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Obispo Auxiliar

Santa María Madre de Dios

Mons. Daniel Blanco (VIDEO)

La noche santa de la Navidad, en la eucaristía que conocemos como Misa del Gallo, se canta o se recita el himno llamado Kalenda, en el que se recuerda un elemento muy importante y que no podemos olvidar en la meditación de las celebraciones de estos días en que conmemoramos el nacimiento de Jesucristo:  La celebración de la Navidad está íntimamente vinculada a la celebración de la Pascua, porque el niño nacido en Belén, adorado por los pastores y a quien se le puso el nombre de Jesús, es el mismo que ha predicado el Reino, ha realizado milagros, ha revelado que Dios es un Padre misericordioso y ha muerto y resucitado para salvar a todo el género humano.

Es decir, que el centro de todas las celebraciones navideñas es Cristo, que nació, murió y resucitó por salvarnos.

Esta verdad es la que encierra la celebración de este día, cuando meditamos en el dogma de la maternidad divina de María, al cerrar la primera semana de la Navidad, porque los padres que en el concilio de Éfeso, en el año 431, definieron que la Santísima Virgen María es Madre de Dios, afirman precisamente, que el niño de Belén, es Dios, segunda persona de la Trinidad, que asume nuestra condición humana, sin menoscabar en nada su condición divina y que ha salvado a la humanidad entera con el acontecimiento pascual.

María no es madre de un hombre cualquiera, sino que es la madre del Dios que se ha hecho hombre.  Nos lo explica el papa Benedicto XVI cuando afirma que «en la liturgia de hoy destaca la figura de María, verdadera Madre de Jesús, hombre-Dios. Por tanto, en esta solemnidad no se celebra una idea abstracta, sino un misterio y un acontecimiento histórico:  Jesucristo, persona divina, nació de María Virgen, la cual es, en el sentido más pleno, su madre» (01.01.2007)

Por tanto, Dios ha querido unirse estrechamente a María, tanto que la hace colaboradora insigne de la obra de la salvación, el papa Francisco, parafraseando a Tertuliano, explica esta verdad indicando que «Cristo y su Madre son inseparables: entre ellos hay una estrecha relación, como la hay entre cada niño y su madre. La carne de Cristo, que es el eje de la salvación (Tertuliano), se ha tejido en el vientre de María (cf. Sal 139, 13)» (01.01.2015).

Así lo ha afirmado San Pablo en la segunda lectura, cuando, de manera sintética, pero muy profunda, indica que Dios envía a su hijo, nacido de una mujer, para salvar al género humano y hacernos sus hijos.

Al llamar a María, simplemente mujer, está indicando que ella es la nueva Eva (Eva significa mujer) y por tanto, es María la que con su sí, va a reparar el pecado de Eva, al colaborar para que el Verbo pusiera su tienda entre nosotros.  Por tanto, María ha puesto su vida al servicio del Señor y al servicio de los hermanos.

Por esta razón, celebrar esta fiesta, necesariamente nos hace volver la mirada a la Santísima Virgen María, porque Dios se ha hecho hombre para salvarnos, gracias a la colaboración de María, gracias a su sí, gracias a su hágase.

Y mirar a María, es mirar a la mujer que se ha entregado totalmente a Dios y ha vivido sus enseñanzas:

  • Porque ha dicho sí al llamado que Dios le ha hecho para colaborar en el plan de Salvación.
  • Ese sí, la ha enviado a servir también a los hermanos, tal y como lo hizo con su prima Isabel y en las bodas de Caná.
  • Al pie de la Cruz, donde la encarnación alcanza su significado pleno, ella asume también la plenitud de su maternidad, al aceptar ser la madre de la Iglesia.
  • A partir de ahí, se une a la comunidad apostólica en la oración, en la fracción del pan y en la espera del Espíritu.
  • Su maternidad, ahora desde la plenitud de la Gloria, sigue siendo manifestación del amor de Dios, que nos ha dejado a su madre que cuida, acompaña e intercede por todos nosotros.

El Concilio Vaticano II enseña que «la Virgen es tipo y modelo de la Iglesia» (LG. 63), es decir, la Iglesia y por tanto cada uno de quienes somos bautizados, debemos ver en María un ejemplo y un modelo de lo que debe ser nuestra vida cristiana.

Por esto, al iniciar un nuevo año, cuando generalmente nos hacemos propósitos para mejorar nuestra vida, pidamos la intercesión de la Santísima Virgen, madre de Dios y madre nuestra, para que podamos imitarla, haciendo siempre la voluntad de Dios, según nuestra propia vocación; sirviendo a los hermanos, especialmente a los más necesitados; uniéndonos en la oración y en la vida sacramental con nuestros hermanos, en nuestras distintas comunidades.

De esta manera la bendición tan hermosa, que nos recordaba la primera lectura, se haga vida en nosotros, no solamente porque recibimos la bendición, la protección, la benevolencia y la paz de Dios, sino también, porque, por medio de nuestras acciones podemos hacer resplandecer el rostro de Dios sobre los hermanos.