Mons. Daniel Blanco, Domingo XXII del Tiempo Ordinario (VIDEO)
La oración colecta de este domingo y que rezaremos toda esta semana XXII del Tiempo Ordinario, presenta una premisa importantísima que recuerda cómo comprendemos los cristianos la naturaleza del ser humano: La oración pide a Dios que haga crecer el bien que hay en nosotros, es decir, los cristianos creemos que Dios nos ha creado buenos y que esa bondad puede crecer día con día.
Esta bondad, desgraciadamente, muchas veces parece difícil de experimentar, parece estar muy escondida, ya que nuestras faltas y pecados parecen opacar lo bueno que hay en cada uno de nosotros.
Tanto las situaciones personales como sociales darían, a veces, la impresión de que hay más maldad que bondad en el corazón del ser humano.
Pero hoy se nos recuerda que Dios nos ha creado a su imagen y semejanza y por tanto existe el bien en cada uno de nosotros.
El hecho de que la realidad muchas veces presenta más situaciones negativas, lo podríamos entender a la luz de la palabra de Dios de este domingo, cuando se nos llama a fortalecer una virtud fundamental de la vida cristiana como lo es la humildad.
La bondad en el corazón humano, nos lleva a buscar el bien supremo, la excelencia, lo perfecto y la felicidad verdadera. El problema radica cuando buscamos esa perfección del bien, no desde la humildad sino desde la soberbia, como lo hicieron nuestros primeros padres en el paraíso, escuchando a quien les decía que podían ser como dioses. En este caso, esa soberbia hace creer al ser humano, que es posible hacer cualquier cosa por alcanzar la felicidad y el bien supremo, incluso ponerse por encima de los demás, presentándose como superiores a los otros.
Tanto el libro del Eclesiástico como el mismo Jesús en las parábolas evangélicas que se proclaman este domingo, nos recuerdan que el camino para buscar el bien, nunca puede ser la soberbia, sino que es el camino de la humildad.
El autor sagrado del libro del Eclesiástico dice claramente que el creyente debe proceder en todos sus asuntos con humildad, haciéndose pequeño en las grandezas humanas, porque grande es únicamente la misericordia de Dios.
Así mismo, el Señor, en la primera de las parábolas del evangelio, exhorta a no buscar los primeros puestos en los banquetes, dando así, nos dice el papa emérito, no una lección de buenos modales o de protocolo sobre la importancia de las jerarquías sino que es una lección sobre la virtud humana y cristiana de la humildad (Cfr. Angelus, 29.08.2010).
Por tanto la virtud cristiana de la humildad, nos lleva a presentarnos tal y como somos, sin sentirnos superiores a nadie, porque no lo somos, ya que todos tenemos defectos y necesitamos la misericordia y el amor de Dios, pero tampoco sintiéndonos menos que nadie, ya que Dios, al darnos la dignidad de hijos, nos ha dado virtudes, es decir ha puesto bondad en nuestros corazones. De este modo, la virtud de la humildad nos hace reconocer que el único perfecto es Dios y que sin él nada podemos hacer (Cfr. Jn. 15, 5).
La segunda parábola narrada por Cristo y que está dirigida al fariseo que lo invitó a la cena, es una exhortación a la vivencia de la caridad como fruto de la humildad. Jesús le manifiesta al anfitrión, que un verdadero creyente debe hacer partícipes de este banquete a personas que están pasando algún sufrimiento, ciegos, enfermos, pobres, es decir a aquellos que no pueden, por su condición vulnerable, devolver la invitación a una fiesta.
Por tanto, el llamado que se nos hace en este Domingo de vivir la humildad, implica el compromiso de cada creyente de que ese bien que Dios ha puesto en nuestro corazón, nos impulse a buscar el bien y la felicidad no sólo de forma individual, que puede convertirse en egoísmo, incluso olvidándose del bien del hermano, para obtener el propio, sino que sea una búsqueda del bien auténtico y de la verdadera felicidad, que es, necesariamente el Bien Común, que como nos enseña la Iglesia en su Doctrina Social, no es la suma del bienestar de unos pocos sino el bien de todos (Cfr. Compendio de Doctrina Social de la Iglesia 164).
Esto significará que todos, si queremos vivir según las enseñanzas de Cristo, dejemos de lado la soberbia, y pidamos al Señor la virtud de la humildad y poner nuestra vida al servicio de los hermanos.
Así no los ha recordado el papa Benedicto XVI: «el camino de la humildad no es un camino de renuncia, sino de valentía. No es resultado de una derrota, sino de una victoria del amor sobre el egoísmo y de la gracia sobre el pecado. Siguiendo a Cristo e imitando a María, debemos tener la valentía de la humildad; debemos encomendarnos humildemente al Señor, porque sólo así podremos llegar a ser instrumentos dóciles en sus manos, y le permitiremos hacer en nosotros grandes cosas» (02.09.2007).