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Obispo Auxiliar

Ser agradecidos a la misericordia del Señor

Mons. Daniel Blanco, Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario

La palabra de Dios de este Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, nos presenta cómo Dios sana de la lepra a algunos enfermos, específicamente la primera lectura tomada del segundo libro de los Reyes, nos muestra la sanación de un general sirio llamado Naamán y el evangelio de San Lucas nos narra la sanación diez leprosos.

El relato de estos milagros nos permite meditar en varios elementos esenciales de nuestra fe como cristianos.

1.    En primer lugar, la sanación de los leprosos nos muestra el modo en que el Señor actúa en favor del ser humano, como nos recuerda la respuesta del salmo 97, el Señor nos muestra su amor y su lealtad.

Ese amor de Dios por la humanidad, llega a su plenitud con el envío de su hijo Jesucristo, el Mesías Salvador, el Dios-con-nosotros, que asumiendo nuestra condición humana, nos redime con su muerte y su resurrección.

Los diez leprosos del evangelio son conscientes de esto, por esto claman a Jesús con una frase que era dirigida únicamente a Dios ten compasión de nosotros.

Y este Dios compasivo, viene a sanar más que la lepra de estos hombres, porque además de la lepra, Jesús sana todo lo que esta enfermedad significaba, porque el leproso debía vivir apartado de la comunidad, era considerado impuro, por lo que tampoco podía acercarse al templo ni a la sinagoga.

La sanación física de estos leprosos, significó que se les devolviera la dignidad.  Y esto es lo que Dios ha venido a hacer con cada ser humano por medio del acontecimiento pascual.

Como nos recuerda el papa emérito «En verdad, la lepra que realmente desfigura al hombre y a la sociedad es el pecado; son el orgullo y el egoísmo los que engendran en el corazón humano indiferencia, odio y violencia. Esta lepra del espíritu, que desfigura el rostro de la humanidad, nadie puede curarla sino Dios, que es Amor» (14.10.2007).  Y realmente el Señor ha sanado a la humanidad con su muerte y su resurrección.

2.    Esta sanación de los leprosos, también nos recuerda que este amor compasivo de Dios que viene a sanar y a salvar al ser humano, no está restringido a un grupo de personas, sino que la salvación es universal y esto queda claro desde la primera lectura, cuando aquel que es sanado, no es sólo un pagano sino que era un enemigo del pueblo elegido.  Naamán era general del ejército Sirio y la tradición rabínica indica que fue quien asesinó al rey Acab.

Asimismo, uno de los diez leprosos del evangelio era samaritano, por tanto considerado hereje y apartado del pueblo elegido.

Pero tanto Naamán, como el leproso samaritano fueron sanados, recordando que el Señor ama y salva a todos los seres humanos sin excepción.

3.    Finalmente, la palabra de Dios de este Domingo, nos recuerda cómo debe responder el ser humano al amor, la compasión, la misericordia y la lealtad que el Señor tiene para con nosotros.

Naamán, después de recibir la sanación de la lepra, quiere hacer regalos al profeta Eliseo, pero éste no los acepta.  Por lo que Naamán comprende que el único hacedor del milagro es Dios, a quien decide construir un altar con tierra de Israel, para adorar, de ahora en adelante, al único Dios verdadero.

El evangelio hace énfasis en la necesidad de ser agradecidos, ante los regalos de gracia que recibimos del Señor.  Los leprosos sanados fueron diez, pero sólo uno, el samaritano, dio gracias, alabando a Dios en voz alta y postrándose ante Jesús.  Jesús ante este acto, alaba la fe de aquel hombre, a quien le asegura, ya no sólo la salud física, sino también la salvación.

La palabra de Dios, hoy nos exhorta a ser agradecidos ante los regalos de misericordia que constantemente recibimos del Señor, sería un error sentirnos merecedores del amor de Dios.  Ningún ser humano es merecedorde la salvación.  Dios nos ama y nos salva gratuitamente, por compasión y misericordia y ante esto debemos mostrar agradecimiento.

Ser agradecidos debe ser una virtud constante del cristiano, así nos lo recuerda el papa Francisco «La gratitud para un creyente, está en el corazón mismo de la fe:  un cristiano que no sabe dar gracias es alguien que ha olvidado el lenguaje de Dios.  Recordemos la pregunta de Jesús, cuando curó a diez leprosos y sólo uno de ellos volvió a dar las gracias (cf. Lc 17, 18). La gratitud es una planta que crece sólo en la tierra de almas nobles.  Esa nobleza del alma, esa gracia de Dios en el alma nos impulsa a decir gracias a la gratitud» (13.05.2015).

Esta gratitud se muestra con la alabanza y la adoración a Dios como Naamán y el samaritano, y se muestra en la cotidianidad de nuestra vida, cuando estamos dispuestos a realizar siempre el bien, como lo hemos pedido en la oración colecta.

Pidamos al Señor, la gracia de ser agradecidos, por todos los regalos que Él nos hace constantemente, especialmente por el don de su Hijo Jesucristo, que nos ha sanado, nos ha devuelto la dignidad de hijos y nos ha abierto las puertas del Cielo.