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Obispo Auxiliar

La ley del talión

(VIDEO) Mons. Daniel Blanco, VII Domingo del Tiempo Ordinario


La liturgia de la palabra de este VII domingo del Tiempo Ordinario nos sigue presentando el discurso de la montaña, en el cual Cristo se presenta como el nuevo Moisés, que desde el monte presenta la ley del cristiano, que no son unos nuevos mandamientos, sino que es el llamado a vivir el amor, que es el fundamento y la plenitud de toda la ley del antiguo testamento; como lo ha afirmado el libro del levítico, que pone en boca del mismo YHWH que el amor al hermano, no guardando rencor ni buscando venganza, es condición para alcanzar la santidad.

A ese llamado del Señor presentado en el libro del Levítico, es a lo que Jesús hace referencia al decir que él ha venido a darle plenitud a la ley, ya que toma los mandamientos de la Ley de Dios y recuerda que el fundamento de esta ley es el amor.

Y a partir de esta verdad fundamental de toda su predicación es que Jesús, como lo escuchábamos ya el domingo anterior, ha expresado seis veces la frase:  "han oído que se dijo, pero yo les digo".

A este respecto, el evangelio de este domingo, presenta a Jesús recordando la ley del talión, una norma que el antiguo testamento toma de códigos legislativos aún más antiguos y que buscaba ser una ley equitativa y que restableciera la justicia, y que establecía que ojo por ojo y diente por diente.

Como indicaba anteriormente, esta norma buscaba restaurar la justicia, porque no permitía sobrepasarse a la hora de pedir que se retribuyera una injusticia cometida, es decir que el castigo debía ser equilibrado al delito.

Una ley que humanamente parece justa, Jesús nos dice que para el cristiano no lo es, porque la justicia cristiana se mide con el amor, por lo que estamos llamados a perdonar, a amar al enemigo, a poner la otra mejilla, a ceder el manto y caminar una milla extra.

El principio que se nos recordaba la semana pasada sigue guiando nuestra reflexión, la vivencia cristiana de los mandamientos no se limita solamente a no hacer cosas indebidas, sino que estamos llamados a hacer el bien, amando y sirviendo al hermano.

Dios nos llama a vivir de esta forma, porque esa es la forma como Él nos ha tratado a nosotros:  ha perdonado nuestras faltas, ha olvidado nuestros pecados y responde con amor a nuestras infidelidades.

Nuevamente el llamado de Cristo parece superarnos, ya que humanamente nuestra reacción ante una situación de injusticia, generalmente no es amar, perdonar o ser misericordiosos, pero Pablo, en la segunda lectura, nos recuerda que somos templo del Espíritu Santo y por tanto Dios mismo habita en nosotros y su fuerza, su gracia y su amor nos impulsa para actuar, incluso con nuestras limitaciones, de un modo similar al modo de actuar de Dios.

Al respecto nos dice el papa Francisco: «El Espíritu Santo nos habla hoy por las palabras de san Pablo: «Sois templo de Dios...; santo es el templo de Dios, que sois vosotros» (cf. 1 Co 3,16-17).  En este templo, que somos nosotros, se celebra una liturgia existencial:  la de la bondad, del perdón, del servicio; en una palabra, la liturgia del amor.  Este templo nuestro resulta como profanado si descuidamos los deberes para con el prójimo.  Cuando en nuestro corazón hay cabida para el más pequeño de nuestros hermanos, es el mismo Dios quien encuentra puesto.  Cuando a ese hermano se le deja fuera, el que no es bien recibido es Dios mismo.  Un corazón vacío de amor es como una iglesia desconsagrada, sustraída al servicio divino y destinada a otra cosa» (23.02.2014).

Que nuestro encuentro con el Señor, en la oración, en los sacramentos y de manera particular en la eucaristía, como lo hemos pedido en la oración colecta, nos impulse a decir y hacer siempre lo que le agrada a Dios, es decir hacer del amor el fundamento de toda nuestra vida y de todas nuestras acciones.