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Arzobispo

Este es mi Hijo amado

(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano

Los creyentes hemos celebrado con júbilo y esperanza este tiempo de Navidad que concluye con la fiesta del Bautismo del Señor. Esta celebración, nos brinda la oportunidad de ir, como peregrinos en espíritu, a las orillas del Jordán, y así participar de un acontecimiento misterioso: el bautismo de Jesús por parte de Juan Bautista, el precursor. 

La narración evangélica señala que, bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y se vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco (Mateo 3,16-17). 

El mismo niño que hemos adorado en aquel humilde pesebre la noche de Navidad y al que después los Magos reconocen como el Rey anunciado por las antiguas Escrituras, se manifiesta ahora como el Cristo, el ungido de Dios, el Hijo unigénito predilecto del Padre. 

Así comienza Jesús su vida pública. El bautismo es el principio de su misión en el mundo como un enviado del Padre para manifestar su bondad y su amor por los hombres. En efecto, Jesús de Nazaret, ungido con el Espíritu Santo y con poder, pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él (Cf. Hechos 10,38).

Ciertamente, antes de sumergirse en las aguas del Jordán, Jesús se sumerge en la multitud, se une a ella, pasa por uno de tantos y asume plenamente la condición humana, compartiendo todo excepto el pecado; un gesto que manifiesta, también, la humildad y el servicio como fundamento de la evangelización. 

Con su disposición a la voluntad del Padre y la alegría con la que asume el anuncio del Reino, el Señor nos enseña que la misión de la Iglesia, y la de cada uno de nosotros, está en injertarse en la suya, regenerando continuamente en la oración la Evangelización y el Apostolado, para hacer un claro testimonio cristiano, no de acuerdo con nuestros proyectos humanos, sino de acuerdo con el plan y el estilo de Dios.

Como él, hoy nosotros hemos sido enviados a amar y a servir: Como el Padre me envió, también yo os envío (Juan 20,21), y derrama su Espíritu sobre la Iglesia, a fin de que, reavivada, sepa comunicar el Evangelio en un mundo que cambia. De la fuerza de este amor y de la firme fe en Jesús, es que nace y se renueva constantemente nuestro testimonio cristiano. 

En este año 2023 que apenas inicia, la convicción del Dios con nosotros debe animarnos a transmitir, especialmente con nuestro testimonio, que sólo Cristo puede colmar plenamente las expectativas profundas de nuestro corazón y responder a los interrogantes más inquietantes sobre el dolor, la injusticia y el mal, sobre la muerte y el más allá. 

Es necesario que nuestra fe se traduzca en vida en cada uno de nosotros, así seremos testigos capaces y dispuestos a asumir el compromiso de dar siempre razón de la esperanza, que nos impulsa a avanzar todos los días sin desfallecer (cf. 1 P 3, 15). 

Anunciemos con firme esperanza a Cristo, sin excluir a nadie, pues la alegría del Evangelio es para todos.  Así  lo anuncia el ángel a los pastores de Belén: «No temáis, porque os traigo una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo» (Lc 2,10).  Anunciemos a Cristo no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción.

Mantengamos a lo largo del año esta actitud y pidamos al mismo Espíritu Santo que descendió en el bautismo del Señor, que inspire en todos nosotros un seguimiento fructífero y que así podamos ser verdaderos testigos del Evangelio.