Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano
En este mes que la Iglesia en Costa Rica dedica a conocer, profundizar y a orar en comunión en torno a la Sagrada Escritura, ponemos de manifiesto que, en ella, el Dios misericordioso, nos habla al corazón, a la vez que nos revela cómo presta oído, mira la historia de su pueblo, perdona y se deja conmover por el arrepentimiento de sus hijos.
"Así Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la Esposa de su Hijo amado (que es la Iglesia); así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo (cf. Col 3, 16)".[1]
Por ello, quisiera llamar la atención, no sólo de las riquezas inagotables de esta revelación de Dios que expresan su amor a la humanidad, sino, también, en las actitudes fundamentales que hemos de asumir quienes, bebiendo de esta fuente de vida, hemos conocido al Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, su bondad infinita, los dones que nos ha dado y la misión que nos ha confiado.
La Palabra de Dios que es palabra de vida, ha inspirado desde siempre a los creyentes y ha generado valores morales fundamentales y estilos de vida ejemplares. Por tanto, en la perspectiva de un renovado encuentro entre los fieles y la Biblia, quisiera reiterar a todos la alegría de abrir su mente y corazón a la Palabra de Dios pues ella representa un estímulo constante en la búsqueda de expresiones humanas, cada vez más apropiadas y significativas, acordes a la vocación a la que hemos sido llamados.[2]
Antes que nada, Cristo, Palabra hecha carne, es el gran referente de toda actitud y comportamiento humano, siendo la humildad la característica del hombre nuevo, de aquel que en escucha y discernimiento de la Palabra se hace pequeño y, sobre todo, se dispone al servicio: "Sean humildes, amables, comprensivos, y sopórtense unos a otros con amor. Mantengan entre ustedes lazos de paz y permanezcan unidos en el mismo espíritu".[3]
Íntimamente unida a la humildad está la mansedumbre: "Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas". [4] El discípulo de Cristo está llamado a ser "manso" a dejar que su vida sea interpelada por la renuncia a la mentalidad de este mundo que afianza irracionalmente el orgullo personal, la autosuficiencia y vanidad que llevan a descalificar a los hermanos, incluso con dureza, ira y violencia.
La mansedumbre y el silencio paciente del Señor no es sólo un gesto de valentía sino un signo de confianza hacia el Padre que guía la historia hacia el triunfo del inocente. El orgullo nos aleja de la gracia de Dios.
La paciencia, el perdón y la tolerancia recíproca a las que la Palabra alude, son propuestas con vistas al logro de un objetivo, a saber, conservar en paz la unidad como el gran anhelo de Dios para sus hijos.[5]
Viviríamos una realidad totalmente diferente, si el mundo de hoy atendiera a la Palabra que es Sabiduría eterna, y dejara de lado las idologías que son solo moda y transitoriedad, plagadas de intereses de todo tipo.
En este mes exhorto a todas las comunidades parroquiales, grupos y movimientos a redescubrir y a dejarse inspirar por la riqueza de los valores y principios que la Escritura aporta a nuestras vidas para que, de ese modo, llevemos a la práctica, con coherencia y testimonio, lo que el Señor nos ha revelado. En nuestra vida y acciones pastorales tomemos como punto de partida la Palabra Dios.