Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano
A pocos días de iniciar el mes de octubre y con él, la renovación del compromiso de todo bautizado para involucrarse en la Misión Universal, y este año en la Misión Nacional, quisiera animar, desde ya, a los fieles católicos a reflexionar seriamente sobre esta tarea fundamental de la Iglesia que es, por su naturaleza misionera, y así, lo refieren las palabras del último diálogo que Jesús resucitado tuvo con sus discípulos antes de ascender al cielo: "El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán su fuerza, para que sean mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra"( Hechos 1,8).
Justamente, el Papa Francisco en su Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones de este año, nos invita a profundizar en esta expresión: "Para que sean mis testigos". En efecto, la misión de la Iglesia es la prolongación de la de Cristo, ser testigos de la Verdad, llevar a todos el amor de Dios, anunciándolo con las palabras y con el testimonio concreto de la caridad. "Este es el punto central, el corazón de la enseñanza de Jesús a los discípulos en vista de su misión en el mundo. Todos los discípulos serán testigos de Jesús gracias al Espíritu Santo que recibirán: serán constituidos tales por gracia. Dondequiera que vayan, allí donde estén".
Es Jesús mismo, el primer enviado, es decir, el misionero del Padre: "Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo" (cf. Jn 20,21) y, en cuanto tal, su "testigo fiel" (cf. Ap 1,5), quien envía a la Iglesia, comunidad de sus discípulos, a evangelizar el mundo dando testimonio suyo.
Todo creyente está llamado a la misión en la Iglesia y esta tarea se realiza de manera conjunta, en comunión con la comunidad eclesial y no por propia iniciativa y, menos aún individualmente: "Evangelizar no es para nadie un acto individual y aislado, sino profundamente eclesial. Cuando el más humilde predicador, catequista o Pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña comunidad o administra un sacramento, aun cuando se encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia y su gesto se enlaza mediante relaciones institucionales ciertamente, pero también mediante vínculos invisibles y raíces escondidas del orden de la gracia, a la actividad evangelizadora de toda la Iglesia".[1]
No es casual que el Señor Jesús haya enviado a sus discípulos en misión de dos en dos; el testimonio que los cristianos dan de Cristo tiene un carácter sobre todo comunitario. "Por eso la presencia de una comunidad, incluso pequeña, para llevar adelante la misión tiene una importancia esencial".
Ser misioneros en el mundo es mucho más que predicar a Cristo con la sola palabra, a los discípulos se les pide vivir su vida personal en clave de misión. Jesús los envía al mundo no sólo para realizar la misión, sino también y sobre todo para vivir la misión que se les confía; no sólo para dar testimonio, sino también y sobre todo para ser sus testigos: La esencia de la misión es dar testimonio de Cristo, es decir, de su vida, pasión, muerte y resurrección, por amor al Padre y a la humanidad.
Los verdaderos misioneros de Cristo no son enviados a comunicarse a sí mismos, a mostrar sus cualidades o capacidades persuasivas o sus dotes de gestión, sino que tienen el honor de ofrecer a Cristo en palabras y acciones, anunciando a todos la Buena Noticia de su salvación con alegría y franqueza, como los primeros apóstoles.
Por eso, en definitiva, el verdadero testigo es el ?mártir?, aquel que da la vida por Cristo, correspondiendo al don de sí mismo que Él nos hizo.
Invito a todos a vivir la gozosa experiencia de ser misionero allí donde el Señor nos ha puesto, a ser testigos creíbles de Cristo, con humildad y valor, sirviendo al prójimo sin segundas intenciones y obteniendo en la oración la fuerza para entregarnos diariamente confiados a Dios.
Encomendamos a la Santísima Virgen del Rosario y Reina de las Misiones todos nuestros esfuerzos, para que ella, testigo por excelencia, madre y modelo de todas las virtudes y las gracias nos muestre como conducir a todos a Cristo Salvador.