Jesús, nos ayuda a seguir adelante con la mirada hacia lo alto. Superar la prueba genera un sano sentimiento de orgullo que, contribuye al cultivo de las virtudes. 

Como fruto de su experiencia en el desierto, Jesús enseña a los Apóstoles presentes y, en ellos, a todos nosotros: "Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil" (Mc 14, 38). La cuaresma nos lleva a hacer experiencia de la fuerza de Dios en nuestras vidas.

"En el momento de la agonía, Dios pide al hombre que no lo abandone, y el hombre, en cambio, duerme. En el tiempo en que el hombre conoce su prueba, Dios, en cambio, vela. En los peores momentos de nuestras vidas, en los momentos más dolorosos, en los momentos más angustiosos, Dios vela con nosotros, Dios lucha con nosotros, siempre está cerca de nosotros". [2]

En este tiempo de conversión renovemos nuestra fe, abrámonos a la gracia y recibamos con el corazón abierto el amor de Dios. 

En el recogimiento y el silencio de la oración que nos proporciona el tiempo cuaresmal, se nos da la esperanza como inspiración y luz interior, que ilumina los desafíos y las decisiones de nuestra vida. Por esto, es fundamental la oración personal y comunitaria (cf. Mt 6,6) y encontrar en la intimidad al Padre de la ternura que siempre nos acoge con misericordia. De su parte nunca vamos a recibir rechazo, sino solo amor transformante.

 

 

 

[1] Papa Francisco, 3 de mayo del 2019

 

[2] Idem