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Arzobispo

Matar al hermano con las palabras

(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropoliltano


En la lectura continua del Sermón de la Montaña que venimos realizando en estos domingos, el Señor, nos enseña: "No crean que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud" (Mateo 5,17). Con esta palabra los cristianos nos sentimos interpelados a analizar el verdadero carácter moral y espiritual que derivan de los principios divinos que Jesús profundiza.

 Definitivamente, el Señor sacude aquella mentalidad cerrada por el miedo y los prejuicios y abre el panorama a la vivencia de la Ley desde el parámetro del amor, así ya no actuaremos por miedo al castigo, sino movidos solo por el Amor que llena nuestra vida. Él, no deroga la Ley de Moisés, sino que la lleva a plenitud, declarando, por ejemplo, la ineficacia de la ley del talión- "ojo por ojo, diente por diente"; enseñando que Dios no se complace en la observancia fría del sábado que está por encima del hombre o cuando ante la mujer pecadora, no la condena, sino que la salva de la testarudez de quienes estaban ya preparados para lapidarla sin piedad, pretendiendo aplicar la Ley de Moisés.

El Señor quiere que caminemos hacia la plenitud, abriendo nuevos horizontes para la humanidad y revelando plenamente la lógica de Dios. La lógica del amor que no se basa en el miedo sino en la libertad. "Las exigencias del amor no contradicen las de la razón".[1]

Jesús no da importancia a la simple observancia disciplinar y a la conducta exterior. Él va a la raíz de la Ley, apuntando sobre todo a la intención y, por lo tanto, al corazón del hombre, donde tienen origen nuestras acciones buenas y malas. Para tener comportamientos buenos y honestos no bastan las normas jurídicas, sino que son necesarias motivaciones profundas, expresiones de una sabiduría oculta, la Sabiduría de Dios, que se puede acoger gracias al Espíritu Santo. Y nosotros, a través de la fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del Espíritu, que nos hace capaces de vivir el amor divino.

Jesús, no cancela los mandamientos que dio Dios por medio de Moisés, sino que quiere darles sentido y plenitud. ?Esta «plenitud» de la Ley requiere una justicia mayor, una observancia más auténtica. Dice, en efecto, a sus discípulos: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5, 20).[2]

 ¿Y esta justicia mayor que estamos llamados a poner en práctica en qué consiste? Pues el Señor, con enorme practicidad, nos lo demuestra.

Él inicia desde el quinto mandamiento: «Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás"; Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado» (v. 21-22). Con esto, Jesús nos recuerda que incluso las palabras pueden matar. Cuando se dice de una persona que tiene la lengua de serpiente, ¿qué se quiere decir? Que sus palabras matan. Por lo tanto, no solo no hay que atentar contra la vida del prójimo, sino que tampoco hay que derramar sobre él el veneno de la ira y golpearlo con la calumnia. Ni tampoco hablar mal de él.?[3]

 Las habladurías, también, pueden matar, porque matan la fama de las personas, hieren sus corazones. Jesús propone a quien le sigue la perfección del amor. El amor al prójimo es una actitud tan fundamental que Jesús llega a afirmar que nuestra relación con Dios no puede ser sincera si no queremos hacer las paces con el prójimo. Y dice así: "Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano" (v. 23-24). Por ello estamos llamados a reconciliarnos, pedir perdón a quien hemos ofendido, el saludo de paz en la celebración Eucarística es un gesto que nos compromete en ese sentido.

Además, el Señor nos recuerda que el quinto mandamiento va más allá de no ofender o insultar, pues la marginación, el silencio y la indiferencia para con mis hermanos son pecados que me apartan de Dios.

Una meta tan alta en el trato con nuestros hermanos es realmente exigente. Matar no solo es atentar contra la integridad física del otro, sino irrespetar su dignidad como persona, menospreciándolo, insultándolo, criticándolo, difamándolo. El mismo Jesús, antes de poner su ofrenda en el altar, su Cuerpo en la Cruz, nos amó hasta el extremo, y se abajó hasta lavarnos los pies. Nos dejó su ejemplo, mandándonos que lo imitásemos.

En nuestros tiempos, y con el desarrollo de las nuevas tecnologías, la mentira y el descrédito se impuso como práctica. Los medios y las redes sociales, hay quienes los usan como mecanismo de reforzamiento del discurso de la ?infamia?. Una vez montado un enunciado, ya no hay posibilidades de vuelta a atrás para el "difamado".

Las leyes no pueden ser para nosotros simples exigencias rituales o morales; si fuera así volveríamos a caer en la contradicción de los fariseos y no daríamos paso a la ética revolucionaria del amor y de la gracia.

 

 

[1] Benedicto XVI, Caritas in Veritate n.30

 

[2] Papa Francisco, 16 de febrero del 2014

 

[3] Ídem