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Obispo Auxiliar

Cristo, es el verdadero Cordero de Dios

Mons. Daniel Blanco (VIDEO)

Con la fiesta del Bautismo del Señor que celebramos el pasado lunes, se concluyó el tiempo de la Navidad e iniciamos el Tiempo Ordinario.

Este tiempo litúrgico, que es tan importante como los otros, nos permite contemplar, a la luz de la Palabra de Dios, la totalidad del misterio salvífico, a través de las acciones que Cristo realiza durante su ministerio público, el cual inició después del bautismo en el Jordán.  Estas acciones son, principalmente, la predicación del Reino, los milagros que realiza y sus gestos de compasión y misericordia.

La palabra de Dios de este Domingo, con el cual iniciamos la segunda semana del Tiempo Ordinario, narra el modo cómo Juan el Bautista culmina su misión.  El precursor, llamado a anunciar la llegada del Mesías y a preparar su camino, presenta a Jesús a sus discípulos, manifestando, con total claridad, que es el Ungido anunciado por los profetas, ya que indica cuáles son sus prerrogativas como Mesías y como Salvador:  Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, es quien tiene la plenitud del Espíritu Santo y es el Hijo de Dios.

Estas tres características que el Bautista señala de Cristo, aseguran que en Jesús, se cumplen las escrituras y la promesa de Dios de enviar a quien dé la salvación a todo el género humano.

Esta promesa de Dios, queda plasmada en el texto del profeta Isaías que se proclama como primera lectura.

En este fragmento del Antiguo Testamento, se anuncia a un Siervo de YHWH, el cual será luz para todas las naciones y hará que la salvación llegue hasta los confines de la tierra.

A pesar de los esfuerzos que han hecho los estudiosos para darle un nombre a este Siervo, sólo es posible encontrar en Jesucristo, a aquel que cumple totalmente y de forma definitiva todos los requisitos:  Jesús es el Mesías, que realiza la misión encomendada por el Padre, de iluminar a toda la humanidad con el don de la Salvación.

Esta salvación, va a ser consumada, por la entrega de su propia vida realizada por este Siervo del Señor, a quien, de forma profética, el Bautista llama, Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

Esta es la forma en que Juan, presenta a Jesús a sus discípulos.  Este título, indica la misión de Jesús, porque el cordero, simbólicamente era utilizado en los sacrificios pascuales, para indicar que sobre él se cargaban los pecados del pueblo y con su muerte esos pecados quedaban perdonados.

Cristo, es el verdadero Cordero de Dios, porque su misión es cargar con todos los pecados de la humanidad y con su sacrificio en la Cruz, perdonar los pecados de cada persona humana, regalando salvación a la humanidad entera.  Lo hace con un único sacrificio y una vez y para siempre.

Por tanto, el título con el cual el Bautista anuncia que el Mesías ya está en medio de su pueblo, indica, no sólo, que su misión es salvar a la humanidad sino también el modo cómo realizará esta misión.

Nos enseña el papa Francisco:  «Jesús vino al mundo con una misión precisa: liberarlo de la esclavitud del pecado, cargando sobre sí las culpas de la humanidad. ¿De qué modo? Amando. No hay otro modo de vencer el mal y el pecado si no es con el amor que impulsa al don de la propia vida por los demás.  En el testimonio de Juan el Bautista, Jesús tiene los rasgos del Siervo del Señor, que soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores (Is. 53, 4), hasta morir en la cruz.  Él es el verdadero cordero pascual, que se sumerge en el río de nuestro pecado, para purificarnos».

El inicio del Tiempo Ordinario a la luz del inicio del ministerio público de Cristo, nos pone de frente a una verdad que llena de esperanza y de compromiso la vida de todos los cristianos.  Dios, ama tan profundamente a la creatura humana, que envía a su Hijo, para que asuma nuestra humanidad, y se entregue voluntariamente a la muerte, para rescatarnos y hacernos partícipes de su vida plena y perfecta.

Que podamos responder a este amor extremo de Dios, siendo verdaderamente Pueblo Santo de Dios, como nos llamaba San Pablo en la segunda lectura, es decir, siendo una verdadera comunidad de oración, de fraternidad, de amor, de servicio y de entrega los unos por los otros, a ejemplo de Jesús, nuestro Salvador.