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Arzobispo

Benedicto XVI, servidor de Cristo

(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano

Al profundizar la misión de apacentar que Cristo encomienda a sus pastores, el Papa Francisco señalaba: «Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a sufrir. Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia?. Estas palabras, pronunciadas en el funeral de Benedicto XVI, resumían el auténtico servicio que este hombre de Dios prestó a la Iglesia.

Sin duda, su vida fue un ejemplo de entrega, amor y confianza plena en el Señor y sus últimas palabras lo ratifican: Señor, te amo. Sobre la base de ese amor sincero, llevó adelante su misión como Sumo Pontífice, insigne cooperador de la Verdad, no fundamentado en el orgullo, dada su sabiduría y conocimientos, sino, desde la sencillez y humildad, aunque esto le trajera constantes señalamientos e incomprensiones. 

El 21 de setiembre de 2006, ya como obispo, tuve la oportunidad de escuchar, presencialmente y por primera vez, al entonces Papa Benedicto XVI, en una audiencia en la que nos recibió a los obispos nombrados aquel año. Fueron momentos emotivos sin duda alguna, y a la vez, una ocasión para escuchar palabras llenas de sabiduría, de espiritualidad y visión. En aquel ambiente cercano nos dijo: Queridos hermanos, cada uno de vosotros, siguiendo el ejemplo de Cristo, en la atención diaria a la grey, ha de hacerse «todo a todos» (cf. 1 Co 9, 22), proponiendo la verdad de la fe, celebrando los sacramentos de nuestra santificación y testimoniando la caridad del Señor. 

También nos manifestó: Acoged con corazón abierto a los que llaman a vuestra puerta: aconsejadlos, consoladlos y sostenedlos en el camino de Dios, tratando de llevarlos a todos a la unidad en la fe y en el amor, cuyo principio y fundamento visible, por voluntad del Señor, debéis ser vosotros en vuestras diócesis (cf. Lumen gentium, 23).

Posteriormente, en la visita ad limina que realizamos como Conferencia Episcopal de Costa Rica en el año 2008, cuando acudí a la audiencia particular, con la mayor sencillez del mundo, al ingresar al despacho, era él quien me esperaba a la entrada. En la conversación que sostuvimos me pidió le señalara en el mapa que tenía en el escritorio, dónde se ubicaba la diócesis de Limón, que en aquel momento tenía a mi cuido pastoral.

En aquella visita ad limina nos advertía a los obispos: También el pueblo costarricense necesita revitalizar constantemente sus antiguas y profundas raíces cristianas, su vigorosa religiosidad popular o su entrañable piedad mariana, para que den frutos de una vida digna de los discípulos de Jesús, alimentada por la oración y los sacramentos, de una coherencia de la existencia cotidiana con la fe profesada y de un compromiso de participar activamente en la misión de «abrir el mundo para que entre Dios y, de este modo, la verdad, el amor y el bien» (cf. Spe salvi, 35).

Y agregó categóricamente: El Señor ha sido pródigo con su viña en Costa Rica, donde hay un buen número de sacerdotes que son los principales colaboradores del Obispo en su ministerio pastoral. Por eso necesitan, además de orientaciones y criterios claros, de una formación constante y de apoyo en el ejercicio de su ministerio, una cercanía propia de hijos y amigos (Cf. Lumen gentium, 28).

La revitalización de la fe y la formación permanente y el acompañamiento de los sacerdotes que, en buena parte definen la misión de Benedicto XVI, siguen siendo un desafío inclaudicable para nosotros obispos. 

Por todo ello, hermanos, además de encomendar en la plegaria al querido Papa Emérito Benedicto XVI, les invito a dar gracias al Señor por haber regalado a su Iglesia, un Papa que supo guiarla, desde la sencillez y la verdad, en medio de aguas turbulentas y con el papa Francisco le decimos: Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz.

Es una ocasión especial también, para reafirmar nuestra fe en la Iglesia, que como Sacramento de Salvación, es guiada por la presencia y fuerza del Espíritu, a pesar de las limitaciones manifiestas de los seres humanos que la conformamos.