(VIDEO) Mons. Daniel Blanco, XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Desde el domingo anterior, la Palabra de Dios nos está preparando para el final del año litúrgico, el cual cerraremos el próximo domingo con la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.
Como se indicó la semana anterior, estos dos domingos previos a Cristo Rey, la liturgia nos quiere recordar, que del mismo modo que los años llegan a su final, nuestra vida llagará a su final, por esto, se nos recordaba, el domingo pasado, nuestra fe en la resurrección.
Este domingo, se nos recuerda, que también este mundo llegará a su final. Esto también es parte de nuestra fe, así lo afirmamos en el credo al decir que creemos que Jesús volverá para juzgar a vivos y muertos y que su reino no tendrá fin y también cuando decimos que esperamos la vida del mundo futuro.
La Palabra de Dios que se ha proclamado, busca llenar de esperanza el corazón de los creyentes y quitar todo temor ante la verdad del final de los tiempos, porque ese momento, trascendental de la historia de Salvación, es, principalmente, encuentro con Dios, que es amor, misericordia y compasión.
El día del Señor, como lo llama el profeta, es un día en el que se alegra la creación y se regocija el ser humano, como canta el salmo 97, porque el Señor viene a gobernar con justicia y rectitud.
Durante este año litúrgico, que hemos escuchado el evangelio de San Lucas, nos ha quedado claro, que la justicia y la rectitud con la cual Dios gobierna, no son las categorías humanas que consideran que la justicia es dar a cada cual lo que merece y que la rectitud es una vida sin defectos. Sino que el Señor gobierna con la potestad que lo caracteriza, que es el amor que perdona, que tiene compasión y que llena de misericordia el corazón del ser humano, que busca con sinceridad la conversión, como lo hizo con el hijo pródigo, con los leprosos y con Zaqueo.
Cuando la Palabra de Dios anuncia que el Señor viene a gobernar con justicia y rectitud, tenemos claro entonces, que Él viene a llenar con su perfección toda la creación y a colmar con amor y misericordia al ser humano, al hacerlo partícipe de su misma vida gloriosa.
Y esto, lo profesamos como verdad de nuestra fe, porque así lo ha prometido Cristo, que ha peregrinado hacia Jerusalén, precisamente para realizar con su entrega en la cruz y su manifestación gloriosa en la resurrección, el acto de nuestra redención, que nos libra del pecado y nos une a la vida del cielo.
Aunque, tanto la lectura de Malaquías y el texto del evangelio de San Lucas, hablan de situaciones difíciles que el ser humano debe enfrentar, al final, en ambos relatos, se habla del Señor como Sol de Justicia, que trae salvación y que trae vida para todos los creyentes que perseveren y que teman al Señor.
¿Qué significa, por tanto, perseverar y temer al Señor?
Las situaciones difíciles, que presentan las lecturas, se han vivido en muchas ocasiones a lo largo de la historia de la humanidad; incluso en nuestros días, vemos nuevamente, acontecimientos vividos en siglos anteriores: Guerra en varias partes del mundo, la pandemia global, las situaciones de pobreza reflejadas, entre otras situaciones, en la migración forzada, que ha afectado incluso a nuestro país.
Claramente estas situaciones pueden desencadenar desesperanza, dolor y falta de fe, porque pareciera que Dios no está actuando. Esto muchas veces se ha aprovechado, como Jesús lo anunciaba, para que vengan falsos mesías, anunciando el fin del mundo. Eso también lo hemos vivido en varias ocasiones en las últimas décadas.
Por esto, la exhortación de Jesús es que el cristiano espere, contra toda esperanza, porque Dios siempre va a actuar.
Temer y perseverar, serán sinónimos, entonces, de confiar en que Dios siempre actuará y hará sacar, como lo hizo en el Gólgota, salvación, vida y gloria de donde parece que sólo hay muerte.
Al respecto nos enseña el papa Benedicto XVI: «La Iglesia, desde el inicio, recordando esta recomendación, vive en espera orante del regreso de su Señor, escrutando los signos de los tiempos y poniendo en guardia a los fieles contra los mesianismos recurrentes, que de vez en cuando anuncian como inminente el fin del mundo. En realidad, la historia debe seguir su curso, que implica también dramas humanos y calamidades naturales. En ella se desarrolla un designio de salvación, que Cristo ya cumplió en su encarnación, muerte y resurrección. La Iglesia sigue anunciando y actuando este misterio con la predicación, la celebración de los sacramentos y el testimonio de la caridad» (18.11.2007).
Los falsos mesías anunciados por Cristo en el evangelio, existieron, incluso, en las primeras comunidades cristianas, por esto Pablo es tan fuerte al decir a los tesalonicenses, que el que no quiera trabajar que tampoco coma. Porque ante los falsos anuncios de la inminente venida del Señor, algunos en esta comunidad, decidieron, simplemente sentarse a esperar, desvirtuando lo que verdaderamente debe ser la esperanza cristiana.
Porque la verdadera esperanza cristiana, según nos enseña el catecismo «corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad» (CEC 1818).
Por tanto, la actitud con la que el cristiano espera el Día del Señor, debe ser la de vivir la virtud de la esperanza, que nos preserva del egoísmo, nos conduce a la caridad e inspira todas las actividades del hombre que busca gozar del Reino.
Así nos lo ha recordado el papa Francisco cuando nos exhorta diciendo: «Permanecer firmes en el Señor, en la certeza de que Él no nos abandona, caminar en la esperanza, trabajar para construir un mundo mejor, no obstante las dificultades y los acontecimientos tristes que marcan la existencia personal y colectiva, es lo que cuenta de verdad; es lo que la comunidad cristiana está llamada a hacer para salir al encuentro del "día del Señor"».