Monseñor José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano
Con cada Ordenación Sacerdotal se nos augura la esperanza de una renovada vitalidad para la Iglesia pues, más que un asunto individual, este acontecimiento tiene una conexión directa con la comunidad de fe a la que los nuevos ministros servirán. En efecto, los sacerdotes son servidores de todos en nombre de Cristo, el Buen Pastor.
Un sacerdote no es un funcionario, su vida y acción pastoral sugieren crecimiento espiritual de la comunidad pues, han sido escogidos entre los hombres y puestos al servicio de ellos en las cosas de Dios.[1]
Por ello, nos alegramos al constatar como estos hermanos nuestros, después de un serio proceso de formación y habiéndolo discernido seriamente, van a ser ordenados presbíteros, para hacer las veces de Cristo, Maestro, Sacerdote y Pastor, por quien la Iglesia, su Cuerpo, se edifica y crece como pueblo de Dios y templo santo.
Su vocación ha de ser un reflejo del ministerio de Cristo, que "no vino a ser servido, sino a servir, y a dar su vida en redención de muchos" (Mt., 20, 28). Jesús, el Buen Pastor que da su vida por las ovejas (Cf. Jn 10, 11) nos recuerda con su entrega que todo buen pastor conoce a sus ovejas, su realidad de vida y sus necesidades: ?Les ayuda a desenredarse del pecado, a vencer los obstáculos y las dificultades que encuentran. A diferencia del mercenario, él va en busca de ellas, les ayuda a llevar su peso y sabe animarlas siempre". [2]
Ustedes son parte de la comunidad cristiana y me consta que en su proceso formativo se les ha insistido que ningún cristiano, menos aún un sacerdote, vive sólo para sí, sino que, según las exigencias de la nueva ley de la caridad, todos deben poner, cada uno al servicio del otro, el don que recibió para que cumplan plenamente su deber en la comunidad.[3]
Esta Iglesia Arquidiocesana, por su parte, ha esperado su ordenación con inmensa esperanza, sin cansarse de orar al Señor por nuevos trabajadores valientes, pues: "La mies es mucha, pero los obreros pocos" (Mt 9, 37).
Siempre tendremos necesidad de sacerdotes, pero oramos de modo constante pidiendo "santos sacerdotes".
A propósito, recordemos, la enseñanza de San Juan Pablo II al decirnos que "las vocaciones son el don inestimable de Dios a una comunidad en oración. El Señor Jesús nos ha dado ejemplo cuando llamó a los Apóstoles (cf. Lc 6, 12) y ha mandado expresamente rogar "al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 38; Lc 10, 2)".4]
Tengan presente, queridos neopresbíteros, que fue en una comunidad parroquial donde ustedes recibieron la gracia bautismal y dieron sus primeros pasos en la fe para luego responder a esta llamada que tiene como base un designio de amor.
En esas comunidades han encontrado personas de fe capaces de ayudarlos a descubrir su vocación en la Iglesia y en el mundo y también han recibido, sin duda, el testimonio de sacerdotes que, con una vida sencilla y alegre, les han interpelado e invitado al seguimiento de Cristo.
Ahora esas comunidades los acogen con alegría. Les corresponde a ustedes, transmitirles esperanza con el testimonio de su propia vida, manifestando su generoso espíritu de servicio, respondiendo bondadosamente a sus expectativas y expresando la solicitud del Señor por su rebaño.
Nos sentimos agradecidos con Dios y, como pastor de esta Arquidiócesis, le ruego que haga de ustedes infatigables operarios del Evangelio que, con su palabra y ejemplo, irradien la alegría de seguir al Señor. Les deseo un fecundo y santo ministerio.