IV Domingo del Tiempo Ordinario, Mons. Daniel Blanco
En este inicio del Tiempo Ordinario, la Liturgia de la Palabra, nos ha hecho meditar en el modo cómo Cristo ha empezado su ministerio público, después de haber sido bautizado en el Jordán: Jesús ha sido presentado al mundo por el Bautista, ha llamado a sus primeros discípulos y ha iniciado su predicación.
En este IV Domingo del Tiempo Ordinario, el evangelio de San Mateo, nos presenta el comienzo del primer gran discurso de Jesús, que es conocido como el Sermón de la Montaña y al que el Papa Francisco llama la carta magna del Nuevo Testamento (29.01.2017) o el carné de identidad del cristiano (09.06.2014).
Nos ha narrado el evangelio de Mateo que Jesús sube a una montaña a predicar y desde ahí, como nos recordaba el papa Benedicto XVI, se presenta como «el nuevo Moisés, que se sienta en la cátedra del monte y proclama bienaventurados a los pobres de espíritu, a los que lloran, a los misericordiosos, a quienes tienen hambre de justicia, a los limpios de corazón, a los perseguidos» (30.01.2011).
La promesa hecha por el Señor por boca del profeta Jeremías (Jr. 31, 33), de dar una ley que sería escrita en los corazones y no en piedras, se cumple en este discurso de Cristo, que estaremos escuchando por varios domingos y que como ha explicado el papa Benedicto, presenta a Jesús como el nuevo Moisés, que viene a darle plenitud a la ley, la cual tiene, desde sus orígenes, el amor como fundamento, que debe ser la norma de vida de todo cristiano.
Este discurso da inicio con las Bienaventuranzas, nueve principios con los que Jesús recuerda que el ser humano tiene como meta la felicidad, la cual busca constantemente. Al respecto nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que «Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer» (CEC 1718).
Esta verdad, sobre el deseo de felicidad que tiene todo ser humano y que las Bienaventuranzas quieren recordarnos, parecería que encierra una contradicción. Porque los motivos que Jesús da para estar felices son la pobreza, el sufrimiento, el llanto, la falta de justicia y la persecución.
Estas situaciones, humanamente hablando, pareciera que no dan la felicidad, pero Jesús quiere afirmar que el verdadero gozo radica en que cada una de estas personas que pasan alguna situación de dolor encontrarán consuelo sólo en Dios, ya que aquel que es pobre y humilde, se da cuenta que sólo puede contar con el auxilio de Dios y pondrá toda su confianza en Él, como el resto fiel de Israel, del que hablaba el profeta Sofonías en la primera lectura, que ante el inminente exilio a Babilonia, reconoce que sólo pueden confiar en YHWH.
Esta confianza, que hace que una persona ponga toda su vida en las manos de Dios y por tanto recibe el regalo de su misericordia nos permite entender la segunda parte de las Bienaventuranzas, porque quien ha conocido la misericordia de Dios y ha conocido, en su historia de vida, el amor que da la verdadera felicidad, necesariamente debe compartirlo con los otros.
Por esto, es bienaventurado aquel que es misericordioso, el limpio de corazón y el que trabaja por la paz. Porque al compartir su experiencia del amor de Dios con el hermano alcanzará la verdadera felicidad que se fundamenta en el amor auténtico ?plenitud de la ley? amor que, como el de Cristo, es entrega de la propia vida a la voluntad del Padre y al servicio de los hermanos.
Por tanto, en la búsqueda constante de la felicidad, que todos los seres humanos realizamos, no podemos darle la espalda a los momentos de dificultad y sufrimiento, que van llegando a nuestra vida, porque estos nos permiten hacer experiencia de amor de Dios que regala el verdadero gozo y nos impulsa para compartir ese amor y ese gozo en la entrega a los hermanos que están pasando necesidad.
Este llamado puede parecer una tarea difícil, pero la enseñanza de San Pablo en la segunda lectura nos anima, al recordarnos que el Señor ha escogido, para que continuemos la misión de anunciar el Reino, a los pequeños y humildes del mundo y de este modo dejar claro que todo es obra de Dios y que toda la gloria debe ser dada a Dios quien suscita en medio de nuestras limitaciones, carismas para que su Palabra se siga anunciando y la vivencia del amor se expanda y sea una realidad para todos los seres humanos que, aun en nuestros días, seguimos buscando la verdadera felicidad.