(VIDEO) Mons. Daniel Blanco, Domingo XXXI del Tiempo Ordinario
Este domingo, la palabra proclamada nos narra el encuentro que tiene Jesús, en la ciudad de Jericó, con un publicano llamado Zaqueo.
Este acontecimiento resume, de manera ejemplar, lo que ha sido la enseñanza de Cristo en su camino hacia Jerusalén, camino que tiene como última etapa, el paso de Jesús por Jericó.
Durante su peregrinación hacia la ciudad santa de Jerusalén, Jesús ha centrado su predicación en revelar que Dios es un padre misericordioso, que ama a los seres humanos a quienes ha constituido sus hijos y que sale a su búsqueda cuando estos se han alejado como lo recordaban las parábolas de la oveja perdida y del hijo pródigo; asimismo, Jesús ha recordado, en su predicación, que este Padre misericordioso, tiene su mirada puesta en sus hijos, conoce sus necesidades y regala aquello que cada ser humano necesita para su salvación, como lo ha mostrado al sanar a los leprosos que salieron al encuentro de Cristo cerca de Samaria.
Esta verdad, ya la manifestaba el libro de la Sabiduría en la primera lectura, cuando afirmaba que Dios se compadece de todos, ama a todos, perdona a todos y espera siempre su arrepentimiento y conversión.
Otra enseñanza de Jesús, en su camino hacia Jerusalén, es aquella que recuerda cómo debe ser nuestra respuesta a este amor misericordioso del Padre. Jesús ha manifestado que, si los seres humanos somos realmente conscientes de ese amor de Dios y de que nuestra vida no subsiste sin él, nada puede ocupar, en nuestra vida, el lugar que sólo puede tener Dios.
Así lo hizo con la parábola del hombre que acumulaba riquezas y murió sin poder disfrutarlas y con la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro. Con estas parábolas Jesús enseñaba que la vida del ser humano debe estar en las manos de Dios y no en los bienes de este mundo.
El relato del encuentro de Jesús con Zaqueo que nos narra el evangelio, muestra el cumplimiento de cada una de estas enseñanzas:
· Zaqueo es un pecador público. Su oficio de publicano lo hace un traidor al pueblo elegido, por recolectar impuestos para el imperio romano, y esto lo aleja de la comunidad. Pero esto no le quita ni la curiosidad ni el deseo de ver a Jesús, por eso sube a un árbol, para que debido a su estatura, pudiera ver al famoso maestro de Galilea.
Pero el ver a Jesús significó, para Zaqueo, mucho más que ver pasar a un famoso rabino, porque Jesús salió a su encuentro, lo llama por su nombre y le indica que se hospedará en su casa.
Nos dice al respecto el papa Francisco: «La mirada de Jesús va más allá de los pecados y los prejuicios; mira a la persona con los ojos de Dios, que no se queda en el mal pasado, sino que vislumbra el bien futuro. Jesús no se resigna ante las cerrazones, sino que abre siempre, siempre abre nuevos espacios de vida; no se queda en las apariencias, sino que mira el corazón. Y aquí miró el corazón herido de este hombre: herido por el pecado de la codicia, de muchas cosas malas que había hecho este Zaqueo. Mira el corazón herido y va allí» (30.10.2016).
Cristo, que es el Dios que irrumpe en nuestra historia, revela, en sí mismo, el amor del Dios que sale a buscar al pecador, lo perdona y le devuelve la dignidad que el pecado le arrebata al ser humano.
· Zaqueo, también por su oficio de publicano, es una persona adinerada. Dinero que, posiblemente ?como era normal entre los publicanos? tomaba de manera ilegal, por medio de sobornos o cobros indebidos. Zaqueo había hecho del dinero su dios y se había olvidado de que era hijo de Abraham, como lo ha llamado el mismo Cristo.
· Pero el encuentro que Zaqueo tiene con Jesús transforma su vida, se reconoce hijo de Abraham e hijo de Dios, vuelve su corazón al Señor y pone su vida en sus manos, desprendiéndose de los bienes materiales, incluso de aquellos que no adquirió de forma deshonesta, al devolverlos a los que había defraudado y dando la mitad a los pobres.
· Ante esta acción, Jesús le promete la salvación y enseña nuevamente que Dios es un Padre misericordioso, que ha enviado al Hijo del hombre, a salvar lo que se había perdido. Nos dice el papa emérito: «Dios no se deja condicionar por nuestros prejuicios humanos, sino que ve en cada uno un alma que hay que salvar, y le atraen especialmente aquellas almas que son consideradas perdidas y que así lo creen ellas mismas. Jesucristo, encarnación de Dios, ha demostrado esta inmensa misericordia, que no le quita nada a la gravedad del pecado, sino que busca siempre salvar al pecador, ofrecerle la posibilidad de rescate, de volver a comenzar, de convertirse» (31.10.2010).
· La salvación de Zaqueo consistió en su conversión, es decir en que éste, volviera su corazón a Dios, pusiera su vida totalmente en sus manos, y tomara conciencia de que ningún bien de este mundo le daría la verdadera felicidad.
Por tanto, como hemos pedido en la oración colecta, roguemos a Dios que nos permita caminar sin tropiezos hacia las promesas del cielo. Esto, sólo será posible, si, como Zaqueo, volvemos nuestro corazón a Dios, ponemos nuestra vida en sus manos y hacemos de Él, nuestro TODO.