Mons. Daniel Blanco (VIDEO)
Como Iglesia, seguimos celebrando el tiempo santo de la Navidad, el cual este año, se concluye el próximo lunes, con la fiesta del Bautismo del Señor.
La Navidad, es el tiempo litúrgico más corto de todo el año, pero es un tiempo lleno de celebraciones que nos hacen meditar en la importancia del acontecimiento que conmemoramos: Dios se hace hombre para salvar a todo el género humano.
Es precisamente el tema de la salvación para toda la humanidad lo que está en el centro de la fiesta litúrgica de este domingo, cuando como Iglesia costarricense, celebramos la Epifanía del Señor.
Todos los elementos celebrativos (las oraciones, las lecturas y demás elementos litúrgicos) nos hablan de la universalidad de la salvación. Verdad que se refleja con total claridad en el hecho de que a unos Magos de Oriente, por medio de la luz de una estrella, se les revelara el nacimiento de un gran rey, al cual reconocen y adoran como Mesías y Salvador. Al respecto dice el papa Francisco: «los Magos, siguiendo una luz, buscan la Luz. La estrella que aparece en el cielo enciende en su mente y en su corazón una luz que los lleva a buscar la gran Luz de Cristo. Los Magos siguen fielmente aquella luz que los ilumina interiormente y encuentran al Señor» (06.01.2014).
Epifanía, título de esta fiesta, es una palabra griega que se traduce como Manifestación y explica el significado profundo que tiene el acontecimiento de la adoración del Niño de Belén por parte de los Magos de Oriente.
Dios ha querido manifestarse, es decir, revelarse, mostrarse tal y cual es por medio de su Hijo, y se ha manifestado al pueblo judío por medio de los ángeles que anunciaron el nacimiento del Mesías a los pastores que fueron a adorarlo. Pero, asimismo, se ha manifestado a todos los pueblos de la tierra por medio de la estrella que guio a los Magos de Oriente hasta el pesebre de Belén, para contemplar al Mesías redentor.
El acontecimiento de la adoración de los Magos, junto a las lecturas que se han proclamado, nos permite comprender que el acontecimiento salvífico que trae el nacimiento de Cristo tiene como receptores no a unos cuantos, sino a toda la humanidad. Porque Dios que se ha manifestado, por muchísimos siglos, al pueblo elegido, también lo ha hecho, en la plenitud de los tiempos, a todos los pueblos de la tierra.
Ya el profeta Isaías lo anunció así cuando el pueblo elegido regresaba de Babilonia a la Tierra Prometida. El profeta anuncia una procesión hacia Jerusalén, donde se deja atrás la oscuridad de la tristeza vivida en el exilio, para caminar hacia la Ciudad Santa donde resplandece la Luz y la Gloria de Dios.
Pero en esa procesión no sólo camina el pueblo elegido, sino que llegan de todas las naciones, trayendo ofrendas para el Señor, porque el esplendor de la Gloria de Dios alumbra y atrae a la humanidad entera.
Esta promesa se ve cumplida en los Magos de Oriente. Ellos, provenientes del mundo pagano, pero atraídos por la luz de la estrella, contemplan la verdadera luz, la gloria de Dios manifestada en el recién nacido de Belén. Dios, que se revela a los pueblos paganos, manifiesta que su misión es salvar a la humanidad entera, sin ninguna distinción.
Así lo ha afirmado también el apóstol Pablo cuando en la carta a los efesios indica claramente que «también los paganos son coherederos de la misma herencia, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa de Jesucristo».
Por tanto, esta celebración, sigue llenando de esperanza nuestra vida durante las fiestas de Navidad. Dios nos asegura que ha enviado a su Hijo para salvar a toda la familia humana, es decir, que cada uno de nosotros ha estado en la mente de Dios cuando ha decidido enviar a su Hijo a este mundo con la misión de entregar su vida por nuestra salvación.
Se nos asegura, por tanto, que en medio de las situaciones de tiniebla que la humanidad pueda vivir, la Luz de Cristo viene a iluminarnos y a llenarnos de esperanza, porque su Luz siempre triunfa sobre las tinieblas. Esta Luz debe seguir iluminando el mundo, gracias al compromiso de cada cristiano de responder al llamado de Cristo de ser luz del mundo por medio de las buenas obras (Cfr. Mt. 5, 14-16).
Nos enseñaba el papa Benedicto, a quien esta semana hemos despedido: «También la Iglesia, por lo tanto, lleva a cabo para la humanidad la misión de la estrella (guiar a todo hombre a Jesús). Asimismo algo semejante se puede decir de todo cristiano, llamado a iluminar con la palabra y el testimonio la vida y los pasos de los hermanos. Así, ¡qué importante es que los cristianos seamos fieles a nuestra vocación! Todo auténtico creyente está siempre en camino en el propio itinerario personal de fe y, al mismo tiempo, con la pequeña luz que lleva dentro de sí, puede y debe ser de ayuda a quien se encuentra a su lado y tal vez le cuesta encontrar el camino que conduce a Cristo» (Ángelus, 06.01.2008).
En la pequeñez del niño de Belén, seguimos contemplando a Dios que ha transformado nuestra vida y nuestra historia y experimentamos el amor de Dios por cada uno de nosotros. Por eso, como los Magos de Oriente, contemplemos su gloria, ofrezcámosle lo mejor de nosotros y pongámonos en camino para dar testimonio y desempeñar la misión confiada a la Iglesia: ser luz del mundo, anunciando la salvación de Dios a todos los pueblos de la tierra, dando a conocer su palabra hasta los confines del mundo y siendo presencia de la misericordia de Dios en medio de los sufrimientos de la humanidad.