Mons. Daniel Blanco
La Solemnidad de la Natividad del Señor, litúrgicamente nos presenta cuatro formularios distintos para la celebración de la Eucaristía: la Misa Vespertina, la Misa del Gallo, la Misa de la Aurora y la Misa del Día.
Cada una de estas celebraciones tiene la intención de que meditemos en el sentido profundo que tiene la conmemoración del acontecimiento de la Navidad para la humanidad entera.
Todos estos oficios litúrgicos, con todos sus signos, con la palabra proclamada y con las oraciones, nos hacen volver la mirada a Cristo, que ha nacido en el silencio y la pobreza de un pesebre.
En la Misa del Gallo escuchamos al profeta Isaías que anuncia el nacimiento de un niño que será luz en medio de las tinieblas y que brillará en medio de las oscuridades del mundo. Anuncio que da esperanza a un pueblo que sufre, porque se promete que un descendiente de David restablecerá el derecho y la justicia en Israel.
Esta promesa se cumple cuando en la plenitud de los tiempos, como nos dice la Carta a los Hebreos, en la Misa del Día, Dios, que ha hablado siempre por medio de los profetas, ahora nos habla por medio de su propio hijo.
Y el primer gran discurso del Hijo, es precisamente su nacimiento, porque Él que es la Palabra hecha carne, nos habla, no según las categorías humanas, de un Mesías lleno de ostentoso poder, sino que nos habla desde categorías muy distintas.
El niño que nos ha nacido, es ciertamente descendiente de David, pero nace en el silencio y en la pobreza de una ciudad pequeña y desconocida, en un pesebre porque no había lugar en las posadas y adorado por unos humildes pastores. Esto lo recordaba el papa Francisco en la misa del Gallo del año pasado, cuando nos decía: «He aquí el signo: un niño. Eso es todo, un bebé en la pobreza de un pesebre. No hay más luces, ni fulgores, ni coros de ángeles. Sólo un bebé, como lo había anunciado Isaías un niño se nos ha dado» (Homilía, 24.12.2021).
Este es el asombro de la Navidad, el Dios eterno, perfecto, omnipotente y trascendente, entra en nuestra historia de la manera más humilde, para elevar la dignidad del ser humano. Una dignidad que se había perdido por el pecado de nuestros primeros padres y que Dios, asumiendo nuestra carne, la redime.
Esta redención se da gracias a la entrega de este niño, que contemplamos en un pesebre, cuando al dar su vida en la cruz, paga, a precio de sangre, nuestros pecados y resucitando nos hace partícipes de su misma vida, haciéndonos hijos y coherederos del Reino. El misterio de nuestra salvación es un acontecimiento inseparable: Encarnación y Resurrección no pueden verse como dos acontecimientos independientes.
Por esto, también la Kalenda de la misa el Gallo nos indica que, «La solemnidad de esta noche nos recuerda aquella otra, la más importante del año: la Pascua. El nacimiento de Cristo presagia su pasión y su resurrección gloriosa y la noche de Belén evoca la cruz y las tinieblas del Calvario; los ángeles que anuncian al recién nacido a los pastores nos recuerdan a los ángeles que anunciaron al Resucitado a los discípulos. Es pues la Pascua lo que en verdad celebramos en la conmemoración de la Navidad».
Esto también lo recuerda San Pablo en su carta a Tito cuando en la segunda lectura de la Misa de la Aurora afirma que en Cristo que se ha hecho hombre «se manifiesta la bondad de Dios, nuestro salvador, y su amor a los hombres, él nos salvó, no porque nosotros hubiéramos hecho algo digno de merecerlo, sino por su misericordia».
Éste es, por tanto, el sentido de la Navidad. Celebramos a Cristo, el niño pequeño que en el pesebre es el signo del amor eterno de Dios que ha querido anonadarse para darnos la salvación. Dios que hace maravillas desde la pequeñez de la humanidad.
Nos decía también, el año pasado el Santo Padre que debemos aprender a acoger la pequeñez, esa pequeñez desde la cual Dios actúa.
Acoger nuestra propia pequeñez con humildad, para poner nuestra vida al servicio de Dios y acoger la pequeñez de los hermanos, especialmente a los más pequeños de hoy, los pobres, los enfermos, los migrantes, los excluidos, los más vulnerables.
En esto radica la enseñanza que la celebración del acontecimiento del nacimiento de Cristo quiere darnos: Navidad es maravillarnos de la grandeza de Dios que actúa desde la pequeñez del ser humano para hacernos partícipes de su gloria y maravillarnos porque Dios cuenta con nuestra pequeñez para ser cercano a los más pequeños del mundo.
Celebremos esta Navidad, que hoy iniciamos y que se extenderá por dos semanas, haciendo vida esta enseñanza y desde nuestra pequeñez hagamos presente la grandeza del Dios que ha venido a salvarnos.