(VIDEO) Mons. Daniel Blanco; Domingo XXX del Tiempo Ordinario
El domingo anterior, Jesús nos exhortaba a orar siempre y sin desfallecer. Una oración que debe ser motivada por una profunda fe en Dios, que es todo bondad y misericordia.
La palabra de Dios de este domingo XXX del Tiempo Ordinario, continúa guiándonos sobre el tema de la oración y cómo, por medio de ésta, el ser humano puede hacer experiencia de la bondad y de la misericordia de Dios.
De la misma manera que el domingo anterior se nos recordaba que la oración debe ser constante y con fe, hoy el Señor nos dice además, que la oración debe ser dirigida con humildad. Ya, en la primera lectura, el libro del Eclesiástico indicaba que la oración del humilde atraviesa las nubes y que el Señor escucha las súplicas del oprimido. No desoye los gritos angustiosos del huérfano ni las quejasinsistentes de la viuda.
El texto del evangelio de San Lucas, presenta, por medio de una parábola, lo que significa orar con humildad, al comparar la oración realizada por un fariseo con la oración de un publicano; ambos personajes oran al mismo tiempo en el templo de Jerusalén.
La oración del fariseo muestra la soberbia de un hombre que cree que no necesita de Dios. En su oración, este hombre, se presenta como una persona buena, que hace, incluso, más de lo mandado, una persona que no necesita conversión, porque cumple perfectamente todo lo mandado en la ley de Moisés. Su soberbia no le permite reconocerse tal cual es ?un ser humano con limitaciones?, necesitado de misericordia, y esto lo aleja de la bondad de Dios, al punto de asumir, él mismo, el papel de Dios, al juzgar los pecados del publicano
Jesús, al final de la parábola, manifiesta que este fariseo no será justificado, precisamente, porque nunca sintió la necesidad de la justificación, nunca puso su vida en las manos misericordiosas de Dios, porque su vida «perfecta» no necesitaba de Dios.
Al respecto nos enseña el papa emérito «? en el fondo (el fariseo), ni siquiera mira a Dios, sino sólo a sí mismo; realmente no necesita a Dios, porque lo hace todo bien por sí mismo. No hay ninguna relación real con Dios, que a fin de cuentas resulta superfluo; basta con las propias obras. Aquel hombre se justifica por sí solo» (Jesús de Nazareth).
Muy distinta será la oración del publicano, que se convertirá en ejemplo de oración humilde.
Este hombre, considerado, por los fariseos y los doctores de la ley, como hereje por su trabajo de recolector de impuestos para el Imperio Romano, se sabe pecador, necesitado de la misericordia de Dios, a pesar de no sentirse digno ni siquiera de levantar sus ojos, éste sí ha puesto su mirada en Dios. Su humildad le permite reconocerse tal cual es y poner su vida en las manos de Dios, a quien humildemente le pide su compasión y su perdón.
Jesús indica que este publicano, sí sale del templo perdonado y salvado.
Esta experiencia del publicano, recuerda lo narrado por Pablo en la segunda lectura. El apóstol se reconoce limitado en medio de la persecución y la cárcel. Sabe que no puede asumir el control de su propia vida por sí mismo y reconoce que sólo Dios ha estado a su lado, sólo Él le ha dado fuerza y lo ha librado de las fauces del León.
Tanto el publicano de la parábola como Pablo, viven la virtud de la humidad, al recocerse necesitados de Dios para poder dar sentido a sus vidas. La humildad en la oración y en la vida cristiana, nos acerca a Dios y nos enaltece, tal y como Cristo nos lo promete en el evangelio. Así nos lo recuerda también el papa Francisco: «La soberbia compromete toda acción buena, vacía la oración, aleja de Dios y de los demás. Si Dios prefiere la humildad no es para degradarnos: la humildad es más bien la condición necesaria para ser levantados de nuevo por Él, y experimentar así la misericordia que viene a colmar nuestros vacíos» (01.06.2016).
El mismo Jesús nos ha dicho, «aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt. 11, 29), por tanto, contemplemos a Cristo el «humilde por excelencia», y pidámosle nos alcance la virtud de la humildad, convencidos de que es un don que viene de lo alto y no algo que se logra con el esfuerzo humano.
Jesús, manso y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo