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Arzobispo

Ustedes son la luz del mundo

(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano

 

Las palabras de Jesús cuando explica su identidad y su misión: "Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" ( Jn 8, 12), adquieren una relevancia particular en nuestro tiempo.

 

De esa misma identidad deriva que el Señor nos propusiera, el pasado domingo, algunos criterios de presencia y testimonio vivo de sus seguidores en medio de la sociedad: "Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en los cielos" (Mateo 5,13-16).

 

El Señor nos salva de nuestras tinieblas interiores, y también de las tinieblas de la vida cotidiana, de la vida social, de la vida política. Hay muchas tinieblas interiores. Ciertamente el Señor nos salva, pero nos pide que enfrentemos nuestras tinieblas para que la luz del Señor entre y nos salve.

 

La luz disipa la oscuridad y nos permite ver. Jesús es esa luz que ha disipado las tinieblas y es nuestra tarea hacer brillar la luz de Cristo con nuestras palabras, pero que fluye, sobre todo, de nuestras "buenas obras" (v. 16). "El discípulo de Jesús es luz cuando sabe vivir su fe fuera de los espacios estrechos, cuando ayuda a eliminar los prejuicios, a eliminar la calumnia y a llevar la luz de la verdad a situaciones viciadas por la hipocresía y la mentira. Hacer luz. Pero no mi luz, es la luz de Jesús: somos instrumentos para que la luz de Jesús llegue a todos".[1]

        

Siendo realistas, el drama del mundo consiste en el rechazo de la luz de Jesús. Lo dice Juan claramente en el prólogo del Evangelio: "Vino a los suyos, más los suyos no lo recibieron. Amaban más las tinieblas que la luz" (Jn. 1,9-11). 

 

Señalado por Juan como tragedia, sucede que el ser humano se adapta a las tinieblas, aún más, es esclavo de las tinieblas y esta será la continua lucha de Jesús: iluminar, llevar la luz que hace ver las cosas como realmente son. Este mundo tan lleno de injusticias, de falsedad o medias verdades, carente de paz y solidaridad, se ilumina cuando los cristianos abrazamos la verdad, nos convertimos en lámpara y ponemos al descubierto todo aquello que es obstáculo para la realización del Reino de Dios entre nosotros. 

 

Seamos siempre esa luz alentadora que es parte de nuestra identidad cristiana, incluso en un tiempo hondamente secularizado e ideologizado como el presente, recordando las palabras de Pablo que nos exhorta a manifestar valerosamente nuestro modo de vivir y de pensar: "no se acomoden al mundo presente, antes bien transfórmense mediante la renovación de su mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rm 12, 2).

 

En el fondo, Jesús nos enseña que el cristiano no es luz para sí mismo, no puede encerrarse o esconderse en su propia seguridad. Así también, la Iglesia no puede encerrarse en sí misma, no debe abandonar su misión de evangelización y servicio. Jesús, en la sentida oración sacerdotal, pidió al Padre que no sacara a los discípulos del mundo, sino que los dejara allí en el mundo y que los protegiera del espíritu del mundo. 

 

Paradójicamente, el mundo con sus "matráfulas", para decirlo muy a lo tico, quiere presentar a la Iglesia como una instancia oscurantista,  para generarnos miedo, pero bien sabemos que es desde la Luz, que con fortaleza  seguimos adelante cumpliendo con alegría la misión que se nos ha confiado.

 

Es la acción del Espíritu Santo que transforma y purifica los corazones de los creyentes, la que  nos hace pasar del egoísmo y la cobardía a la generosidad y la valentía; su fuerza arranca de nosotros toda estrechez y cálculo meramente humano.  

 

Vivir siendo luz en el mundo es algo heroico, que nos lleva a amar al otro, a pesar del mal causado, perdonar en lugar de guardar resentimientos, el Evangelio ilumina el cambio y siempre nos infunde esperanza. No perdamos la esperanza, toda vez que transitamos por los senderos de la Verdad.

 



[1] Papa Francisco, Ángelus, 9 de febrero 2020