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Obispo Auxiliar

Orar siempre y sin desfallecer

Mons. Daniel Blanco, Domingo XXIX del Tiempo Ordinario


El domingo anterior, la palabra de Dios nos recordaba, con la sanación de los leprosos, que Jesús ha revelado que Dios es un padre misericordioso que siempre está atento a las necesidades y súplicas de sus hijos.

Este domingo, Jesús quiere insistir en esta verdad al exhortarnos a orar siempre y sin desfallecer.  Porque este padre misericordioso nunca deja de escucharnos ni de responder a nuestras súplicas.

Para enseñarnos esto, Jesús utiliza una parábola en la cual presenta a un juez perverso, que no temía a Dios ni respetaba a los hombres.  Este juez es constantemente buscado por una viuda pobre, que le suplica que le haga justicia.

La viuda, en la Sagrada Escritura, es sinónimo de pobreza, de soledad, de marginación y de indigencia.

En la parábola se deja ver con claridad la maldad del juez que desatendió por mucho tiempo la súplica de esta viuda, a pesar de su situación de dificultad, incumpliendo su oficio de hacer justicia, sólo después de mucho tiempo, este juez llega a atender a la viuda, únicamente para que deje de molestar.  La insistencia y la perseverancia de la viuda dieron su fruto.

A partir de este relato Jesús hará una comparación con las súplicas que el ser humano eleva a Dios, manifestando que si este juez malvado fue capaz de escuchar las súplicas de la viuda, cuánto más Dios que es padre misericordioso escuchará y atenderá las súplicas de sus hijos.

El mismo relato evangélico enseña cómo debe ser esta oración de súplica al Señor:  debe ser una oración constante y sin desfallecer; y debe ser una oración con fe.

Con respecto a esta primera característica de la oración, la misma Palabra de Dios de este domingo nos muestra un ejemplo cuando, en la primera lectura, nos presenta que en la lucha del pueblo de Israel en el desierto contra los amalecitas, logran triunfar gracias a la oración constante de Moisés, que junto a Aarón y Jur, que sostenían sus manos, oraron durante toda la batalla, hasta que YHWH les dio la victoria.

Esta oración constante se hace necesaria, no porque Dios requiera de nuestra oración o porque no conozca nuestras necesidades, sino porque es el ser humano quien necesita de la plegaria constante para sentirse cercano y acogido por el padre misericordioso.  Así nos lo enseña el papa Francisco:  «Dios nos invita a orar con insistencia no porque no sabe lo que necesitamos, o porque no nos escucha. Al contrario, Él escucha siempre y conoce todo sobre nosotros, con amor. En nuestro camino cotidiano, especialmente en las dificultades, en la lucha contra el mal fuera y dentro de nosotros, el Señor no está lejos, está a nuestro lado; nosotros luchamos con Él a nuestro lado, y nuestra arma es precisamente la oración, que nos hace sentir su presencia junto a nosotros, su misericordia, también su ayuda. Pero la lucha contra el mal es dura y larga, requiere paciencia y resistencia ?como Moisés, que debía tener los brazos levantados para que su pueblo pudiera vencer (cf. Ex 17, 8-13).  Es así: hay una lucha que conducir cada día; pero Dios es nuestro aliado, la fe en Él es nuestra fuerza, y la oración es la expresión de esta fe» (20.10.2013).

Esta última frase del papa Francisco nos lleva a considerar la segunda característica de la oración:  la fe.

No es posible tener una vida de oración constante y sin desfallecer si no tenemos fe, si no creemos en que este padre misericordioso nos escucha y nos dará todo lo que necesitamos, en el tiempo oportuno.  Así nos lo recuerda el papa emérito cuando dice que «Dios es la generosidad en persona, es misericordioso y, por consiguiente, siempre está dispuesto a escuchar las oraciones.  Por tanto, nunca debemos desesperar, sino insistir siempre en la oración.  La conclusión del pasaje evangélico habla de la fe:  «Pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Lc 18, 8).  Es una pregunta que quiere suscitar un aumento de fe por nuestra parte. De hecho, es evidente que la oración debe ser expresión de fe; de otro modo no es verdadera oración.  Si uno no cree en la bondad de Dios, no puede orar de modo verdaderamente adecuado. La fe es esencial como base de la actitud de la oración» (17.10.2010).

Esta fe nos ayuda a hacer vida lo que hemos pedido en la oración colecta, es decir que nuestra voluntad sea dócil a la voluntad de Dios, esto porque si tenemos claro que el auxilio me viene del Señor, como hemos dicho en el salmo, podemos comprender que nuestra oración constante siempre tendrá fruto, posiblemente este fruto no siempre es lo que queremos, pero la fe nos asegura que siempre será lo que necesitamos para nuestro camino de santificación.

Por tanto, oremos con constancia y sin desfallecer y hagámoslo con fe, sabiendo que el Dios que es padre bondadoso y misericordioso siempre nos escucha, siempre está a nuestro lado y siempre nos da lo que más necesitamos en el tiempo oportuno.